Introducción
En su profética novela «1984», el escritor inglés George Orwell anunciaba los peligros del “neolenguaje” y el “doblepensar”, métodos por medio de los cuales el totalitarismo del “Gran Hermano” o “Hermano Mayor” dirigía los destinos y las mentalidades de una gran cantidad de personas. Las amenazas descritas por Orwell se han hecho reales en el mundo de hoy, movido por la publicidad y la propaganda ideológica cuyo ocaso no coincidió con el supuesto fin de las grandes ideologías. Grupos políticos y económicos tratan hoy, con herramientas bastante sofisticadas, de manejar las mentalidades para fines muy precisos como el consumo, la adhesión a un modo de pensar o, en el peor de los casos, el silencio de quienes pudiendo cuestionar y hacer una crítica profunda, se conforman con la pasividad de un relativismo moral pregonado a toda voz mientras se izan las banderas del multiculturalismo, la pluralidad y la diversidad.
Cómo se vinculan la manipulación descrita y el lenguaje es lo que el presente artículo quiere desarrollar o, por lo menos, esbozar con la ayuda de distintos pensadores que han abordado el asunto y cuya lectura se recomienda de antemano. Se comenzará con una introducción al tema de la manipulación desde la propuesta de Alfonso López Quintás, explicando luego quiénes manipulan y con qué intención, para terminar con la estrategia manipuladora a través del lenguaje citando algunos ejemplos.
Manipular es reducir
La diferencia entre los objetos y las personas radica en que aquellos se “manejan”, se mueven según la motivación de quien los usa, quien previamente ha elegido el fin, el sentido que tiene darles un uso determinado. Un objeto es una realidad delimitable, asible, ponderable, carece de iniciativa y libertad de conciencia. No se siente, por esta razón, rebajado de condición si es tomado como medio y convertido en utensilio y luego en “cacharro” o “trasto” cuando ya no sirve para nada.
Todo lo contrario ocurre con las personas, quienes dotadas de inteligencia, voluntad y sentimientos, son capaces de iniciativa y pueden sentir o no inclinación a colaborar con las demás personas. Por lo tanto, “Si es tomada como mero instrumento al servicio de proyectos elaborados por otras personas, la persona humana se siente rebajada a condición de objeto. Este rebajamiento ilegítimo es la manipulación” (López, 101).
La reducción de la persona a ser un simple instrumento se realiza de muchas formas. Una de las más conocidas es la reducción de la figura de la mujer en la publicidad. Colocar la foto de una modelo semidesnuda junto a un determinado producto permite que dicha marca se fije en la mente de quien la observa. La actriz María Schneider, protagonista de la película El último tango en París confesaba el maltrato sufrido durante el rodaje, mostrando las graves consecuencias de la manipulación en el caso de la pantalla grande:
“He sido explotada: no era famosa, era solo una mujer, que además tenía diecinueve años. Por aquello recibí en total cinco millones de liras. Mientras Marlon Brando y Bernardo Bertolucci (director) continúan ganando dinero con aquella película, yo paso verdaderas dificultades para poder vivir… Me pusieron la etiqueta de la chica del tango. He sido aniquilada por esa película. Para mí fue una violencia moral. La desnudez es algo que no debería ser explotado de esa manera por el cine” (López, 104).
La manipulación se logra también mediante la disminución o anulación total de la capacidad de pensar por cuenta propia, con criterios propios, desde una posición bien definida. Así, la persona se convierte en un mero títere que actúa de acuerdo a los intereses de quienes están por encima de él y que, sin saberlo, la utilizan.
¿Quién Manipula?
Alexis de Tocqueville en su estudio de la vida democrática norteamericana hacía algunas observaciones que cobran vigencia al mirar (aunque no solo) el actual panorama de la política; en su famosa obra La democracia en América, Tocqueville afirma:
“Bajo el gobierno absoluto de uno solo, el despotismo, para llegar al alma, hería groseramente el cuerpo; y el alma, escapando de sus golpes, se elevaba gloriosa por encima de él, pero, en las repúblicas democráticas, no procede de ese modo la tiranía; deja el cuerpo y va derecho al alma. El señor no dice más: Pensaréis como yo, o moriréis, sino que dice: Sois libres de no pensar como yo; vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis; pero desde ese día sois un extranjero entre nosotros. Guardaréis vuestros privilegios en la ciudad, pero se os volverán inútiles; porque, si pretendéis el voto de vuestros conciudadanos, no os lo concederán y, si no pedís sino su estima, fingirán todavía rehusárosla” (261).
Alexis de Tocqueville
Quien manipula busca ejercer influencia sobre la inteligencia, la voluntad y los sentimientos del hombre. Este deseo está motivado y orientado básicamente por dos intereses fundamentales:
1. Orientar la conducta de las personas respecto a una acción fútil e intrascendente que no afecta el núcleo de la vida personal. Por ejemplo, el publicista que con un equipo interdisciplinar de psicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos, etc., busca incrustar en la mente de los posibles compradores la idea de la bondad del mismo, suscitando un sentimiento de atracción que determina la voluntad de obtenerlo.
