“El amor por su nacimiento es creativo y busca la reconciliación a cualquier costo. Los que han aprendido el arte de la paz y lo practican saben que no hay reconciliación sin el don de la vida, y que hay que buscar la paz siempre y de todas maneras. Siempre y de todas maneras. ¡No olviden esto!”.
Papa Francisco
Escrito por Mario Fernández. Estudiante de Ingeniería mecánica.
Participante del grupo Católico Interuniversitario Sin Medida.
En los últimos meses hemos sido testigos de la compleja situación que afronta el mundo a causa de los lamentables sucesos de violencia y destrucción: masacres, asesinatos, brutalidad policial, divisiones, revoluciones y odio en redes sociales, entre otros. Hechos que son reflejo de una sociedad que se autodestruye y en la que se sufre una pandemia de odio, discordia, indiferencia y falta de humanidad; donde se ha dejado de ver al otro como semejante pero más preocupante aún, se ha perdido paulatinamente la actitud de reconciliación.
Como creyentes estamos llamados a afrontar estas realidades con los ojos de Cristo, a mantener una continua actitud de humildad y perdón, y a preguntarnos: ¿En realidad aprovechamos cada oportunidad de reconciliación con el prójimo? ¿Al equivocarnos buscamos a Dios para que nos perdone? ¿Somos personas de paz, de entrega, de amor e, incluso, somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y al prójimo?
Pues bien, la reconciliación se debe alimentar de actos, así como se alimenta al amor; si esto no sucede pierde fuerza en nuestra alma y muere, genera una ruptura en las relaciones que tenemos no solo con los demás sino con nosotros mismos, y nos lleva a un túnel sin salida en el que se fractura nuestra confianza en Dios.
Por esto ahondamos aquí en la importancia de una constante práctica de la reconciliación que, empezando por nuestro creador, siguiendo por nosotros mismos, y finalmente en la aplicación con los demás, tiene el poder de generar un gran cambio en la sociedad fracturada en la que vivimos.
El primer vínculo y la primera la reconciliación
En primer lugar, se encuentra el vínculo más importante: la relación con Dios. No vivimos una verdadera comunión si no estamos reconciliados con nuestro Señor; pero, ¿cómo nos reconciliamos con Él? La respuesta es sencilla: la Confesión. Tal y como se explica en el numeral 1424 del Catecismo de la Iglesia Católica: “Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia”.
Es así como la gracia otorgada por este sacramento se traduce en un proceso personal y eclesial de conversión, contrición y reparación por parte del cristiano pecador (CIC 1423) que no solo genera un proceso de reconstrucción de nosotros mismos sino que crea una vida espiritual activa, una continua entrega en el servicio al prójimo y una actitud de sacrificio y ascetismo. En este sentido, la confesión continua nos llama a vivir una vida virtuosa y no hay hombre más virtuoso que ”el que vive del amor misericordioso de Dios y está listo para responder a la llamada del Señor”.
Conciencia del valor de sí mismo
Consecuentemente con un estrecho vínculo con Dios, está el reconocer que como individuos necesitamos también de la reconciliación propia. Muchas veces las heridas que tenemos no solo nos impiden observar el amor de Dios, sino que ciegan nuestra alma al perdón infinito del creador y, con él, a una sanación íntegra de nuestro ser.
Ser conscientes de nuestras fallas, reconocerlas y mejorarlas, cuidar de nosotros mismos, alimentar nuestro espíritu y acompañarnos de gente que contribuya a nuestra formación son formas de reconciliarnos con nosotros mismos. Proceso en el cual no hay mejor manera de hacerlo que, guiados por la oración, buscando la gracia a través de los Sacramentos y esforzándose en escuchar y seguir la voluntad divina.
Un perdón sincero en nuestro corazón y una constante reconciliación con nosotros mismos abre el corazón a ver al otro como igual, más aún, nos permite reconocernos a nosotros como hijos de un mismo padre, entendiendo que el cambio en los demás y en los otros empieza por nuestra propia conversión sin estar señalando a los demás. En definitiva como bien lo menciona la palabra: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo, y no apartaré de él mi amor» (1 Crónicas 17,1).
Que seamos hijos de un mismo Padre nos hace hermanos con los demás, nos hace capaces de ver la reconciliación como un elemento necesario en la convivencia con nuestros semejantes. Sin el amor de Dios, sin su perdón y sin una verdadera reconciliación interior es imposible darnos al prójimo, pues nadie da lo que no tiene. Muchas veces la incapacidad de lograr la reconciliación con los otros reside en la inhabilidad personal de reconocer al otro como hermano, como hijo del mismo Padre, nos lleva a no querer dialogar, a que se anteponga la soberbia y que no se sanen heridas causadas por el otro.
