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Se necesita de un filósofo, como dijo Chesterton.

Chesterton

Respecto de la película, Mario Bros., al menos, en redes sociales son dos las ideas que circulan. Por una parte la idea de que no es una película inclusiva. Por otra parte, la idea de que la canción que interpreta Bowser, el villano: banaliza el acoso. A mi modo de ver, el arte es una expresión tanto de la inteligencia como del sentimiento en conjunto. Un poema, una novela, una escultura o en este caso, una película; tiene por objeto cautivar a su vez, la inteligencia como el sentimiento del espectador. De ahí que una obra artística pueda ser criticada tanto por su contenido artístico como por su forma de ser presentado y las emociones que provoca.

Es decir, uno puede analizar el guion de una película, los personajes y la interpretación que hacen los actores de los personajes, etc. A uno le puede o no gustar una película, sentirse o no conmovido por la historia. Pero hay una cosa que no entra en la consideración del éxito de una película: su contenido ideológico. A menos que, si nos ubicamos en el contexto contemporáneo, comprendamos que casi todas las expresiones artísticas están sumidas en la vorágine y deriva ideológica en la que se encuentra el mundo actual.

Esto de que la película no sea inclusiva y que fomente el acoso, no es un mero dislate de unos cuantos opinadores de redes sociales. En realidad, es el síntoma de una generación que ha hecho una síntesis con las ideologías de moda. Recordemos que no es casual que exista algo llamado cultura de la cancelación; minorías que se sienten ofendidas promueven que se cancelen programas de televisión, películas, documentales, etc. Este tipo de consideraciones no son eventos aislados; la supuesta discriminación por motivos de raza, etnia, sexo, género o cualquier otra idea se ha asumido en casi todos los frentes de la cultura y es casi una palabra universal.

Si solamente fuera un asunto teórico creo que estaría todo bien. Pero el punto es que estas ideas luego son trasladadas al plano de lo práctico y es cuando obtenemos, como resultado, leyes, acuerdos, disposiciones, programas, medidas o mecanismos por medio de los cuales, se impone a la ciudadanía aceptar las ideologías mainstream. No son doctrinas que aparecen de la nada: estas recetas ideológicas las preparan los académicos de las grandes universidades y luego, quienes las cocinan son los gobiernos, toda vez que los movimientos hambrientos de poder que se sienten identificados con estas creencias, han presionado «democráticamente» a sus Estados para que estos las asuman como cosa absolutamente cierta. Sin posibilidad de réplica o discusión racional.

Chesterton, ese gran pensador del siglo pasado, había hecho una observación bastante interesante y que vale la pena reproducir: «Así como el siglo XVIII se consideró a sí mismo como la era de la razón, y el siglo XIX creyó ser la era del sentido común, el siglo XX aun no logra considerarse más que como la era del sinsentido poco común. En estas condiciones, el mundo necesita un santo; pero sobre todo, necesita un filósofo». Chesterton no era un profeta. Pero no es falso que fuera un hombre con un gran ingenio y buena intuición y supo percatarse hace casi un siglo atrás, que nuestros tiempos actuales, necesariamente iban a carecer de una buena dosis de sentido común.

Pero, quedémonos con que se necesita un filósofo. Si acaso se puede describir el oficio del filósofo, podríamos resumirlo en: el filósofo piensa, pero piensa con orden, siguiendo la buena lógica, piensa la realidad y la trata de explicar por medio de categorías racionales comprensibles para todos los hombres que tienen en buen uso, sus facultades cognitivas. En el análisis filosófico de las cosas, no tiene cabida el sentimiento como fundamento último de un discurso que se pretenda serio. El filósofo debe sopesar las evidencias a favor y en contra de su postura. Y si es honesto y tiene como ideal buscar la verdad, debería ser capaz de cambiar de opinión. El filósofo debe siempre seguir a la razón a dónde sea que esta lo quiera llevar.

Por ello es que, con tanto mal pensar contemporáneo, revive la necesidad no solo de un filósofo, si no de muchos. Pero estos muchos deberán estar comprometidos con la verdad y oponerse radicalmente a los disparates ideológicos. Deben ser filósofos militantes de la verdad. Porque los dislates de aquellos que ven en una película discriminación y acoso no son una excepción a la norma, si no que en realidad, es la norma contemporánea. Por eso es que, como dijo Chesterton, se necesita de un filósofo… y de muchos filósofos.

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