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Obispo fustiga a los fieles mientras niega que haya una «miedosa prudencia episcopal»

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Obispo fustiga a los fieles mientras niega que haya una «miedosa prudencia episcopal»
Templo cerrado

Mientras en el mundo aumenta el clamor de los fieles para que se les dé acceso a los Sacramentos guardando todas las normas de higiene y seguridad necesarias, un obispo escribe aduciendo que no es cierto que se le permita a los islamistas rezar y practicar su culto mientras a los católicos no, y que el cierre de los templos también obedece a la «defensa de la vida».

Tales opiniones, ante la tozudez de los hechos, y por tratarse de materias opinables y discutibles, no de Doctrinas definidas y definitivas, ameritan cuando menos una valoración y un comentario.

Dejamos claro que al hacerlo, no pretendemos «saber más que los obispos» ni desafiar su autoridad. Lo hacemos en ejercicio de nuestra libertad de conciencia y de expresión, manteniendo el debido respeto a la otra persona, independientemente de quién se trate y de su rango.

El artículo fue publicado por Monseñor Antonio Gómez Cantero, Obispo de Teruel y Albarracín, España, el 26 de abril de 2020 en Vida Nueva Digital.

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«Miedosa prudencia episcopal», artículo del obispo Antonio Gómez Cantero, publicado el 26/04/2020

En dicho artículo, el señor obispo Antonio Gómez Cantero, dice:

«…cuando me envían una foto de un numeroso grupo de musulmanes rezando en una terraza, con la queja añadida: mientras que aquí nos han prohibido la Semana Santa… hay gato encerrado. Y no porque la foto malintencionadamente es de Dubái, sino porque aquí nadie ha prohibido la Semana Santa, sino que las cofradías se han adelantado al Gobierno con gran responsabilidad».

Eso afirma en primer lugar. Pero resulta que la negación de los hechos, o de uno de ellos, no desmiente en absoluto la realidad ni las tendencias; mucho menos, cuando éstas se muestran tal como son y de manera tozuda. Justamente el día anterior a la fecha de publicación del mencionado artículo, una persona trinó mostrando y comentando el siguiente video:

https://twitter.com/MnJaume/status/1253959960020557825?s=08

Como bien se puede apreciar, esto no es Dubai, sino Lérida, España. Allí están los hechos. Y no hubo autoridad policial que se atreviera a irrumpir y a interrumpir como lo están haciendo en los templos católicos.

Pero no es lo único que dijo. Antes se refirió a la postura asumida por los fieles que le expresan su dolor por la situación y le proponen reabrir los templos. Manifestando desconfianza ante ello, comenzó su escrito con esta frase:

«Me llegan comunicados, vía WhatsApp o al correo electrónico de la diócesis, que me hacen pensar y me preocupan. La verdad que parecen más intrépidas defensas que sosegadas propuestas y siempre disparan contra alguien. Me da la sensación de que hay mucha estrategia interesada encerrada en ellos».

De entrada, esa es su postura. Luego dice lo del supuesto montaje, y más adelante aduce:

«Esto no es una cuestión de una miedosa prudencia episcopal, sino de una excepcionalidad para preservar la salud pública, de todos. Yo puedo dar libertad para que el párroco que lo desee abra su templo (y estoy seguro de que algunos, por celo, lo harían) pero eso es huir de mi responsabilidad pastoral. Y no me vale que me digan algunas personas: “¡Si abren, Dios nos va a ayudar!”. Eso es tentar a Dios. Tu responsabilidad es cumplir el quinto mandamiento: no matarás, no te hagas daño a ti mismo ni a los demás».

Sí, apreciado Monseñor: no se puede ceder ante el fideísmo y la presunción. Pero tampoco se puede tratar como tales las filiales y respetuosas súplicas de los fieles, ni mucho menos afirmar sin sustento que «parecen más intrépidas defensas que sosegadas propuestas y siempre disparan contra alguien». Ni anteponer la propia subjetividad partiendo, aquí sí, de una clara actitud defensiva expresada a través de un prejuicio:

«Me da la sensación de que hay mucha estrategia interesada encerrada en ellos».

¿Por qué «le da esa sensación»? Hoy, cuando por todas y en todas partes –hasta en la Iglesia– se avala aquello de que «Vox populi vox Dei», extraña tal desconfianza. Pero no sólo eso. A continuación aduce ‘defender la vida’, pero lo hace de una manera que encontramos sofística. Dice:

«Vamos a ver, si yo creo en la vida desde el primer impulso hasta más allá del último suspiro, ¿cómo pensáis que pueda jugar a la ruleta rusa con la vida de los creyentes de estas comunidades que debo presidir en la caridad? ¿O es que no exponer la vida de los creyentes, muchos de ellos ancianos, no es también defensa de la vida? En esto no caben paños calientes».

Claro que la vida es un valor, y que hay que defenderla, ni más faltaba. Pero el cuidado de la salud, evitando incurrir en riesgos temerarios que comprometan la vida, es otra cosa. Hay una diferencia de grado y de esencia.

