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La Razón del Corazón

Tom 1
Escrito por Sin Medida

Dios nos hizo a su imagen y semejanza, para que amemos de corazón. Este deseo de Dios fue rechazado por los hombres que preferimos el pecado.

Pero el Verbo se hizo carne, nos amó con un corazón humano que fue traspasado y derramó hasta la última gota de Su preciosa sangre.  De manera que por medio de Él los corazones humanos sean sanados.

La Virgen Santísima entregó su corazón junto con el de Jesús en la cruz.  Así se manifestó en el más alto grado el amor con que siempre vivió.  Ella guardaba todas las cosas en su corazón.

Dios desea que todos los hombres abran también su corazón a su amor infinito y así vivamos como hijos suyos.  Para lograrlo se nos dan los corazones de Jesús y María.   Estos dos corazones están destinados a reinar sobre todo.

Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María

Por: Tomás Arturo Rodríguez.

Economista y maestro en economía de la Universidad de los Andes. 24 años. Integrante del Movimiento Interuniversitario Sin Medida.

Me atrevo a decir que el anhelo más grande que hay en tu corazón es el amor y que lo que más falta te hace es sentirte profundamente amado. Como dice el beato Dom Columba Marmion:

“Y es que nada empuja al amor como el saber y sentirse amado”.

Aunque tengas este anhelo, es posible que en ocasiones en vez de sentirte amado y saber que te aman, te sientas solo, triste y abandonado. Seguramente, tú has vivido sucesos que han desgarrado tu corazón y has resuelto en desconfiar, en ser indiferente, en huir o en rechazar. Quizás, hasta haya empezado a crecer odio, ira o rencor en tu corazón a causa de esto. Tal vez has arruinado alguna relación con alguien que tiene un valor especial para ti por miedo al dolor. Puede ser que hayas preferido protegerte en vez de salir lastimado otra vez. Pero sigues buscando el calor, la luz y la cercanía a pesar de esto. Seguramente detestas el sufrimiento, ahogas tus penas y buscas sanar en paños de agua tibia. Quizás hayas perdido la esperanza y volverlo a intentar te cuesta cada vez más. Has preferido dejar de escuchar a tu conciencia y has abandonado los sueños y la inocencia que tuviste en tu niñez. Es posible que te cueste cargar, día tras día, con tus deberes y que no sepas bien para dónde vas o qué hacer para recuperar eso que has perdido. Y, sin embargo, basta con que escuches una palabra de aliento o que te den un leve empujón de apoyo para que vuelvas a retomar el rumbo.

Tom 2
Flores en el desierto de Atacama, sin autor.

El corazón es “lo más profundo del ser” (Jr 31, 33). En este puedes guardar muchos deseos pero en un corazón de cristal y dulce como la miel solo cabe un deseo: el deseo de amar de verdad. Este mundo no es un impedimento para que llegues amar así pues las fuentes de la vida brotan de un corazón humano que guarda este deseo (Prov 4, 23).

Al guardar este deseo en tu corazón puedes aprender a amar que es lo mismo que conocer a Dios. Para conocerlo tienes que hacerlo como lo harías con cualquier otra persona aunque Él te conozca primero y lo haga completamente. En realidad, no se puede amar lo que se desconoce.

Pero, en una “conversación de corazón a corazón”, como lo dice el lema del beato Cardenal Newman, se entabla la primera relación entre lo más profundo de tu ser y el amor de verdad.

Es en este abrazo en el que puedes contemplar tus impurezas y amarguras y dejarte limpiar por la verdadera pureza y dulzura.

Si ves bien, purificar tu corazón puede llegar a ser el medio de tu salvación. Es en este reconocer en el que conoces a Dios una y otra vez. Así puedes ir guardando en tu corazón lo que le agrada a Dios a pesar de tus caídas. A final de cuentas, esto es lo que te llena de gozo y de vida. Es más, Dios ha estado en toda tu vida a pesar de tu falta de fe, de tu infidelidad con Él y de tus momentos más dolorosos y tristes. Dios te invita a reconocerlo y además te invita a que tengas una relación íntima con Él para que puedas hacer de tu vida una obra de amor. Es que Dios te elige a ti aunque sea difícil de creer. Él escoge a los más pequeños y a los más humildes. Dios te escoge para su gloria gracias a tu debilidad.

Tom 3
Río Amazonas (Paul Harris).

