Respeto y cortesía para responder a los fieles, pide Cardenal y Arzobispo emérito a los eclesiásticos
«En la Iglesia, los laicos cuentan».
Ante la acritud, aspereza e, incluso, falta de respeto para responder a los fieles por parte de «algunos eclesiásticos: párrocos, presbíteros, un arzobispo y hasta un cardenal», el Emmo. Sr. Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo Emérito de Guadalajara, retoma las distintas peticiones que los primeros hicieron al clero, cita las destempladas respuestas que se les dieron, aclara en qué consiste la preocupación de los feligreses, y propone las respuestas adecuadas, en el tono y volumen que corresponden ante las situaciones a las que ahora se ven abocados tanto el pueblo como los pastores.
«Los laicos pedían poderse acercar a los Sacramentos, poder comulgar, poder asistir a Misa… O sea, el hambre de Dios, el hambre espiritual.
Y algunos algunos eclesiásticos: presbíteros, párrocos, monseñores, un arzobispo y hasta un cardenal, dieron respuestas un poco agrias, un poco desagradables, creo yo.
Y –para no inventarlas– voy a leerlas, sin decir quién:
Los tacharon de «desobedientes», «transgresores de la ley», «causantes de divisiones», «los que crean confusión», «faltos de visión eclesiológica», «sacramentalistas», «necios», «tercos», «faltos de formación», «pueblo desobediente», «pueblo soberbio», «son las ovejas que quieren mandar a los pastores», «la mala intención de ir desgastando a la jerarquía y poner en tela de juicio la autoridad de la Iglesia», «los que reniegan del obispo reniegan de la fe»…
El Derecho de las cosas ante un mundo al revés…
A todos estos epítetos y falacias, uno a uno, responde el Cardenal y Arzobispo Emérito Juan Sandoval Íñiguez, defendiendo la Dignidad y el Derecho de los Fieles, incluso a opinar, conforme al Derecho Canónico y a la Disciplina de la Iglesia (Canon 212 § 3).
Y añade que «los laicos no son cristianos de segunda», recordando que el Concilio Vaticano II, en distintos documentos, reconoció su estatus e importancia en la vida de la Iglesia, y así mismo lo hicieron los pontífices posteriores. En contraposición a tal animadversión, dice, entre otras cosas:
«Nos debería dar tristeza que los laicos dijeran: ‘¡Qué bueno que cerraron los templos! Así ya no tenemos obligación de ir a Misa, y nos vamos a descansar más a gusto los domingos’…
Pero deberíamos alegrarnos que tengan hambre y sed de Dios, que es más importante, más acuciante y más definitiva a las soluciones que el hambre del cuerpo.
‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios‘, dijo el Señor».