2. Imponer a la gente toda una ideología y configurar la vida social a su medida; las ideologías surgen cuando los sistemas de pensamiento se encapsulan y buscan solamente su supervivencia, alejándose de la realidad, cuyo análisis les daba sentido en otro momento. El método de propaganda soviético, por ejemplo, mostraba las inclemencias a que eran sometidos los trabajadores en las industrias capitalistas, lo que despertaba un sentimiento de adhesión al partido mucho mayor e identificaba al extranjero “no comunista” como un enemigo a aniquilar por medio de la lucha ideológica.
A partir de lo anterior quedan claras dos tendencias adoptadas por el manipulador; una, que esconde un interés superficial y momentáneo que podría identificarse más con el consumo, y otra, que es ideológica, pues aspira a conseguir adeptos, moldeando las mentes de las personas. Aunque algunos autores agrupan estas dos formas de manipulación en el conjunto de lo ideológico, se prefiere aquí distinguirlas y tratarlas por separado.
Todo aquel que manipula encuentra a quienes se resisten a su afán manipulador como enemigos peligrosos, por lo cual trata de apartarlos mediante la técnica del “paria”, es decir, señalándolos como personas defectuosas, equivocadas, “corrompidas” en un caso extremo. De este modo, para los marxistas, el “paria” era el burgués; para los nazis, el judío; para una mentalidad progresista, el conservador. Hace ya un buen tiempo, algún comercial de refrescos transmitido en varias cadenas televisivas colombianas hacía mofa de quienes aún no lo habían consumido, ordenando al resto por medio de una numeración, así, quien primero la había probado era el número uno, el segundo, el dos; fuera de que aquellos perdían su nombre para pasar a identificarse con un número, ridiculizaban a todos los que se presentaban con su nombre de pila demostrando así no conocer todavía el refresco; en otro comercial de celulares, quien no tenía un determinado tipo de teléfono era excluido por su grupo de amigos e ignorado. Con estos ejemplos no se quiere hacer gala de un moralismo extremo que se rasga las vestiduras y añora un tiempo pasado en el que “todo fue mejor” sino mostrar cómo la manipulación usa de manera sutil el desprecio y la exclusión como estrategias para dominar la mentalidad y la libertad de las personas.
En la actualidad, las grandes multinacionales, sustentadas siempre en visiones del mundo revolucionarias, manipulan mediante la fuerza publicitaria que las respalda, difundiendo descaradamente la ideología de género, la “ecolatría”, el aborto, el relativismo y el tolerantismo mediante un planeado y proyectado sistema de control mental.
El lenguaje, clave de la manipulación
No sin razón afirma el apóstol Santiago que “la lengua es un miembro pequeño y puede ufanarse de cosas grandes. Mirad qué fuego tan pequeño qué selva tan grande incendia” (St. 3,5), y es que por medio de la palabra se puede hacer mucho bien o mucho daño y, por eso, se convierte en clave del proceso manipulador. López Quintás señala en El secuestro del Lenguaje:
“Nada hay más grande en la vida del hombre que el lenguaje y nada más temible. El lenguaje es una realidad bifronte, un arma de dos filos. Puede construir una vida o destruirla, puede ser tierno o cruel, acogedor o arisco, veraz o falaz. Con una palabra puedo atraerte hacia mí, manifestarte mi amor y desear, con ello, que existas sin fin, o bien repelerte, expresarte mi odio y dar cuerpo a mi pesar por tu misma experiencia” (194).
Alfonso López Quintás
Debido al impacto automático que genera, el lenguaje tiene la contundencia suficiente para someter al ser humano a vasallaje por parte de una forma determinada de pensamiento, a esclavizarlo sin que él se dé cuenta. Según López Quintás, la fuerza de arrastre propia del lenguaje arranca de las posibilidades que tiene en orden a:
- Sacar partido del prestigio de ciertos términos.
- Ensamblar dichos términos estratégicamente en ciertos esquemas mentales.
- Confundir a las personas con determinados planteamientos
- Vencerlas con el empleo de ciertos procedimientos falaces.
Así, términos como “progreso” o “paz” se convierten en la llave maestra con la cual pueden abrirse las mentes de muchas personas. Se supone que todos caminamos al ritmo del progreso y por lo tanto todo lo que se opone a él es anacrónico, antiguo, inválido y hay que desecharlo; tachar a alguien de “conservador” es, según lo anterior, la forma más efectiva de que un cierto grupo humano lo identifique como alguien cerrado a los cambios, tradicionalista, hermético e intolerante pues se opone al cambio, al avance, a lo nuevo, que si se piensa lógicamente no tiene por qué ser necesariamente bueno pero cuenta con una carga lingüística que así lo hace aparecer.
