Actualidad Análisis

El nuevo documento del Papa Francisco sobre la liturgia

San Felipe Neri en la consagracion de la Santa Misa
Escrito por Invitado

Un breve análisis a la carta apostólica Desiderio desideravis: sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios.

Por: Francisco E. González, cientista político nicaragüense. Hizo un diplomado en Liderazgo y Gerencia Política impartido por la George Washington University. Apasionado por la filosofía y la psicología cognitiva.

Uno de los hechos recientes más controvertidos relacionados con la liturgia católica, fue la publicación, hace un año, del motu proprio Traditiones Custodes, que restringió la celebración de la Santa Misa Tradicional en latín. Este año, para la solemnidad de San Pedro y San Pablo, el Papa Francisco publica un nuevo documento sobre la liturgia de la Iglesia Católica. Este documento del Santo Padre, sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios, contiene enunciados muy bien logrados que expresan verdades sobre la naturaleza de la acción litúrgica. Pero, al igual que en otros textos escritos por el Papa, contiene otras ideas que resultan problemáticas y ambiguas y que contrastan con lo que de cierto se encuentra escrito en ese mismo documento. Sin embargo, mi objetivo no es atizar ninguna nueva polémica sobre las cosas no tan acertadas que ha dicho el Papa. En este artículo, por tanto, quiero centrarme en aquellas verdades que se encuentran en la Carta Apostólica del Papa Francisco.

Comencemos por la naturaleza del texto. No es un documento prescriptivo sino un texto de reflexión, por lo que en sí mismo no obliga a los obispos ni a los sacerdotes ni a los diáconos su acatamiento. El Papa en el numeral 1 y 16 deja claro que su intención es «(…) ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana». «Con esta carta –continúa diciendo- quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana».  Siendo esta, pues, la intención del Papa, pasemos ahora a centrarnos en esos elementos de reflexión que Francisco ha desarrollado en este documento.

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En el numeral ocho nos dice lo siguiente:

Si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no solo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarnos con Él, no habríamos tenido otra posibilidad que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra. Por eso, la Iglesia siempre ha custodiado, como su tesoro más precioso, el mandato del Señor: “haced esto en memoria mía”.

Continúa en el número nueve:

Desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente de que no se trataba de una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor: no habría tenido ningún sentido y a nadie se le habría ocurrido “escenificar” –más aún bajo la mirada de María- ese excelso momento de la vida del Maestro. Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos.

Y apostilla en el número once: «el poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los sacramentos». Así, pues, por estos enunciados, afirmamos que el Papa está reconociendo el carácter sobrenatural de la liturgia, puesto que señala que la liturgia no es una representación, es decir, que no se trata de un conjunto de actores que, como si se tratara de una obra de teatro, le estuvieran escenificando la trama de una entelequia a los hombres y mujeres que asisten a los templos del orbe católico. En ese sentido y por el hecho de hacer constar el carácter trascendental de la sagrada liturgia, creo que hemos de “aplaudir” lo que ha escrito el Papa y hemos de afianzar esta verdad frente a la pléyade de obispos y curas que relativizan la Santa Misa, rebajando tanto su sacralidad, que ya no solo es intolerable, sino que es un evidente sacrilegio.

Ahora bien, si está claro que la liturgia es un acontecimiento sobrenatural determinado por los signos que presenciamos, debemos reconocer que el autor de todo lo que escapa de nuestro control racional, el artífice de lo que nos trasciende, de lo que está más allá de nuestra capacidad de aprehensión intelectiva, es el Espíritu Santo. Es en este sentido que dirá el Papa Francisco que «solo la acción del Espíritu puede perfeccionar nuestro conocimiento del misterio de Dios, que no es cuestión de comprensión mental, sino de una relación que toca la vida». En efecto, dado que no se trata el conocimiento de Dios, de un saber puramente académico o intelectual, como si se tratara de un objeto de estudio metafísico; a lo que nos conduce ese conocimiento del Dios vivo y verdadero es a amarlo y a dejarnos transformar, de tal modo que un día podamos llegar a ser semejantes a Cristo en todo. Esta es, precisamente, la misión del Espíritu: santificarnos por medio de los sacramentos donde es la gracia la que nos hace participar de la esencia de Dios.

