Actualidad Espiritual Fe

Luz, agua, vida

Escrito por Alejandro Usma

No tiene sentido celebrar externamente los ritos de nuestra liturgia, y alegrarnos exteriormente con el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, si no ponemos un verdadero y auténtico esfuerzo por triunfar nosotros sobre el pecado y los vicios.

Aleluya. Cristo ha resucitado. Es lo que celebramos los católicos durante este precioso tiempo, y por eso estamos alegres, y vuelven las flores a los altares, y los ornamentos blancos, y el canto, la alegría y el Aleluya.

Todos sabemos en qué consiste la Pascua: es la celebración del suceso más importante de nuestra religión, la Resurrección de Jesucristo, que es la base de toda nuestra creencia. De hecho, San Pablo dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe no tendría sentido” (1 Cor 15, 14). De tal modo que esta celebración, que se prolonga durante cincuenta días en el tiempo litúrgico de la Iglesia, constituye el centro y la esencia de toda la vida cristiana.

Pero no basta con solo conocer este aspecto: la Pascua ha de vivirse. No es solamente para recordarla, y pensarla, ni para celebrarla bellamente con mucha pompa, lo que también debe hacerse. Para ello, es necesario saber bien quién es Jesucristo, pues fue Él quien padeció, murió y resucitó. Veamos, primero que todo, algunas definiciones que nos da el mismo Cristo en el Evangelio:

Él nos dice: “Yo soy Hjo de Dios” (Jn 10, 36); “Yo soy el Mesías” (Jn 4, 26); “Yo soy Señor” (Jn 13, 13); “Yo soy Rey” (Jn 18, 37); “Yo soy Maestro” (Jn 13, 13). Esas dos son definiciones claves, no es Cristo un hombre cualquiera. Es grandioso, es Dios, y como tal hay que amarlo y adorarlo, como en retribución, pues Él nos amó primero, y nos amó tanto que dio su vida por nosotros. “En esto conocemos el amor: en que Cristo dio su vida por nosotros” ( 1 Jn 3, 16).

Además hay otras definiciones de Cristo, muy pascuales porque están relacionadas con elementos que son vitales para nosotros:

“Yo soy el agua”. “El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en una fuente de agua que brota hasta la vida eterna” (Jn 4, 14). “Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Ap 21, 6). ¿En qué consistirá esta agua? En su vida misma, y nos la comunica, nos la da, a través de los sacramentos que nos vivifican, o sea, sobre todo, en la Eucaristía y la Confesión.

“Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en oscuridad sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). “Yo soy la luz del mundo” (Jn 11, 25).

“Yo soy la vida” (Jn 11, 25). “Yo soy la resurrección” (Jn 11, 25).

Estas tres definiciones de Cristo, en las que él se nos presenta como agua, luz y vida, son muy interesantes en Pascua. Por eso en las misas de cuaresma se leen tres evangelios claves:

a) uno en el que habla con la Samaritana y le recomienda el agua que él da.

b) otro en que le devuelve la vista a un ciego de nacimiento diciéndole que él es la luz;

c) uno en el que resucita a Lázaro, y le asegura que él es la vida.

Y ya sabemos entonces que ese Cristo que se nos define tan maravillosamente, “pasó”; o sea, tuvo un paso, hizo su Pascua. Eso es Pascua: paso, transición, de la muerte a la vida. Eso es lo que celebramos. Así nosotros debemos pasar también, tener nuestro propio ‘paso’ imitándolo a él. ¿Pasar de qué a qué? Pues del vicio a la virtud, del pecado a la gracia, de la frialdad a la piedad, de la maldad a la santidad. En eso consiste nuestra propia Pascua. Por eso son importantes, y necesarios los sacramentos donde se nos da a Cristo Resucitado: la confesión, y la comunión. Solo con ellos, y con la oración y las obras buenas, podremos estar vivos espiritualmente. Para eso celebramos la Pascua.

A aprovechar entonces muy bien este tiempo: a pasar de la muerte (el pecado, los vicios, la pereza, el desinterés, la desidia) a la vida (la exigencia, la gracia, el apostolado, la obediencia, la excelencia). No tiene sentido celebrar externamente los ritos de nuestra liturgia, y alegrarnos exteriormente con el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, si no ponemos un verdadero y auténtico esfuerzo por triunfar nosotros sobre el pecado y los vicios. A todos nos espera Cristo resucitado en la confesión y en la misa. ¡Felices Pascuas de Resurrección!

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