Por otro lado, quien se ha robado el concepto de “paz”, haciéndolo el slogan de su propia agenda política, acusará de “promotores de la guerra” a todos sus opositores, logrando que los demás lo hagan y ocultando, muy posiblemente, los vacíos y errores de su programa, mediante una manipulación y un uso abusivo de un término talismán, que hechiza a las masas: paz.
La manipulación a través del lenguaje no solo se da mediante la exaltación de términos como “progreso”, “tolerancia”, “diferencia”, “pluralismo” y “librepensamiento” sino también a través de la ocultación y descrédito de otros como “bien”, “mal”, “verdadero”, “falso”. La filosofía misma, o mejor, los filósofos han caído en el juego de no poder usar con libertad la palabra “verdad” que es, por esencia, el motivo único de sus pesquisas ya que, de acuerdo con un afán manipulador, escondido bajo el burdo disfraz de la novedad y la ruptura con la tradición, usar dicho término es “intolerante” y se presta para “excluir” y, por lo tanto, la verdad no existe, existen “verdades”, cada una tan válida como las demás.
A esta altura del proceso ya se ha dado el paso de la utilización de una palabra a la estructuración de un esquema mental y, posteriormente, a la confusión, pues donde no hay verdad no hay juicio, no hay cuestionamientos, no hay crítica; la persona es, en ese preciso momento, moldeable por ciertas fuerzas que se imponen y que reemplazan al Gran Otro, al absoluto, al Dios cuya acta de defunción expidieron ya los filósofos nihilistas a finales del siglo XIX. Decía Dostoievski que “si Dios no existe todo está permitido” (941); tal vez habría que señalar que nada está permitido pues las reglas dejan de ser impuestas por una naturaleza y una objetividad representada por el ojo de Dios y pasan a ser decididas por las fuerzas ideológicas y de consumo que, por medio de la manipulación, crean formas de pensar de acuerdo a sus intereses. Ya el lúcido escritor inglés Gilbert Keith Chesterton denunciaba, hace más de 70 años, lo falaz de algunos intereses modernos por ocultar la palabra “bien” a la que antes se hacía referencia:
“Cada una de las frases y de las ideas modernas populares es una trampa para esquivar el problema de lo que es el bien. Nos gusta hablar de ‘libertad’; es una trampa para evitarnos tratar del bien. Nos gusta hablar de ‘progreso’; es una trampa para evitarnos tratar del bien. Nos gusta hablar de ‘educación’; es una trampa para evitarnos tratar del bien. El hombre moderno dice: ‘Dejemos de lado todos estos tópicos arbitrarios y acojámonos a la libertad’. Esto lógicamente manifestado quiere decir: ‘No decidamos lo que es el bien, pero no dejemos de considerar bueno el hecho de no decidirlo’. Dice también: ‘Abajo las viejas fórmulas morales ¡Viva el progreso!’. Esto, lógicamente formulado significa: ‘No decidamos lo que es el bien; pero decidamos si podemos lograr mucho del bien’” (p. 328-329).
Gilbert Keith Chesterton
Conclusión
De este modo queda demostrado cómo a través de ciertos términos “talismán” y de ciertas formas de expresión se ejerce una manipulación que reduce al ser humano a un mero objeto, pudiéndolo manejar a través de un método en el que el lenguaje juega un papel primordial. Hoy en día se quieren legitimar delitos atribuyéndoles el carácter de derechos y, usando un lenguaje ambiguo, confuso y oscuro se pretende engañar a la sociedad pretendiendo que se deje llevar por los caminos que determinadas agendas ideológicas y de consumo le trazan en contra de su propia dignidad. La voz del Gran Hermano, que continuamente repetía por los altavoces “la guerra es la paz” y “el amor es el odio” todavía se escucha hoy con más fuerza, con más potencia, con intereses muchísimo más escabrosos, y solo reconociéndola y haciendo un uso adecuado de la lógica y la rectitud de pensamiento podrán desenmascararse sus viles maniobras manipuladoras.
Bibliografía
Chesterton, Gilbert Keith. Herejes en Obras Completas. Barcelona: Plaza y Janés, 1952.
Dostoievsky, Fiodor. Los hermanos Karamázov. Trad. Natalia Ujánova. Barcelona: Cátedra, 2000.
Figari, Luis Fernando. Lenguaje, Homogeneización y Globalización. Lima: VE, 1998.
Gómez Dávila, Nicolás. Sucesivos escolios a un texto implícito. Bogotá: Villegas Editores, 2005.
López Quintás, Alfonso. El secuestro del Lenguaje. Madrid: Asociación para el Progreso de las Ciencias Humanas, 1987.
Orwell, George. 1984. Barcelona: Destino. 2007.
Sagrada Biblia. Versión crítica sobre los textos hebreo y griego. Trad. José María Bover y Francisco Cantera Burgos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1957.
Tocqueville, Alexis de. La democracia en América. Trad. Luis R. Cuéllar. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
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