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Las Bienaventuranzas
Mateo 5, 1-11; Lucas 6, 20-23.
Muchos que fungen como «promotores» de la paz, y que por su condición de comunistas declarados son además ateos confesos y profesos, citan sin reato alguno el versículo 9 del capítulo 5 del Evangelio de San Mateo, que literalmente dice:
«Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios».
Manipulan la Palabra de Dios, socavan su sentido y la “ideologizan”, confirmando así aquello de que «un texto fuera de contexto se convierte en un pretexto», en este caso, para sus propios fines. Y se valen de este versículo para injuriar a los mismos cristianos que cuestionan el contenido y alcance de su osadía, llamándolos «enemigos de la paz».
De modo que, por efecto de este artilugio, se consuma la pretensión de impunidad de los sediciosos que han ejercido el terror en todas sus formas durante décadas, y ahora devienen –vea usted– en “hijos de Dios”. Y lo peor es que no faltan, entre los creyentes, quienes los prohíjen.
En contra de su falacia, el mismo pasaje enuncia no ya uno, sino dos versículos que se refieren de manera concreta a la Justicia como el antecedente necesario y el fundamento de una sociedad ordenada conforme a la Dignidad Humana y no a un ideal difuso que la degrada y cosifica.
Específicamente, el versículo 6 dice:
«Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos».
Y el versículo 10, reza:
«Dichosos los perseguidos por practicar la justicia, porque el Reino de los Cielos es para ellos».
Como se puede ver, en ninguna parte de la Sagrada Escritura la Palabra de Dios ofrece un paraíso terreno como fruto de la injusticia: y hasta donde –por sentido común– todos sabemos y entendemos, el terror, el secuestro, el narcotráfico, el minado de campos, el reclutamiento forzoso y de menores, el abuso, los abortos, las tomas, los atentados o las ejecuciones sumarias, lo son.
Pero si acaso osaran justificar su alzamiento y sus delitos precisamente en el supuesto de que lo hicieron porque tenían «hambre y sed de justicia», cabe recordarles lo que el versículo 5 deja bastante claro:
que la promesa de que «heredarán la tierra» es para los humildes, no para los altaneros y soberbios; y ello es así por la sencilla razón de que “jamás, bajo ninguna circunstancia, es lícito hacer un mal para obtener un bien”.
Sin Justicia no puede haber Paz. El primer paso es el propio sometimiento a los postulados de la Justicia por parte de quienes se han preparado para ejercerla, interpretarla y aplicarla. No les compete a ellos «reformarla» reinventándola, para acabar invirtiéndola y deformándola.
Sin Justicia no puede haber Paz. Por eso la promesa del Reino de los Cielos es para los justos. Someterse a la Justicia es el primer paso en firme hacia la Paz. Y para ello se necesita humildad, si es que esperamos sembrar y obtener algo verdaderamente bueno aquí en la tierra.
La Palabra de Dios es clara, y en nada se parece a las promesas huecas e idealistas de las ideologías.
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