Actualidad Fe

La Dama de la Caridad

MadreUpegui
Escrito por Alejandro Usma

María Jesús Upegui Moreno nació el 24 de octubre de 1836 en Medellín, en el corregimiento de San Cristóbal.

Hace diez años Colombia se alegraba por tener, recién en el siglo XXI, su primera santa: Laura Montoya Upegui.  Por su canonización, el mundo la conoció, aunque en Antioquia ya le teníamos afecto por ser el primer fruto de santidad de nuestras tierras. Como los planes de Dios escapan a nuestra comprensión, en esa misma familia Dios suscitó otra mujer, María Jesús Upegui Moreno, tía de Laura, para ser en la Medellín todavía villesca de finales del siglo XIX e inicios del XX, un apóstol incansable de caridad y servicio desinteresado para los niños, los pobres, los ancianos, los enfermos, las prostitutas y los locos.

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Los niños, porque fundó casas de huérfanos para acogerlos, atenderlos, cuidarlos, educarlos y buscar para ellos un futuro promisorio y sólido, logrando que las autoridades dieran soporte a esta causa.

Los pobres, porque recogió limosnas y ayudas para saciar el hambre, acudió con fortaleza y amor a su obispo para demandarle ayuda en la atención a los preferidos de Dios, y la obtuvo, fundando la casa para los pobres.

Los ancianos, para quienes fundó la casa de San Antonio, conmovida por su soledad y abandono, y para quienes buscó dignidad, techo, y cubrir sus necesidades básicas al final de sus vidas, cuando ya estaban sumidos en el abandono.

Los enfermos, porque dirigió el Hospital San Juan de Dios buscando lo mejor para ellos y acompañó y asistió a los que estaban en el ocaso de su vida preparándolos para una buena muerte, buscando que recibieran la fuerza de la eucaristía en el Sagrado Viático, socorriéndolos con amor en sus necesidades cuando nadie más se hacía cargo de ellos.

Las prostitutas, porque se conmovía de ver las carencias afectivas y espirituales que tenían estas pobres mujeres, muchas veces con la prostitución como única salida a sus necesidades, y las ayudaba organizando para ellas charlas, retiros espirituales, capacitación en algún oficio, para que salieran de su situación y pudieran criar a sus hijos con dignidad.

Y los locos, sus queridos locos, que así se les llamaba entonces, o enajenados mentales; porque a esta mujer de temple recio y de inquebrantable amor a Dios y a las almas le movía las entrañas ver que a los enfermos mentales los trataban como a delincuentes y no existía una institución o dependencia que se ocupara de ellos, y eran metidos a la cárcel, como si fueran infractores de la ley.  Esta enorme preocupación suya la empujó a fundar la casa de enajenados, luego llamado manicomio municipal (el que funcionó en una casa que hoy es patrimonio en Aranjuez, en terrenos donados por ella misma) y que hoy es el Hospital Mental de Antioquia; institución estatal que desde 2021, en el año centenario de la muerte de María Jesús Upegui, por ordenanza de la Asamblea Departamental de Antioquia, lleva el nombre de su fundadora y primera directora, honrando así su memoria.

María Jesús Upegui Moreno nació el 24 de octubre de 1836 en Medellín, en el corregimiento de San Cristóbal. Como Dios elige para sí a los que quiere desde siempre, muy jovencita María Jesús sintió que lo suyo era salir de sí misma y dedicarse a los demás. En un contexto histórico marcado por fuertes tradiciones culturales, en el que las mujeres jóvenes debían casarse y formar hogares, María Jesús sintió que la voz que la llamaba no era la de un esposo común y corriente, sino la de Jesús, que la quería solo para Él, sirviendo a los necesitados. A Él lo contemplaba en el Sagrario, pues fue particularmente fuerte su devoción por la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.

A sus quince años rompe esquemas saliendo de su casa, a fin de poder tener tiempo libre para dedicarse a servir: es activa enseñando el catecismo a los niños en la parroquia, visitando enfermos, acompañando a los sacerdotes a llevar el viático a los moribundos.  No contenta con ello, se enlista en la Cofradía de san Juan de Dios, y asume el enorme compromiso de ayudar, en todo lo que le es posible, en el hospital del mismo nombre.  Entre unas y otras, sigue inquieta por hacer el bien y quiere dar más.  ¿A quién más podría ayudar? Piensa en todos los que ya Jesús había señalado en el evangelio: pobres, perseguidos, huérfanos, necesitados.  Y sin más certeza que la otorgada por la firmeza de su fe y una absoluta confianza en la Providencia Divina, con la fuerza que le dan las largas horas que pasa sumida en adoración delante del Santísimo, se lanza sin temores humanos a grandes osadías: quiere fundar casas, conseguir propiedades, buscar lugares; pero no para ella: para los pobres de Dios.  Toca puertas, busca recursos, acude al obispo, la caridad de Cristo la apremiaba en el alma y en el pecho la quemaba el afán de servir, ayudar, socorrer. La Iglesia en la voz y autoridad de sus pastores la acompaña, la asesora, y le ayuda.

Así fue haciendo el bien. Calladamente, sin aspavientos, como la semilla que el viento esparce y siembra, y la lluvia, despacio, hace germinar. Su ardiente amor a Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento y su testimonio de amor cautivó a otras mujeres, que quisieron imitarla y dedicarse a seguir a Jesucristo dejándolo todo, incluso a ellas mismas, para ayudar en las obras que María Jesús fundó, pues ya mayor, habiendo dejado sólidas muchas obras, sintió que el Señor quería que su caridad continuara y no muriera cuando ella misma tuviera que darle cuentas. Así surgió, en 1901, ya en su madurez, la Congregación de sus hijas: las Siervas del Santísimo y la caridad. 

La dama de la caridad, como la llamó la sociedad medellinense al ver todo lo que hacía, fue entonces también madre fundadora de una comunidad que hoy continúa su ingente labor haciendo el bien en múltiples facetas de la sociedad: educación, salud, social, niñez, vejez. Presentes en varios países, fundan, dirigen, acompañan y asesoran distintas instituciones y obras en pro de los demás.

La Madre María Jesús murió en Medellín, en su convento de la Plazuela de Zea, el 7 de julio de 1921.  Dispuso en su testamento, encontrado recientemente, que su cuerpo fuera sepultado en el cementerio de los pobres (era el cementerio de san Lorenzo al oriente de la ciudad) y que sus bienes fueran para los pobres y para la Iglesia.

Por sus frutos los conocerán (Cfr. Mt 7, 15) había dicho el Señor a sus discípulos. Su vida y su obra, cargadas de méritos, pero que han permanecido en gran medida ocultas para la propia ciudad en la que nació, a la que sirvió, y en la que murió, son dignas de conocer, admirar y difundir. Medellín tiene a una coterránea cuyo testimonio de fe y amor a Dios y entrega a los demás, debe ser propuesto como modelo para niños, jóvenes y adultos.  

Su causa de canonización está en curso. La Congregación para las Causas de los Santos debe estudiar su vida y evidenciar si la Sierva de Dios sí vivió en grado heroico las virtudes, para luego declararla Venerable si es del caso y continuar el camino hacia la beatificación. Los tiempos actuales reclaman el reconocimiento de este testimonio, así como un lugar más elevado para esta alma caritativa y por eso suplicamos a la Iglesia que le conceda a ella el honor de los altares y a nosotros poder imitar su ejemplo y beneficiarnos con su intercesión.

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