Debes cuidar que tu corazón no se endurezca ni que se pose sobre falsas promesas. Para hacer esto es necesario tener ciertas precauciones al revisar tu corazón ya que toda impureza nace del corazón y no por fuera de éste (Mc. 7, 20:23). Por ejemplo, San José María dice en Camino (183):

“Si guardáis la vista habréis asegurado la guarda de vuestro corazón.”

Los peligros de que tu corazón se endurezca son el egoísmo y perder la vista de la eternidad, que es lo mismo que vivir una vida plana y sin sentido. Cuando vivimos una vida plana vivimos para nosotros mismos y perdemos la oportunidad de hacer que brote vida de nuestras relaciones y de nuestro afecto. ¿Te imaginas a un padre que no festeje el regreso del hijo que creía perdido? Estoy seguro de que los recuerdos que más atesoras son los recuerdos en donde te sentiste amado porque en estos momentos hubo vida, y no muerte, en tu corazón. Quizás, fueron los momentos en los que sentiste que tu familia estaba unida, que pertenecías algún grupo de amigos o a una comunidad o en los que encontraste dentro de ti la vocación y los propósitos de tu vida. Así, puedes vislumbrar el plano de tu santidad: abrazando la cruz de Cristo y cargando la tuya a pesar de tus heridas abiertas y de tus humillaciones.

Además, un corazón de carne es un corazón que anhela la unidad y que busca saciar su sed en lo que verdaderamente la sacia. Es un corazón humano que recibe al cuerpo de Cristo para que se vuelva uno con su cuerpo. Es gracias a este anhelo que puedes negarte a ti mismo y amar fielmente. Para ser fiel a este anhelo es necesario permanecer y perseverar. Un esposo fiel es aquel que ama completamente a su esposa y a sus hijos. ¿Te imaginas un esposo que no se regocije con su esposa o que no se siente en la mesa con sus hijos? Aún más, un corazón seco es aquel que le hace falta el agua de la vida, como el de la mujer samaritana que había sido juzgada y aislada por las demás mujeres de su comunidad. Su corazón era un pozo seco pues para que ella se sintiese perdonada era necesario que tuviera consuelo y pruebas de amor (2da Cor 2, 5-11).

Dios, en su misericordia, se acerca a tu corazón y te pide que de este brote agua, agua de vida, como si de una roca brotase agua. Él se sienta contigo en la mesa, a pesar de que seas un pecador o un publicano porque es un hogar. ¿Qué más quiere Dios sino que ardan nuestros corazones de y por amor como la hoguera que arde en el centro de un hogar como lo es tu corazón?

Tom 4
Hoguera que arde en la noche, sin autor.

Es difícil creer en lo que no vemos. Sin embargo, el sufrimiento es una situación especial que nos permite acercarnos tanto a Dios que es posible creer, aunque no veamos. Además, confiar en que las promesas de Dios se van a cumplir en nuestras vidas es un acto de amor porque la espera ensancha el corazón. Es por esto que la paz que deja la esperanza es un milagro que solo se da de un sufrimiento como la tristeza, la soledad o la enfermedad. Entonces, Dios sana nuestros corazones en esta espera cuando nos encontramos con Él.

Un sacerdote me contaba que San Charbel curaba al dar abrazos, en el afecto y con su tacto, y que ahora de su cuerpo incorrupto brota un aceite que tiene propiedades curativas. Es que nada sana a un corazón como el verdadero amor, en todos los aspectos de nuestras vidas. Solo imaginemos la cercanía que tuvo San Juan, el discípulo amado, al Sagrado Corazón de Jesús solo con recostarse en su pecho. De verdad que la cercanía al Sagrado Corazón reconforta, reconstruye y revive. San José María dice en Forja (500):

“Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites”.

Con razón que de Cristo crucificado brotaba sangre y agua de su preciosa herida en el corazón. Al final, es necesario confiar en Él para abandonarnos en su providencia. Bueno, pero ¿cómo podemos curar un corazón herido? Amando. A Dios por encima de todas las cosas y a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Nuestra herida no va a cicatrizar si no nos amamos a nosotros mismos y mucho menos vamos a amar a nuestro prójimo. Es necesario atrevernos a vislumbrar las sombras que puedan haber en el corazón para que Dios, lentamente, deje caer rayos de luz. Si lo que tenemos es temor de algún fantasma entonces tomemos la mano de Jesús como Pedro en el mar de Galilea y pidámosle que se quede con nosotros, porque es tarde y va a oscurecer, como Cleofás y su hermano hacia Emaús. Y así, tendremos amor en vez de temor y luz en vez de oscuridad. Es decir, aprenderemos a amar, a vivir y a compartir nuestras pasiones.

Referencias

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