Por estos días se mueve Medellín: acoge a la asamblea general de la OEA, tendrá su anual «marcha del orgullo gay», y también se darán cita el próximo domingo los creyentes y la gente sensata que aún queda, para algo que bien puede ser ya leyenda en otras partes: una multitudinaria manifestación pública de fe, y de fe católica.
Y afirmo que en otros lugares ya es leyenda, porque es así: en países otrora cristianos, el ya reducido número de seguidores de Cristo se ve confinado a celebrar su culto encerrado en sus templos, cuando es que no les han quitado sus templos también. Otros hay que tienen que restringir la vivencia de su fe al ámbito privado del hogar, y otros a los que persiguen y matan simplemente por ser cristianos.
Medellín, por gracia de Dios, y en general la región antioqueña, de la que es capital nuestra ciudad, es todavía un pueblo creyente y fiel; devoto de su religión y practicante de las virtudes. No es extraño, entonces, que aunque fuera en Bogotá y en la persona del entonces Arzobispo Primado de la Nación, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, que se hizo por primera vez la Consagración del país al Corazón del Salvador en 1902, haya sido Medellín el epicentro del movimiento de amor y devoción al Divino Corazón de Cristo, que desemboca en un homenaje lleno de gratitud: la así llamada marcha de la fe y del amor. Así Medellín se convierte en ciudad anfitriona, que recoge el sentimiento de millones de colombianos que ven en el Corazón abierto de Jesucristo el alivio para sus penas, la fuerza para sus trabajos, el agua fresca que apaga la sed de esperanza y de consuelo.
A todos nos es familiar la idea del corazón como centro de los sentimientos, sobre todo del amor. Tal vez hacemos esta asociación por ser el corazón el órgano vital que irriga sangre a todo el organismo, haciendo que siempre fluya la vida. Esa es una perfecta imagen del amor de Dios: Aquel que nos irriga con su vida para que tengamos vida. Y de ello es un signo evidente el Corazón de Jesucristo, pues Cristo es el rostro del Padre.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, sembrada para siempre en nuestro suelo patrio gracias al eficaz apostolado de la Compañía de Jesús desde finales del siglo XIX, no es otra cosa que la conciencia que tenemos del amor misericordioso de un Dios que nos amó tanto, que envió a su Hijo al mundo para salvarnos en un acto extremo de amor: el sacrificio de la cruz. Allí, de modo excelente, se reveló de una vez y para siempre cuánto nos ama Dios.
El Concilio Vaticano II enseña que Jesús amó con corazón humano. Esto significa que, al encarnarse, tomó para sí lo mejor de nosotros, y a todos nos dio corazón. En la Sagrada Escritura el corazón es el que piensa, el que siente, el que habla, el que llora, el que goza, el que ama. En efecto, san Pablo mismo nos dice que «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado». Nuestra mirada entonces al Corazón de Jesús tiene que ser en clave de amor, y el amor tiene un riesgo: no ser correspondido. Pero Dios asume ese riesgo y nos recuerda con los signos de su Corazón abierto que cada uno de nosotros es objeto de un amor tan grande que, en lugar de tomar posesivamente la vida del otro, espera paciente que nos dejemos amar. Espera paciente que tomemos de su corazón la bondad y la mansedumbre, así lo leemos del mismo Cristo en el evangelio: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.
Esta conciencia, esclarecida y arraigada para siempre en lo más hondo del pueblo colombiano, deriva en la tremenda devoción que como consecuencia natural nuestras gentes tienen al Corazón de Jesús.
La primera de las 132 marchas que se han realizado hasta ahora en Medellín, tuvo lugar en 1887 por impulso del padre Zolio Arjona, jesuita, con el detalle particular de haber tenido lugar incluso antes de que el Papa León XIII consagrara a la humanidad entera al Corazón de Jesús, en 1899. Posteriormente, en 1902 y como acto de gratitud por el cese de la Guerra de los Mil Días, los presidentes de la República consagraron cada año hasta 1992 la patria al Corazón de Jesús en el templo del voto nacional, levantado en la capital de la nación para este propósito.
Sin dejar enfriar los sentimientos, esta tradición se mantiene en Medellín, y de ese modo la ciudad se convierte en las manos que le ofrecen a Cristo el homenaje público de adoración y devoción de todos los colombianos. Durante años la ciudad entera se ha volcado a las calles del centro para caminar con Cristo: parroquias, instituciones, centros educativos, autoridades militares, civiles, religiosas; fieles de todos los estratos se dan cita cada año convocados por la Iglesia particular en la voz de su arzobispo, para renovarle a Jesucristo su confianza y su filial amor, con una brillante procesión. De ese modo expresan su adoración al Corazón que, traspasado en el altar de la cruz, salvó al género humano. Este año no puede ser la excepción, y en medio de hostiles persecuciones ideológicas, de los intentos de imposición de doctrinas perversas, contrarias al espíritu humano exaltado por el cristianismo, los creyentes hemos de demostrar al mundo que nuestro Rey vive, y que adoramos su Santísimo Corazón. Hoy, cuando la mal llamada ideología de género, el agresivo lobby gay, las políticas que pretenden desdibujar la familia, los crímenes abominables del aborto y la eutanasia, pretenden hacer la guerra al Creador y declararse en contra de la armonía que Él dispuso para el universo, quedamos los creyentes, los reaccionarios, los discípulos del Maestro, para ser conciencia del mundo, y aprovechar la libertad de la que todavía goza nuestra religión para encontrarnos y suplicar a Jesucristo que su Corazón redentor derrame la gracia de la conversión sobre tantos corazones que han elegido el camino contrario al suyo, siguiendo, sabiéndolo o sin saberlo, al Príncipe de este Mundo que con engaños y artificios vende esclavitud disfrazada de libertad, y confusión disfrazada de alegría.
Quiera Cristo Jesús seguir abriendo su corazón para que podamos entrar en él, y recibir allí la lección de paz y de esperanza que necesitamos.
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