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Múltiples estudios muestran que los padres que rechazan el aborto y dan a luz a bebés con enfermedades terminales tienen un mejor afrontamiento emocional en comparación con quienes optan por el aborto. Investigaciones publicadas en revistas como The Journal of Clinical Ethics y Journal of Prenatal and Perinatal Psychology and Health indican que la mayoría de padres valoran el tiempo que pueden pasar con sus hijos, aunque sea breve, experimentando momentos de alegría y paz.
Los padres expresan gratitud por la oportunidad de conocer, sostener y honrar la vida de sus bebés. Comentarios como “Todo lo que mi hijo conoció fue amor”, “Atesoraré el tiempo que tuve con ella” y “No cambiaría esas seis horas por nada en el mundo” reflejan las vivencias positivas de estas familias. Si bien el proceso es emocionalmente difícil, muchos lo describen como una experiencia transformadora y empoderadora.
En contraste, estudios señalan que las mujeres que abortaron bebés con anomalías letales reportaron significativamente más desesperación, evitación y depresión. La decisión activa de interrumpir el embarazo parece aumentar la probabilidad de experimentar culpa. Aunque decir adiós a un hijo es extremadamente doloroso, madres como Teresa Streckfuss, que perdió dos bebés por anencefalia, aseguran que no cambiarían el tiempo compartido con ellos por nada.
Además, siempre existe la posibilidad de que los médicos se equivoquen en sus pronósticos. Bebés cuya muerte al nacer se daba por sentada han logrado sobrevivir, como en los casos de Esmay Parry y Karlie McCusker. El aborto, sin embargo, destruye toda esperanza. Estos hallazgos cuestionan la narrativa pro-aborto que presenta la interrupción del embarazo como la respuesta compasiva ante diagnósticos terminales.
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