En esta diferencia descansa el fundamento de muchas profesiones y oficios que se consideran ‘de riesgo’ y aún ‘de alto riesgo’, pero que no por ello se dejan de ejercer: la medicina, la enfermería, la vigilancia, la exploración geo u oceanográfica, la investigación científica, el trabajo en laboratorios con la exposición a bacterias o a sustancias radioactivas, la construcción, la minería, el periodismo, la defensa civil, los bomberos, los escoltas, la policía o el servicio militar.

Pero para ello se tienen protocolos y procedimientos muy claramente definidos. Y el ejercicio de tales profesiones no se suspende por el riesgo que implica. Ante el riesgo, y según su grado, se activan también ciertos grados de previsión y de protección, basados en criterios racionales y en el equilibrado y ponderado ejercicio de la prudencia.

Entonces, cabe preguntar: ¿Por qué sería la Iglesia, y más específicamente el culto, uno de los mayores factores de riesgo para la salud y para la vida?

En esto, por analogía, la gente argumenta con razón: si en los supermercados, por la inevitable exposición de elementos y productos, y por la afluencia de personas, es en donde se puede concentrar un riesgo más probable de contagio, o en el transporte público, o en los bancos, o en los cajeros electrónicos… y, sin embargo, estos no se cierran y mantienen su actividad dentro de unas estrictas medidas de higiene y protocolos de seguridad, ¿por qué en la Iglesia no se hace?

Esto, además de que es esencial y propio de la Misión de la Iglesia la atención a los enfermos y moribundos, el cuidado pastoral de las almas y la dispensación (suministro y servicio) de los Sacramentos a los catecúmenos y a los bautizados y, con ellos, de la Misericordia Divina y de la Gracia Santificante.

En este sentido, hasta un hombre ampliamente reconocido por su línea ‘progresista’ y abiertamente liberal como el Cardenal Arzobispo de Milán Carlo María Martini, jesuita, tenía muy clara dicha distinción, y así mismo la expresaba, incluso ante racionalistas o ateos como Umberto Eco y Eugenio Scalfari. Preguntado precisamente sobre «la Defensa de la Vida» y la insistencia de los católicos en ella, asumiéndola como el valor supremo, éste respondió con claridad:

«Se piensa a veces, y así se escribe, que la vida humana es para los católicos el valor supremo. Semejante manera de expresarse resulta por lo menos imprecisa.

No corresponde a los Evangelios, que dicen:

«No temáis a quienes matan el cuerpo, pues no tienen poder para matar el alma» (Mateo 10, 28).

La vida que representa el supremo valor para los Evangelios no es la vida física y ni siquiera la psicológica (para las que los Evangelios usan los términos griegos bìos y psyché), sino la vida divina comunicada al hombre (para la que se usa el término zoé).

Los tres términos se distinguen cuidadosamente en el Nuevo Testamento y los dos primeros quedan subordinados al tercero: «El que ama su vida (psyché) la pierde; el que odia su vida (psyché) en este mundo, la guardará para una vida eterna (zoé)» (Juan 12, 25).

Por ello, cuando decimos «Vida» con mayúscula, debemos entender antes que nada la suprema y concretísima Vida y Ser que es Dios mismo. Es ésta la Vida que Jesús se atribuye a sí mismo («Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» Juan 14, 6) y de la que todos los hombres y las mujeres son llamados a formar parte. El valor supremo en este mundo es el hombre viviente de la vida divina.

Por ahí se comprende el valor de la vida humana física en la concepción cristiana: es la vida de una persona llamada a participar en la vida de Dios mismo.

Para un cristiano, el respeto de la vida humana desde su primera individuación no es un sentimiento genérico, sino el encuentro con una precisa responsabilidad: la de este ser viviente humano concreto, cuya dignidad no está al arbitrio únicamente de una valoración benévola mía o de un impulso humanitario, sino de una llamada divina. Es algo que no es solo «yo» o «mío» o «dentro de mí», sino ante mí».

Cardenal Carlo María Martini, «La vida humana participa de la vida de Dios» [1].

Entonces, ¿de qué clase de vida está hablando aquí el señor obispo? ¿Cuál es la que dice defender? Por todas las explicaciones que da, se está refiriendo únicamente a la vida física, biológica. En este punto conviene recordar, al menos, dos palabras de Jesús. La primera es:

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la Boca de Dios».

Mateo 4, 4; Lucas 4, 4

Y dicha Palabra se recibe y se asimila adecuadamente en el contexto de la Eucaristía, «fuente y culmen de la vida cristiana» (Lumen Gentium 11), es decir, en el culto agradable y perfecto:

«Por eso, nosotros que recibimos un reino inconmovible, hemos de mantener la gracia y, mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con religiosa piedad y reverencia».

Hebreos 12, 28

Los versículos que hablan de que «no sólo de pan vive el hombre», comienzan con la expresión «Escrito está«, en referencia al ‘Deuteronomio’ (o Libro Quinto de Moisés), que en el capítulo 8 dice:

«Él te humilló y te hizo sufrir hambre, pero te sustentó con maná, comida que tú no conocías ni tus padres habían conocido jamás. Lo hizo para enseñarte que no solo de pan vivirá el hombre, sino que el hombre vivirá de toda palabra que sale de la boca del Señor».

