Como dice el profesor Thomas Sowell, en otra época los estudiantes admiraban a quienes habían hecho aportes para mejorar la vida de las personas, mientras que hoy el sistema educativo les enseña a admirar a quienes exigen, denuncian y se quejan.
Parecería ser que nada es tan digno de admiración para nuestra juventud, que el aprecio y la solidaridad social que sienten cuando se convierten en víctima de cualquier cosa.
La sociedad contemporánea ha creado en los jóvenes, la impresión de que su fragilidad emocional es una ventaja que puede ser capitalizada, logrando un poco de fama, de estatus y generando oportunidades económicas.
Quienes se consideran “discriminados” o “despreciados” adquieren una especial legitimación social para emprender pequeñas revoluciones culturales, censurando los puntos de vista convencionales de la mayoría, transformándose de la noche a la mañana y sin mayor esfuerzo en una especie de referentes éticos para su generación.
Un ejemplo criollo de lo que los norteamericanos llaman la Generación Copo de Nieve (snowflake generation), es el caso de la modelo Ana María Paternina, quien por su atuendo provocador hizo dudar a la administración de un local nocturno sobre si dejarla entrar o no.
La modelo, que se destaca por exhibir su gordura física ligera de ropa, respondió “pues ahora ya no quiero”, cuando representantes del local le pidieron disculpas en la entrada y le rogaron que entrara, tal vez calculando que de entrar habría perdido sus 15 minutos de fama como resultado de poder decir “¡Me discriminaron!”, como efectivamente reportaron varios medios de comunicación.
La modelo, que ya había logrado algo de reconocimiento por haber posado completamente desnuda en la Plaza de Bolívar para el fotógrafo Spencer Tunick, cuenta en una entrevista realizada por la revista Nueva Mujer, que su intención esa noche al vestirse con un enterizo y una falda transparente, era precisamente la de provocar:
“Me cansé de vestirme como una mujer tapada y sabía que si me iba así, iba a llamar la atención, pues pienso que nadie ha sido tan arriesgado”.
Ahora, Ana Paternina ha tenido éxito iniciando su pequeña revolución al posicionar ante la opinión pública un término dirigido a visibilizar a una nueva categoría de víctimas: “gordofobia”.
No se puede negar, sin embargo, que el razonamiento detrás de esta visión tiene su lógica: si todos somos iguales, y si la sociedad valora positivamente a quienes visten de forma sexualmente provocativa, entonces no se puede exigir pudor ni modestia a quienes no cumplen con ciertos criterios estéticos.
Tristemente, el caso de Ana Paternina evidencia la visión hipersexualizada de los jóvenes contemporáneos, influenciada principalmente por los medios de comunicación, quienes creen que necesitan causar impacto con su apariencia física y presentarse como objetos sexuales, para poder reafirmar su libertad y su valor personal.
Más allá de las buenas intenciones que pueda tener la modelo “gordibella”, como ella misma se denomina, y de la sinceridad de su movimiento para que las personas con sobrepeso se sientan bien con su propio cuerpo, la verdad es que si llega a tener éxito en su particular cruzada, en lugar de crear mayores espacios de libertad, solo terminará creando un ambiente de mayor presión social para que más personas centren gran parte de su valor personal en su exhibicionismo sexual.
Video publicado en Facebook para denunciar la «gordofobia»:
Fuente: Las2orillas, Muntermag.com, Facebook.