El Ph.D., periodista e historiador colombiano Carlos Gustavo Pardo analiza, como columnista invitado de Razón+Fe, el desafío al que se enfrenta el padre Francisco de Roux, recientemente designado como presidente de la Comisión de la Verdad, justo un año después de la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc. Y llama la atención sobre “un grave horizonte de riesgos sobre el proyecto de nación a futuro”, por la participación política que negoció la guerrilla.
En Colombia se han dado algunas de las confluencias y confrontaciones más severas entre intereses de la economía y la política internacional, casi siempre en perjuicio del bienestar, la paz, la tranquilidad y el desarrollo auténtico de la población. A lo largo de las décadas, poderes externos y locales han luchado por el control del país, forzando a los colombianos a combatir entre sí hasta la muerte, en defensa de ideas y propuestas que no los benefician, y exacerbando los ánimos con ideologías o mentalidades que no responden a los valores profundos que históricamente han dado identidad a esta sociedad.
El socialismo revolucionario dictado, según la ocasión, desde Moscú, La Habana o Caracas; la ideología de seguridad nacional aplicada al estilo de la Escuela de la Américas o de la guerra subcontratada; las técnicas paramilitares aprendidas de sanguinarios e impunes mercenarios internacionales; las polarizaciones de la guerra fría; la demanda desaforada de drogas desde el primer mundo, y los intereses de grandes multinacionales de Norteamérica, Asia y Europa han sido algunos de los factores que, con la decidida complicidad de autoridades, poderes o talentos locales, han sumado a la prolongación y degradación del viejo conflicto colombiano.
En efecto, la particular facilidad de nuestra guerra para asimilar nuevos motivos sin resolver nunca los anteriores se remite, en última instancia, a la inveterada incapacidad de las élites locales para realizar un proyecto de nación verdaderamente incluyente, justo y equitativo, centrado en la construcción valiente y arriesgada de una Colombia para los colombianos. Una capaz de hablar fuerte con su propia voz, que es en primer lugar la de las víctimas de las violencias físicas, morales o estructurales, en el concierto de los intereses internacionales.
El proceso de paz firmado hace exactamente un año entre el gobierno Santos y la guerrilla de las Farc, actualmente en proceso de desmovilización, ha significado para el país una notable reducción de la violencia armada, que sin duda ha salvado vidas humanas; pero acarrea a la vez, por los términos en que se firmaron los acuerdos, un grave horizonte de riesgos sobre el proyecto de nación a futuro, resultante de la participación en la tajada de poder político que negoció la guerrilla a cambio de dejar al menos una parte de sus armas.
Una tarea que no está exenta de riesgos
Entre los aspectos positivos del proceso se encuentra, sin embargo, la creación de la Comisión de la Verdad, encargada de esclarecer los hechos más relevantes del conflicto y exponer sus causas, consecuencias y responsabilidades para la historia y la reparación moral de las víctimas.
Una tarea de esas dimensiones no está exenta de riesgos, tales como incurrir en parcialidad ideológica o política, no satisfacer las demandas de justicia y rigor históricos, o incomodar a aquellos sectores ventajosos y triunfalistas, tanto del establecimiento como de la insurgencia, que desean ocultarle al país y al mundo sus gravísimas e inolvidables responsabilidades en el escalamiento y degradación del conflicto.
Por eso es importante que un miembro y representante de la Iglesia Católica, institución que ha sabido mantener el respeto y la confianza de todas las partes, ocupe la presidencia de la Comisión de la Verdad. El designado al cargo, padre Francisco de Roux, exprovincial de los jesuitas, comprometido desde hace décadas con proyectos y modelos de construcción de paz internacionalmente reconocidos, reúne todas las calidades para liderar un proceso tan relevante y delicado como es la elaboración de un relato equilibrado e incluyente que esclarezca responsabilidades históricas en la compleja maraña de las dinámicas de nuestra guerra.
Sin duda, una tarea de tal magnitud contará con el apoyo y el respaldo de los diversos niveles jerárquicos de la Iglesia, y no solo a nivel nacional, máxime por encontrarse la Santa Sede, y en particular el papa Francisco, jesuita como el padre de Roux, tan vivamente interesados y atentos a los progresos de la reconciliación y la construcción de una paz justa, estable y duradera para Colombia.
Los sectores socialmente comprometidos de la Iglesia conocen perfectamente las complejidades del conflicto armado y es necesaria una voz de probada independencia de intereses políticos y económicos locales o foráneos, para liderar una sólida construcción de nuestra memoria histórica, capaz de mostrarle por igual a la izquierda y a la derecha, a los empresarios, los militares, los políticos, los guerrilleros o la contrainsurgencia y, sobre todo, a las generaciones futuras, qué es lo que, en nombre de la dignidad del pueblo colombiano, no se puede volver a repetir en la vida de este país.
Primera gran oportunidad para comenzar a construir, de verdad, una Colombia para los colombianos.
*Foto de portada: laotracara.co.
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