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El último político del siglo XX

Escrito por Santiago Quijano

Con el fallecimiento de Enrique Gomez Hurtado, desaparece un prototipo de hombres de estado que mucha falta le hace hoy a la dirigencia nacional.

El 13 de julio fue una fecha llena de muerte en la vida de Enrique Gómez Hurtado. Ese día, una tarde de 1953, el dictador Gustavo Rojas Pinilla le dijo que lo iba a fusilar, mientras espetaba insultos contra él y su familia. Ese día también murió su mentor y padre; Laureano Gómez, en 1965. Y en esa misma fecha, una mañana del año 2019, Enrique falleció en Cartagena.

Pues mal – respondió con una sonrisa muy característica de su sarcasmo, – el problema es que me quedé vivo

Una de las últimas veces que lo vi, hospitalizado en la clínica, dije una frase estúpida y pregunté que cómo iba todo. – “Pues mal – respondió con una sonrisa muy característica de su sarcasmo, – el problema es que me quedé vivo”- . Y era cierto, Enrique Gómez Hurtado se había quedado vivo, era el último político del siglo XX y uno de sus más interesantes protagonistas. 

En otra ocasión, obviamente más alegre, contó que su primera tarea política fue coordinar con su padre el apoyo del laureanismo a la campaña presidencial de Jorge Eliecer Gaitán.  Este hecho, por demás poco recordado, indica que Enrique, ya en 1945, era un adolecente involucrado en la primera línea de los asuntos políticos nacionales. Desde entonces no pararía.

De regreso a Bogotá, asumió la dirección del diario “El Siglo”, – único órgano de oposición a Rojas- para luego ser hecho preso, conducido a Palacio y expuesto en un balcón ante un populacho pagado para insultarlo.

Estuvo encima de la campaña presidencial de su padre en 1950. Fue protagonista, dado el socorro que le prestó a Felipe Echavarría, en los eventos que condujeron al golpe militar del 13 de junio de 1953 -(13, ¡siempre 13!)  Exiliada la familia presidencial en Nueva York, coordinó bajo instrucciones de su padre y de Guillermo León Valencia una estrategia para volver al país y organizar la oposición civil a la dictadura. De regreso a Bogotá, asumió la dirección del diario “El Siglo”, – único órgano de oposición a Rojas- para luego ser hecho preso, conducido a Palacio y expuesto en un balcón ante un populacho pagado para insultarlo, en su maldito 13 de julio.

Por su defensa de la justicia en la negociación con las FARC, sus detractores lo graduaron de “enemigo de la paz”.

De nuevo fue conducido al exilio, esta vez a Barcelona. Allí se dedicó a escribir y enviar de forma clandestina la propaganda contra la dictadura que Felio Andrade, Belisario Betancur, y su hermano Álvaro repartían en la capital. En España conoció a doña María Ángela Martínez, entrañable compañera de todas sus batallas, desde las políticas hasta la última que dio, en Cartagena, durante unos meses dolorosos que enfrentó con entereza y dignidad admirables. Volviendo a Barcelona, asistió con su padre y Alberto Lleras Camargo a las reuniones que condujeron al Frente Nacional, fue autor de las actas y protagonista del único proceso de paz verdaderamente exitoso en Colombia. Y sin embargo, en esta sociedad sin memoria, sus detractores le llamaban “enemigo de la paz”.

Del poder de Laureano su hijo Enrique solo recibió un exilio, prisión y calumnias.

En pocos hombres converge tan alto grado de pragmatismo con una dosis equivalente de integridad, y quizás también de ingenuidad. Es una combinación poco común; como era él. De ello es prueba que a pesar de haber tenido todas las oportunidades para aprovechar el gobierno de su padre y enriquecerse, o beneficiarse  en algún aspecto material, del poder de Laureano su hijo Enrique solo recibió un exilio, prisión y calumnias. Que diferencia con los políticos de hoy, que tras una efímera cercanía con el poder, salen con unas fortunas grotescas.

