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El mercado electoral y la política.

Elecciones

En el último informe de Latinobarómetro (2021), que mide, entre otras cosas, la opinión que la gente tiene sobre la democracia; los ciudadanos consideran que se gobierna para unos pocos y que las elites económicas y políticas defienden sus propios intereses desde el poder. Estas dos ideas son sugerentes porque develan el funcionamiento del mercado electoral, esencial en las democracias liberales. Este mercado político es semejante al mercado económico. Es decir, que el proceso sigue las pautas de la lógica capitalista. Este hecho supone la desfiguración del sentido original de la política.

Las empresas y los productos

Sustancialmente, toda empresa canaliza las necesidades de la población y las transforma en un producto o en un servicio con el que se pretende satisfacer la demanda de la gente. La empresa lucra con los bienes y servicios y, aunque puede que el comprador se sienta satisfecho, el proceso por el que se vende la mercancía no es siempre el más honesto.

Eso mismo podemos decir de los mercados electorales. Los Partidos Políticos fungen como empresas porque supuestamente, canalizan las demandas sociales y las transforman en agendas de gobierno por las que prometen solucionar los problemas que enfrentan aquellos que creyendo en sus promesas, les dan los votos en tiempos de elecciones. Pero no siempre del modo más honesto.

Las propuestas políticas prometen acabar con la pobreza, con la inseguridad, con la corrupción, con esto o con aquello. Pero lo que vemos en la práctica es que no siempre se consiguen, quizás no tanto por ineptitud como por la obligación que tienen de ser fieles a las ideas que sus partidos encarnan. Las campañas electorales tienen ese claro reflejo de las campañas publicitarias, donde como si de un detergente se tratara, los candidatos compiten por vender su marca a los ciudadanos.

El proceso

Las elecciones son ese mecanismo de transacción por el que se realiza la compra-venta del producto. Obviamente los ciudadanos no pagan con dinero sino con el voto que legitima las agendas políticas que los Partidos le venden a la sociedad. Sea cual sea el producto político, lo cierto es que la competencia por el voto es salvaje, puesto que lo que más desea el candidato es ganar la aprobación del pueblo, bajo la idea de que representa la voluntad de la nación.

Pero la verdad es que eso de la soberanía popular que se acepta como el fundamento de la democracia, es una ficción.

Si así como los anti monárquicos consideraban un mito que el poder de los reyes proviniera de Dios, de la democracia se puede decir que es igualmente un mito la idea de que el poder de los que gobiernan proviene del pueblo. El pueblo solo es el instrumento que usan los políticos para llegar al poder e imponer las agendas políticas a la sociedad a la que supuestamente dicen representar.

La política y su sentido

Aristóteles sostenía que la política tenía como fundamento, la amistad. Es decir, la idea de que se es parte de una comunidad en la que se participa y se aporta para la propia eutaxia. No era la competencia por alcanzar el poder sino más bien, la cooperación mutua para poder subsistir, dado que lo natural es que se necesite del otro para poder sobrevivir.

Pero la democracia liberal que tiene una lógica capitalista rompe con este proceso natural de cooperación e implanta un mecanismo artificial (las elecciones) por el que las sociedades contemporáneas se ven reducidas a simples compradores de agendas políticas una vez cada cuatro, cinco o seis años hasta que llegue la oferta de un nuevo candidato al poder.

Sumado a lo anterior, la mentalidad liberal y capitalista aduce que la moral es ajena a la política y a la economía. Lo que importa es ser productivos a costa de lo que sea. No es necesaria la generosidad, el honor, o cualquier virtud moral porque en política importa llegar al poder y en economía generar ganancias. Esta lógica desfigura el sentido de la política y como resultado tenemos Estados degenerados y corruptos donde las camarillas que se hacen del poder, obtienen la licencia para implantar a su gusto y a su antojo agendas políticas que destruyen la sociedad.

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