Deuteronomio 8, 3

Esto significa que lo que recibimos, a quien recibimos, no es «algo» sino alguien: no es un simple trozo de pan, sino el Señor mismo. La Palabra del Señor, junto con Su Cuerpo y Su Sangre, que contienen Su Alma y Su Divinidad, son el Pan de Vida.

La segunda Palabra de Jesús que conviene recordar, es:

«Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Mateo 28, 20

Dijo «con«: no «desde». Es decir, no sólo cerca, sino dentro, como alimento y sustento del alma, primero, y del cuerpo después. Por ello, sin un excesivo apego a éste que es temporal, pero sin desprecio del mismo, que es «templo del Espíritu Santo». Es decir, que por la presencia eucarística de Jesús en nosotros, nuestro cuerpo es literalmente transfigurado, se convierte en una Realidad Sagrada. Y «las cosas santas se tratan santamente» (Sabiduría 6, 10):

«¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?».

1 Corintios 6, 19

Tomando en cuenta estas dos palabras de Jesús, vemos cómo de lo que se está privando a los fieles es de ese contexto privilegiado y santo en el que pueden recibir adecuadamente, es decir, con las debidas disposiciones, primero, la Palabra de Vida y, después, alimentados por ésta, el Pan de la Vida Eterna.

Ambos, sellados con la «Sangre de la Alianza Nueva y Eterna«. De ese alimento indispensable es del que se les está privando, y eso es, justamente, lo que ellos están reclamando. ¿Cuál podría ser la «estrategia interesada» oculta en esta súplica?

La vida y la obra redentora de Jesús son, ante todo, un llamamiento, una invitación a acercarnos a Él, a adentrarnos en su intimidad, para dejarnos allí amar por Él. Ya desde el Antiguo Testamento nos decía:

«Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón».

Oseas 2, 16

Y hoy, por boca del Apóstol, nos invita:

«Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna».

Hebreos 4, 16

Y para los consagrados, sacerdotes y obispos, también tiene unas palabras en plena coherencia y secuencia con las anteriores, recordándoles su responsabilidad:

«Pero de vosotros, queridos, aunque hablemos así, esperamos cosas mejores y conducentes a la salvación. Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos.

Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia para la plena realización de la esperanza, de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas».

Hebreos 6, 9-12

Y en esta misma Carta, en la que habla del Sacerdocio refiriéndolo a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, también insta a los Consagrados de esta manera:

«Por tanto, levantad las manos caídas y las rodillas entumecidas y enderezad para vuestros pies los caminos tortuosos, para que el cojo no se descoyunte, sino que más bien se cure. Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.

Poned cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y por ella llegue a inficionarse la comunidad».

Hebreos 12, 12-15

De modo, pues, que peor que la pandemia, es la privación de los Medios de la Gracia; y, sin estos, del alimento divino, del Pan de Vida Eterna. Porque, como lo dijo el cardenal citado, para los cristianos lo importante no es en sí o por sí sola la vida sensitiva, sino la Vida Eterna, es decir, participar en la Vida Divina. Y ésta se recibe únicamente a través del Pan Eucarístico.

«A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más». En palabras sencillas: «A quien más se le da, más se le pide».

Lucas 12, 48

Aquél que ha dicho: “esto es mi Cuerpo” (Mt 26, 26), es el mismo que ha dicho “tuve hambre y ustedes me dieron de comer” (Mt 25, 35), y “cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40).

Esto, que algunos interpretan de manera sólo corporal, también tiene un auténtico y pleno sentido espiritual. Antes, en una jornada extenuante y sin descanso, Jesús les había dado la lección sobre su Misión como Apóstoles. Veamos:

‘Cuando los apóstoles regresaron, le contaron cuanto habían hecho. Y él, tomándolos consigo, se retiró aparte, hacia una ciudad llamada Bestsaida. Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y él, acogiéndolas, les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados.

Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado».

Él les dijo: «Dadles vosotros de comer»’.

Lucas 9, 10-13a

Volviendo al diálogo del Cardenal Martini, su interlocutor, nada menos que Umberto Eco, le dice estas significativas y reveladoras palabras, en relación con aquellos cuya preocupación esencial es el cuerpo físico o la vida sensitiva:

«La bandera de la Vida, cuando ondea, no puede sino conmover todos los ánimos. Sobre todo, permítame decirlo, los de los no creyentes, hasta los de los ateos más recalcitrantes, porque ellos son precisamente quienes, al no creer en ninguna instancia sobrenatural, cifran en la idea de la Vida, en el sentimiento de la Vida, el único valor, la única fuente de una ética posible».

Umberto Eco, «¿Cuándo comienza la vida humana?» [2].

¿En qué creen realmente los que dicen creer? ¿Creen acaso en la Verdad y en la verdadera Vida?

Notas:
  • [1] ECO, Humberto y MARTINI, Carlo María. ¿EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN? Un diálogo sobre la Ética en el fin del milenio. Bogotá, D. C., Ed. Planeta, 2002. Pgs. 44 y 45. 166 pgs.
  • [2]: Idem, pág. 33.

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