Hemos empezado el tiempo de Adviento, con el que la Iglesia inicia su nuevo Año Litúrgico, marcado por la espera gozosa del Redentor y Salvador, Nuestro Señor Jesucristo. Cada año es una nueva y renovada oportunidad para adentrarnos en el misterio de Cristo, a través de la meditación y conmemoración de su Vida, Pasión y Resurrección.
El Adviento aparece de forma muy temprana en la liturgia latina, como un tiempo de preparación inmediata a la Navidad. Progresivamente se va extendiendo en el tiempo hasta llegar a la estructura actual de cuatro domingos de Adviento.
Durante este tiempo la Iglesia celebra, además, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Ella que nos acompaña en este tiempo de espera con su actitud confiada, silenciosa y orante.
Es un tiempo de marcado tinte penitencial: el color litúrgico propio es el morado, se deja de cantar o recitar el Gloria en la Santa Misa y el órgano solo debe sostener el canto, además de no haber adorno floral alguno excepto el domingo Gaudete, donde además el sacerdote puede utilizar los ornamentos rosados.
Como acabo de decir, el Adviento reviste un carácter penitencial. La austeridad en la liturgia y en la vida del cristiano deberían preparar a la venida del Señor de la historia, de Aquel que viene a redimirnos. Cristo, Alfa y Omega es el compendio de todo y el único Salvador.
Desgraciadamente, en nuestras iglesias, parroquias y comunidades -a menudo- lo único que cambia es a lo sumo el color litúrgico y presencia de la corona de Adviento.
Nuestra vida como cristianos debería de estar informada por la liturgia y la vida espiritual y no ser un mera opción social.
Es por ello que el tiempo del Adviento nos invita a adentrar en nosotros mismos, no a modo de introspección egoísta y alejada de la realidad, sino para poder entrar en lo más profundo de la morada de nuestra alma, donde Dios habita.
Como diría San Juan de la Cruz:
Olvido de la criatura/recuerdo del Criador/atención a lo interior/y estarse amando al Amado.
Más oración y más ayuno, para vivir cristianamente la Navidad
El tiempo litúrgico en el que nos encontramos nos ofrece los elementos para poder vivir una preparación a la Encarnación del Verbo.
Esa preparación recuerda a las vigilias de preparación a las solemnidades de las Órdenes religiosas, en las que los frailes y monjas hacían ayuno y abstinencia, y se tenía más oración.
Dicho sea de paso, esa tradición en las Órdenes desgraciadamente se perdió, como tantas otras observancias que ayudaban a la santificación de los religiosos.
¿Cómo es posible hablar de «Navidad» si de hecho se ha relegado -por no decir borrado- el aspecto religioso?
En esta sociedad nuestra del ruido, de lo superficial, de lo aparente, qué mejor que vivir este tiempo desde la liturgia, meditando la Palabra de Dios, las oraciones de la Santa Misa, viviendo como si éste fuera nuestro último día, porque no sabéis en qué día ha de venir el Señor (Mt 24,42).