Debemos ser conscientes de que nuestra naturaleza humana no es perfecta y somos propensos a lastimar a las personas, y es el amor de Dios el que nos impulsa a buscar la reconciliación. Como nos lo presenta nuestro Señor en Mateo 6, 12: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, Él es quien muestra el amor verdadero, en donde morimos a nosotros mismos donándonos sin medida y donde el perdón mutuo se vuelve una realidad del amor del Padre. Es esta propuesta de Jesús la que nos interpela a dejar a un lado sentimientos que el mundo ha normalizado como el odio o la discordia, y nos hace entender que tenemos una responsabilidad de paz y de perdón frente a quien aún sigue en búsqueda de su propia reconciliación.
Un fenómeno que evidenciamos al relacionarnos con los demás y que genera confrontación y división es la venganza. Hoy en día vemos cómo se busca la venganza por actos que aún siendo reprochables, nos deberían llamar a un diálogo y a una reestructuración de lo que somos. Jesús mismo nos instó a ser agentes de diálogo y no de venganza: “Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra” (Lc 6,29).
Esto nos hace ser seguidores de la paz, del sacrificio y nos provee de una valentía que evitaría muchos conflictos, porque ¿Cuántos hechos lamentables no evitaríamos si presentamos la otra mejilla?, sin duda un mensaje que nos cuesta pero que nos llevaría a ser santos y protagonistas de una paz mucho más trascendental, todo esto, acompañado del perdón, eje fundamental de la búsqueda de la reconciliación como nos lo muestra Jesús en el evangelio:
«Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete»».
Mt 18, 21 – 22
Debemos reconocer la importancia de la reconciliación en todas las esferas de la vida sabiendo que, si lo hacemos, estamos logrando que el Señor reine verdaderamente en el mundo. ¡Cuánto bien haríamos al mundo si fuésemos capaces de evangelizar la reconciliación, de aprovechar esa misma globalización que nos tiene en constante lucha! Como lo menciona el Padre Antonio refiriéndose al término “Globalización de la reconciliación”:
(…) extender la reconciliación a todos los hombres, en todas las latitudes y en cualquier estrato de la sociedad. Como católicos, hemos de reconciliarnos primeramente con nosotros mismos, con nuestra conciencia puesta delante de Dios y de su voluntad. A la vez, hemos de buscar la reconciliación dentro de la misma Iglesia católica, pues una persona o una comunidad no reconciliadas no podrán tampoco reconciliar a otros, (…) con nuestra oración, con nuestro testimonio, con nuestra solidaridad, con nuestra ayuda material o espiritual.
Padre Antonio (Nota del Editor: Sin más datos de referencia).
Para finalizar, no olvidemos que como creyentes, somos embajadores de Cristo, que hemos sido bendecidos con su gracia para llevarla a todos los rincones y a todos los contextos y que Cristo mismo a través de la Iglesia, instrumento de Dios, nos hace partícipes de su amor, de su gracia y de la verdadera reconciliación. Necesitamos recordar que debemos atender el llamado a ser esos agentes listos y dispuestos a reconciliar, a cambiar el rumbo que está tomando nuestra sociedad y a traer la verdadera paz que procede de Cristo.
Bibliografía:
- Novelo de Bardo, M. (2008). Tema 7. Perdonar y Disculpar. Disponible en: http://es.catholic.net/op/articulos/48153/cat/57/tema-7-perdonar-y-disculpar.html
- Catholics Come Home. (2020) Reconciliación. Disponible en: https://www.catolicosregresen.org/answers-about-confession.php
- Martinelli, M. (2020). Las indulgencias. Disponible en: https://es.catholic.net/op/articulos/57596/las-indulgencias.html#modal
- Izquierdo, P. (2020). Miércoles de ceniza. Disponible en: https://es.catholic.net/op/articulos/15200/cat/646/miercoles-de-ceniza.html
- Mutual, M. (2020). No hay reconciliación sin donación de la propia vida. Disponible en:https://es.catholic.net/op/articulos/74373/no-hay-reconciliacion-sin-donacion-de-la-propia-vida.html#modal
- Ferrari, L. (2002). El don de la Reconciliación. Disponible en: https://es.catholic.net/op/articulos/65335/el-don-de-la-reconciliacion.html#modal
- Catecismo de la Iglesia Católica (N.P) Segunda parte, segunda sección, capítulo segundo, artículo 4, 1422-1498. Disponible en: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c2a4_sp.html
- Biblia de Jerusalén
*Agradecimientos especiales a Laura Sánchez y Juan Sebastian Mora
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