Hoy, 9 de julio, celebramos la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Patrona de Colombia.
Una devoción arraigada en las entrañas de nuestra nación y en la fe de nuestros pueblos, gracias –como suele suceder– a un acto de la Misericordia Divina. Como en otras devociones, el origen oscila entre un hecho humano y uno sobrenatural.
En este caso, un cuadro encargado a un pintor por parte de los Padres Dominicos, y que con el tiempo fue quedando en el olvido y expuesto al deterioro. Incluso el lienzo llegó a usarse para secar algunos productos del campo. Y fue una dama de origen español, de nombre María, quien lo rescató y comenzó a venerarlo rezando ante él con devoción.
Y el Cielo dio su respuesta. La imagen se restauró de un modo sobrenatural. Lo que en principio fue pedido y dedicado, y luego olvidado y desechado, ahora es renovado. Pero no sólo eso: pasa a ser el centro de una devoción que muestra sus bondades a través de innumerables bendiciones. Y así coadyuva a que las gentes de estas tierras y, con ellas, las de toda Colombia, vuelvan su mirada a Dios y, a su vez, Nuestro Señor ponga sus ojos en esta tierra y en estos hijos de María.
Esperamos que el señor Presidente de Colombia –como lo ha dado a entender en varias ocasiones, particularmente antes y al comienzo de la cuarentena–, junto con los Obispos de Colombia, haga la Consagración del país al Inmaculado Corazón de María en la advocación de la que él llama “Esa Patrona de Colombia”, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.
Sinceramente lo esperamos, y que no deje pasar esta ocasión ni se deje amilanar por las insidias de quienes vociferan que el nuestro “es un estado laico”, pero callan ante los ritos de brujería con los que se consagró una falsa paz a los ídolos de la división.
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