Ayer el Noticiero RCN presentó los testimonios opuestos de dos personas que tuvieron que enfrentar embarazos difíciles. Por una parte, la de una joven con esquizofrenia quien dice que quiere ser madre, pero en ese momento no estaba preparado para serlo, y ante la sugerencia de sus médicos aceptó realizarse el aborto.
Por el otro lado, el testimonio de la representante a la Cámara del Centro Democrático Margarita Restrepo, quien tenía un embarazo de mellizas y ante la muerte de una de ellas los médicos la urgen para que se practique el aborto de la otra niña que estaba viva. Sin embargo, ella valientemente defendió la vida de su hija, asumiendo los riesgos que esto implicaba, y hoy su hija tiene 21 años, es su gran orgullo y una fuente inagotable de alegría.
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Si bien en los dos testimonios las mujeres dicen no arrepentirse de sus decisiones, llama la atención cómo la mujer que aborta cuenta que se «preocupa» porque se volvió muy agresiva. «En una de esas sentí que había lastimado al feto… Al día siguiente ya no sentía los síntomas del embarazo», razón por la cual acude a los médicos y finalmente aborta.
La lógica retorcida de la Cultura de la Muerte en este caso es que la solución de una persona preocupada por haber lastimado al bebé que lleva en su vientre, de acabar con esa vida que tiene bajo su cuidado se tome como una decisión legítima y justa.
Por otra parte, ella no dice haber acudido a los médicos para solicitar el aborto, sino por ayuda, y en el relato son los médicos quienes le dicen que su caso entra dentro de las causales en las que está permitido el aborto.
Lo más impactante es, sin embargo, que ella concluye su historia diciendo que «allí se tomó la decisión de abortar», utilizando el sujeto indefinido del español (se tomó) en lugar de usar la primera persona (yo tomé), lo cual evidencia un distanciamiento entre su conciencia y la decisión de acabar con la vida de su hijo.
El contraste entre las dos mujeres no podía ser más evidente: quien respetó la vida de su hija hoy da la cara al mundo, asume plenamente su decisión y muestra una gran satisfacción por lo que hizo; la otra oculta su rostro por vergüenza, sentimiento sano y adecuado por lo que hizo, se distanció de la decisión que supuestamente debió haber sido solo suya, y da la impresión de haberse quedado solamente con el vacío y la soledad.
Lo irónico es que a estas tristes mujeres que terminan asesinando a sus propios hijos el lobby del aborto les ofrece esa «alternativa» como un camino a la libertad, a la realización personal y a una vida más feliz. Todo lo contrario a lo que realmente logra. Una lógica esquizofrénica, sin duda.
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