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Sínodo de la Sinodalidad ¿Una caja de Pandora?

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A pocos días que dé inicio el llamado Sínodo de la sinodalidad, aparecen muchas dudas y unas cuantas certezas. Una de las cosas ciertas de todo esto es que la Iglesia se encuentra en un punto sin retorno, donde la avanzada progresista dentro del catolicismo, que no lleva unos cuantos años, sino décadas, tiene por objetivo la destrucción de la Iglesia Católica tal y como la hemos conocido. El ejemplo más claro que tenemos a la mano, es el camino sinodal alemán, que desde un inicio tuvo el visto bueno del Papa Francisco.

Este llamado Synodaler Weg ha incorporado una agenda de temas abiertamente contrarios a las enseñanzas católicas, a la que Roma tibiamente ha amonestado. Los obispos teutones, los más progresistas están a la cabeza de todo este movimiento de ordenación de mujeres, matrimonio homosexual y todos esos refritos anticatólicos que ya han sido condenados, incluso por papas posconciliares, a pesar de que pocas veces usaron de su autoridad para dirimir las cuestiones de fe y moral.

Precisamente de eso se trata (mucho apunta a ello) este Sínodo. Hace poco fue publicado un libro titulado El proceso sinodal: una caja de pandora; un análisis que parece que ha dado en el clavo: se trata de un proceso de subversión del modo en cómo Jesucristo dejó establecido que se debe gobernar su Iglesia. Ya no existiría aquella distinción entre la Iglesia que enseña la doctrina y la Iglesia que recibe la enseñanza, porque ésta diferenciación establece jerarquía y esta a su vez engendra, según el Papa, una cosa llamada “clericalismo”, que “divide” y “separa” al pueblo de sus sacerdotes y obispos, pero que no sería un división legítima porque todos participan de las mismas funciones proféticas y sacerdotales, gracias al sacramento del bautismo. En este sentido, por lo tanto, no habría ninguna diferenciación en la Iglesia en donde unos (laicos) aprenden y otros (sacerdotes) enseñan la doctrina.

Esta nueva Iglesia sinodal se convertiría en una suerte de democracia en donde todos tendrían la misma autoridad gracias a que todos tienen el mismo Espíritu Divino y por lo tanto, todos estarían en condiciones de enseñar y de aprender las cosas que vienen de Dios. Los pastores escucharían al Pueblo en quien reside el influjo del Espíritu y tendrían que aprender lo que viene de Dios por medio de lo que ese pueblo está comunicando. Por lo menos eso es lo que dijo el Papa Francisco en uno de los discursos en los que consta su intención de invertir la pirámide jerárquica, pues según el Papa, la Iglesia es una institución constitutivamente de tipo sinodal.

Hay muchas dudas al respecto. ¿Cómo quedaría aquel mandato de Jesucristo dado directamente a los Apóstoles (y por lo tanto, a los obispos, sus legítimos sucesores), de ir por todo el mundo y enseñar a las gentes a que guarden y conserven todo lo que Él les ha comunicado? ¿Y aquello de atar y desatar dado también a los Apóstoles? ¿Y las llaves del reino dadas únicamente al sucesor de Pedro? De acuerdo a lo que parecen sugerir los documentos preparativos e incluso, el Instrumento de Trabajo para el sínodo, en lugar de zanjar alguna cuestión relativa a la Iglesia, ni el Papa ni los obispos ejercitarían su autoridad apostólica, sino que más bien, se abriría un proceso de dialogo hasta lograr llegar a un consenso sobre la materia de la que se esté tratando de dirimir.

Ahora, el punto es que  esto se presta para que en esos supuestos diálogos, se viertan las insinuaciones de los progresistas: si no casar a los homosexuales, por lo menos darles “bendiciones”; si no el sacerdocio femenino, como mínimo el “diaconado femenino” y así con tantas otras cosas. Y se prestaría muy bien a todo esto, pues la estructura, camino o proceso sinodal consta de una “metodología” que vamos a sintetizar en las siguientes fases:

Primero está la escucha al llamado Pueblo de Dios: se supone que ahí es donde Dios habla. Una segunda fase es la preparación de los documentos de trabajo una vez recogida las propuestas. En tercer lugar, la fase celebrativa, donde se discute y se aprueba según el consenso de los participantes. Y finalmente viene la fase o momento de aplicación o ejecución de lo acordado en dichas reuniones. La cuestión es que de no haber un acuerdo unánime no hay ninguna razón que impida que se active nuevamente el ciclo de escucha-preparación-celebración-aplicación una y otra vez hasta que se logre la aprobación de todas aquellas cosas que estarían frontalmente en contra de la enseñanza perenne de la Iglesia Católica.

Pero, aún con todo lo anterior, es difícil saber con certeza qué es lo que va a pasar después de este Sínodo. Uno solo podría especular y lanzar hipótesis, pero en todo caso, tenemos que esperar los primeros resultados observables para tener una idea aproximativa de lo que puede venir más adelante. Sin embargo, así como en el mito de la caja de Pandora, de éste sínodo podrían escaparse los grandes males que pondrían en peligro la existencia de la Iglesia Católica. Estamos claros de que existe una promesa de Jesucristo sobre la cual, las puertas del infierno no han de prevalecer sobre esta santa institución que Él mismo fundó en la persona del Apóstol Pedro.

Pero, aunque no caiga en las manos del enemigo, el estado de la Iglesia sería profundamente lamentable si se llegaran a introducir aberraciones contrarias a la doctrina y praxis católicas de más de dos mil años de antigua vigencia, siempre nuevas y siempre vivas. A nosotros nos toca elevar nuestras súplicas al cielo para que las intenciones de los malos pastores y los malos hijos de la Iglesia no prevalezcan sobre lo que Jesucristo instituyó a perpetuidad, con Él mismo como el garante de una promesa infalible.

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