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Fe, es creerle a Dios, confiar y depender de Él.

Nuestra Iglesia Católica hoy debe escuchar esta precisión que Jesús nos hace en un tiempo complejo, marcado por la incredulidad, el desánimo y la perdida de la fe.

“Les aseguro que, si fuera su fe como un grano de mostaza, le dirían a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada les sería imposible”.

Mt 17, 14-20

Servir cristianamente en el mundo moderno requiere preparación de todos los fieles buscando ser una Iglesia atenta y dispuesta al diálogo y pronta a la acogida, precisamente en los contextos dramáticos dónde constatamos que el hombre hoy lo que ha perdido no es la fe, sino la razón (cf. Chesterton).

Enfrentar esa tragedia, nos exige preparación para entrar en diálogo con un mundo tentado a quedarse a la distancia apático a lo que tenga rostro de Iglesia, así que salir con la propuesta del diálogo es ya procurar que la proximidad sea un testimonio de caridad que logre romper el hielo, vencer la frialdad y comunicar así las razones de nuestra esperanza.

Sin embargo, se debe hacer aquello sin dejar de hacer lo otro, es decir; los discípulos hoy debemos recordar que hay desafíos como los que señala el Evangelio que requieren ante todo FE combativa, recordando aquella máxima del teólogo Karl Rahner; “el cristianismo del mañana será místico o no será“, lo cual hace pensar en una exigencia superior de Fe a nuestra generación que enfrenta un mundo marcado por el materialismo y la soberbia de pretender dar muerte a Dios en peligrosas ideologias que han querido sacarle del horizonte.

Esa mística propia del cristianismo es la certeza de un Dios que obra cuando nos abándonamos a sus manos y vivimos en su comunión, la mística de una caridad incontestable. Hay en nosotros un poder grandioso que puede llegar a ser como una semilla de mostaza que se nos confirió en el bautismo y debe crecer hasta convertirse en el más robusto arbusto, esa dinámica creciente tendrá el potencial de mover montañas y se llama Fe.

Así mismo, la poca Fe es la que deja la vida misma y a la humanidad toda a merced de fuerzas oscuras que nos degradan y aplastan como revela el evangelio, en cierta forma me atrevo a inferir que la fuerza del mal espíritu es precisamente nuestra poca fe, el trabaja con nuestra duda, miedo y poca convicción, esa misma que Jesús hoy nos echa en cara.

Pidamos a Dios vivir un catolicismo con mística, es decir una Fe autentica, que plante cara al mundo y sus desafíos; una fe segura en Dios Todopoderoso y Misericordioso que nos pide; Creerle a su Palabra, Confiar en su intervención y depender de su Misericordia.

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