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Ocho siglos del pesebre

Ocho siglos del pesebre
Escrito por Alejandro Usma

A sus hijos Dios les ha hablado siempre. Se reveló, desde los orígenes de la Historia, a través de su Creación en el Génesis, en la zarza ardiente del Éxodo, en la voz de los profetas, en las parábolas del evangelio, en los acontecimientos de cada día y en lo íntimo del corazón con lo que nos inspira. Pero un día decidió, en su infinita bondad y sabiduría, no hablar más mediante figuras, intermediarios, oráculos o símbolos, sino decir su Palabra eterna y definitiva, encarnándose en la persona de su Hijo Jesucristo, y viniendo al mundo según la ley, nacido de una mujer.

Ese acontecimiento salvífico es la Encarnación, y lo celebramos solemnemente gracias a la liturgia de la Iglesia en la Navidad. El misterio consiste, entonces, en esto: que Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, y compartió en todo nuestra condición humana, excepto en el pecado. Así conoció nuestra naturaleza, asumida por Él y por Él elevada a dignidad divina; herida por el pecado, pero rescatada plenamente por la venida de su Hijo, que no solo nació como un hombre más, sino que padeció la humillación y la muerte, para vencerla, venciendo al mal, resucitar como Dios y así indicar cuál era el destino de los suyos.

Tan grande es ese misterio de Cristo, nacido, muerto y resucitado por nuestra salvación, que también en el lenguaje de los signos nos hace bien representarlo, para tenerlo presente, contemplarlo, y adorarlo. Esa es la razón por la que, como decimos coloquialmente, “armamos el pesebre” en este tiempo de preparación a la Navidad: para recordar las bondades maravillosas que Dios hizo en la historia por amor a la humanidad. Tal vez con pensamientos similares, hace 800 años, el gran santo de Asís pensó que convenía a las almas sencillas de un pueblecito llamado El Greccio, en Italia, contemplar, mediante una representación rústica, cómo pudo haber sido ese misterioso suceso en la noche de Belén. Fue en la Navidad del año 1223 que a Francisco se le ocurrió la idea de representar con animales y personas lo que contaba el evangelio sobre el nacimiento del Señor: dice la historia que con tiempo, y con la ayuda cómplice de algunas personas, preparó todo, buscó una gruta en el campo a las afueras de la población, preparó los animales, designó las personas para representar los papeles de José, María, los pastores, organizó lo necesario e hizo convocar a la gente, en la noche, para que llegaran al campo, alumbrando con antorchas. Francisco anhelaba que las personas vivieran ese momento como algo real. Así, a través del primer pesebre de la historia, los hijos de Dios pudieron palpar el significado del Nacimiento de su Dios y Señor, pues, siendo el rey del universo, Dios Creador vino al mundo en completa humildad y pobreza, en el frío de una noche helada, a una cueva en medio de animales. ¡Qué misterio! ¡Cuánto recogimiento habrán tenido aquellas buenas personas! ¡Qué novedad habrá sido para ellos, ver el evangelio en vivo! Juntos, felices, celebraron la Santa Misa de Navidad allí mismo.

A partir de entonces se fue extendiendo el deseo de representar la escena de la Navidad, tal como lo hizo san Francisco. Primero, con personas; que luego con la propagación del arte sagrado y la producción de imaginería religiosa, fueron dando paso a la utilización de imágenes de la Sagrada Familia, de los pastores, y de los animales, así como de los Magos y luego fueron incorporándose más personajes a las representaciones, así como otras escenas del evangelio: el anuncio a los pastores, los sueños de José, la anunciación de Gabriel a la Virgen María.

Ya a partir de los siglos XIV y XV la práctica del pesebre se extendió de Italia a toda Europa, en principio como práctica eclesiástica en las iglesias y conventos, luego por los nobles que encargaban pesebres para sus castillos y mansiones, para luego terminar popularizándose en las casas de las personas de todos los estratos sociales.

Se cree que los hijos del mismo san Francisco, la orden franciscana, fue la encargada de popularizar la tradición del pesebre, e incluso de emplearlos en la evangelización de América, incorporando a su representación especies vegetales y animales locales. Luego, en tiempos más cercanos a los nuestros entre el siglo XIX y el XX, fueron surgiendo asociaciones de personas que perfeccionaron técnicas de elaboración artística de pesebres y belenes, convirtiéndose en todo un movimiento estético y artístico.

Hoy, 800 años después del primer pesebre, los creyentes debemos renovar nuestro amor por esta devoción y no dejar de hacerlo, aunque sea simple. Enseñarlo a los niños y jóvenes, no dejar perder esta bella tradición y no olvidar la razón primigenia que dio origen a esta práctica, según la inquietud de san Francisco de Asís: que podamos contemplar, adorar y agradecer que Dios se hizo hombre en las entrañas purísimas de María para salvarnos.

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