Llegados a este punto, dos cosas fundamentales podemos extraer de todo lo dicho anteriormente. Por una parte, la constatación de la liturgia como un acontecimiento sobrenatural, como un hecho que está más allá de nuestra capacidad racional de comprensión. Y en segundo lugar, que el verdadero protagonista de toda la acción litúrgica es el Espíritu Santo, artífice de la eficacia de los sacramentos en nuestras vidas. El Papa, después de asentar aquellos dos principios, ahora introducirá a un tercer implicado en el tema de la liturgia: el ministro consagrado, el sacerdote. Al respecto, dice el Papa:

Si bien es cierto que el ars celebrandi concierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Visitando comunidades cristianas –prosigue el Papa- he comprobado, a menudo, que su forma de vivir la celebración está condicionada –para bien, y desgraciadamente también para mal- por la forma en que su párroco preside la asamblea. Podríamos decir que existen diferentes “modelos” de presidencia». Francisco, después de enlistar en ese mismo numeral (n° 54) las actitudes que, según el Papa caracterizan el estilo de presidir de los sacerdotes, dice: «(…) creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo.

Esto que señala el Papa lo podemos constatar en muchas diócesis en donde prácticamente la vida de esa Iglesia particular suele girar en torno a la figura del obispo y las ocurrencias con las que haya amanecido, desde bailar estridentemente en el altar, hasta tomar decisiones abiertamente arbitrarias. En este sentido, la liturgia se volvería propiedad del obispo o del cura parroquial sin que nadie pueda objetar las extravagancias de los ministros consagrados. Al respecto Francisco hace la siguiente observación:

El ministro ordenado es en sí mismo, uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única. Diferente de cualquier otra. Este hecho da profundidad sacramental –en sentido amplio- a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última Cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde.

Considero que esta es una expresión adecuada, pues el sacerdote ordenado es el servidor de la liturgia, alguien a quien Dios, sin que el candidato lo mereciera, por pura gracia divina, lo llamó para el servicio del altar. Si, efectivamente, el ministro ordenado reflexionara a consciencia sobre lo que implica servir al Señor, seguramente empezaríamos a ver cada vez menos extravagancias en las distintas parroquias del mundo entero. Quizás el celo por la casa del Señor se encendería en los corazones de los sacerdotes y por ello mismo, estarían dispuestos a sacrificar sus comodidades para exaltar la Fe Católica, hablar y defender las verdades que hoy parece que se han dejado de predicar en las homilías.

Así, pues, como dije al inicio de este artículo que, a pesar de los enunciados muy bien logrados del Papa, como ya hemos podido apreciar, también contiene este mismo texto, otras afirmaciones que son problemáticas y que contrastan con lo que hay de verdadero en este documento. Pero nosotros preferimos aquella máxima de Santo Tomás de Aquino, que no importa quién diga la verdad, pues la verdad siempre procede de Dios. Sin embargo, entre otras cosas, yo esperaría que los sacerdotes y obispos, que aunque este texto no contenga prescripciones, en obediencia religiosa le tomaran la palabra a Francisco y redescubrieran lo que dicen los textos conciliares en su letra y no en su espíritu, puesto que casi nada de lo que vemos en la liturgia de los sacramentos, y especialmente la Santa Misa, está prescrito en los documentos del Concilio Vaticano II.

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El Papa mismo es quien hace el llamado:

Pido a los obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de los seminarios, a los profesores de las facultades teológicas y de las escuelas de teología, y a todos los catequistas, que ayuden al pueblo santo de Dios a beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana. Estamos continuamente llamados a redescubrir la riqueza de los principios generales expuestos en los primeros números de la Sacrosantum Concilium (…).

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