Pero a Enrique Gómez no le interesaba el poder, sino la política, y sostenía con razón que se trataba de dos conceptos diferentes, que circunstancialmente podían o no ir de la mano. “Cuando Laureano Gómez fue derrocado – dijo alguna vez- perdió el poder, pero se quedó con la política y con la autoridad, Rojas por el contrario, se quedó con la politiquería y la usurpación”. Era cierto, y fue una constante en la vida pública de Enrique, preferir la política a la politiquería, la grandeza a la pequeñez, la autoridad al poder.

Primero las quemas al “El Siglo”, el despiadado saqueo e incendio de “Torcoroma”,  luego la persecución de Rojas, el enfrentamiento contra Ospina, ahora contra Valencia, después contra Pastrana, ¡qué hacer con Belisario! ¡Qué hacer con los jesuitas!

Enrique Gómez logró mantener vigentes las posiciones doctrinarias que él y su padre representaban. Lo anterior a pesar de tantos obstáculos, desde el golpe de 1953 hasta el asesinato de su hermano Álvaro en 1996. Pasando por la trasformación de una sociedad cada vez más hostil a todo lo que él representaba. La sumatoria de adversidades que tuvo que enfrentar Enrique fueron muchas y duras:

Primero las quemas al “El Siglo”, el despiadado saqueo e incendio de “Torcoroma”,  luego la persecución de Rojas, el enfrentamiento contra Ospina, ahora contra Valencia, después contra Pastrana, ¡qué hacer con Belisario! ¡Qué hacer con los jesuitas! El sectarismo feroz de Barco, las calumnias sistemáticamente publicadas en “El Tiempo”, el secuestro de su hermano, la persecución a sangre y fuego por parte de Samper y el narcotráfico, el asesinato de Álvaro, la pérdida de “El Siglo”, y otro rosario de penas que no le impedían, ya en la tarde, tomarse serenamente un whiskey en el “Gun Club”.

Un país que Enrique Gómez conoció conservador se transformaba vertiginosamente en una sociedad liberal, y hasta los godos eran coautores de la debacle. Pero Enrique Gómez no. Elecciones tras elecciones, la casa política de los Gómez, al cabo de 60 años, pasó de representar la mitad del país a expresar el sentir de una minoría. Y esa minoría tuvo por último vocero a Enrique Gómez Hurtado.

Me resultaba particularmente interesante que a pesar de tanta lucha, calumnia en su contra y enemigos políticos, no cosechaba rencores ni alimentaba rencillas personales, como lo evidencia la inclusión de Carlos Lleras en las listas del “Movimiento de Salvación Nacional” para las elecciones constituyentes.

la situación actual es consecuencia del triunfo definitivo de la mediocridad en todas las esferas, las sociales, eclesiásticas, educativas, ¡pero sobre todo políticas!

La intervención de Enrique para que su Partido adhiriese a la candidatura de Álvaro Uribe Vélez fue determinante en el triunfo de esa coalición de liberales anti serpistas y conservadores, que suspendió durante ocho años el avance del marxismo en Colombia.

Creo que su última batalla política fue luchar para que el crimen de su hermano no quedara en la impunidad, lo que implicó para él y su familia enfrentarse contra las mafias más oscuras de la política colombiana. Vio triunfar la impunidad, pero le quedó la satisfacción de haber liderado de la mano de su hijo Enrique la denuncia integral más estructurada que se presentó para esclarecer el proceso ocho mil.

Imagen: El Tiempo.

La última vez que hablamos del país, afirmó que “la situación actual es consecuencia del triunfo definitivo de la mediocridad en todas las esferas, las sociales, eclesiásticas, educativas, ¡pero sobre todo políticas!”. Esa opinión tristemente acertada sintetiza a la perfección nuestra lamentable realidad nacional.

Un caballero, un buen hijo, hermano, marido, padre, abuelo, profesor y amigo. Alguien íntegro, culto y ante todo, un hombre decente.

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