Entre los críticos de la izquierda, esto es, de la revolución socialista, heredera de las obras y del trabajo intelectual de Karl Marx y Federico Engels, suele presentarse un error muy común y es vincular toda la izquierda al comunismo y, en América Latina, al castro-chavismo como proyecto político. A decir verdad, ese anticomunismo de manual es muy simple, muy reductivo, y no da en el clavo. En Colombia, por ejemplo, se ha dicho que el peor presidente que ha tenido este país, Juan Manuel Santos Calderón, es un comunista, igualándolo, entonces, con un guerrillero infiltrado en la Casa de Nariño, pero las cosas no son tan sencillas como las presentan algunos medios de comunicación o la opinión de las masas.
Lo primero que habría que aclarar es que, a finales del siglo XIX, el movimiento comunista (sinónimo de socialismo, como aclaró el mismo Fidel Castro en entrevista para la televisión venezolana) entró en crisis y fue, entonces, cuando empezó a acercarse a la democracia. Después de la muerte de Marx, acaecida en 1883, Engels se dio cuenta de que la sociedad capitalista no había colapsado debido a la alienación, como habían asegurado él y su lunático compañero. Fue así como una nueva generación de comunistas decidió abandonar la lucha de clases en su versión armada y crear partidos políticos que ingresaran en la contienda política. El socialismo democrático apareció, por primera vez, a finales del siglo XIX y adoptó todos los principios de la democracia parlamentaria. El primer partido socialista que aceptó esto fue el partido socialdemócrata alemán, al cual Marx y Engels inspiraron, pero que, después, se desligaría de sus teorías. Los partidos socialistas franceses, italianos y británicos adoptaron medidas semejantes. Fue así que nació la socialdemocracia.
En Inglaterra, surgió, en enero de 1884, un grupo de intelectuales, provenientes del protestantismo liberal y los grandes despertares, que decidieron fundar un partido político que se dedicara a la administración racional de la sociedad por medio de reformas graduales, la tecnocracia y el socialismo espiritual. Fue así que surgió la Sociedad Fabiana, nombrada así en honor de Quinto Fabio Máximo, un general romano que, en lugar de luchar directamente con Aníbal, decidió vencerlo por medio de una guerra de guerrillas, ataques y confrontaciones pequeñas. Los fabianos adoptaron este nombre porque no creían en la lucha de clases, sino en la reforma gradual de la sociedad, dado que no pretendían suplantar el modelo liberal de economía sino organizarlo, con base en las ideas de Robert Owen y Jeremy Bentham, quienes eran considerados liberales radicales, utilizando sus mismas tácticas para transformar el sistema político inglés.
A diferencia del comunismo tradicional y ortodoxo, para los fabianos, la Revolución no es cuestión de lucha de clases, sino de reformas progresivas de la sociedad, por medio de una ingeniería social parcial, que permita transformar, poco a poco, la sociedad y la adapte para ser más racional. Ellos creían que el liberalismo manchesteriano del siglo XIX era muy desordenado y caótico porque enfrentaba a todos los miembros de la sociedad entre sí y no planificaba racionalmente el mercado; entonces, ellos se dedicaban a la planeación del libre mercado y el control de la sociedad. Este nuevo socialismo democrático sería un liberalismo organizado que corregiría los errores del libre mercado, basado en el asesoramiento de técnicos, intelectuales y artistas. Los fabianos también absorbieron toda la influencia de las teorías liberales inglesas. Adoptaron el malthusianismo, el control de la población, el desprecio por los pobres (creían que la reproducción excesiva generaba pobreza), el teosofismo y el feminismo. En estos pilares se sostiene el llamado Estado de bienestar.
En 1895, Sidney y Beatrice Webb, fabianos comprometidos, fundaron el London School of Economics, institución que se convertiría en el centro del pensamiento fabiano. Posteriormente, Keynes, Mannheim y Popper se convirtieron en fabianos y promovieron notablemente sus ideas y propuestas con un manto de imparcialidad científica y pulcritud académica, típica actitud entre estos nefastos personajes. Así pues, en síntesis, el socialismo fabiano es el socialismo occidental por excelencia, basado en el Estado de bienestar, la anticoncepción y las altas finanzas. En muchas ocasiones entraron en alianza con los comunistas, pero su modelo difiere del que estos últimos exponen. Con esto claro, valga decir entonces que la monarquía británica es fabiana, Gran Bretaña es fabiana (podría decirse que es una sociedad permeada totalmente por la cosmovisión fabiana) y buena parte de las élites colombianas es fabiana y mantienen una forma de pensar y un estilo de vida basado en el utilitarismo inglés que, por cierto, influyó la independencia de Colombia.
Hace unos días, Carmen Aristegui, periodista de CNN en Español, entrevistó a Santos y a Rodrigo Londoño, alias Timochenko, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde «Juhampa» presentó su libro La batalla por la paz, que en la parte inferior de su portada dice, mentirosamente: “El largo camino para acabar el conflicto con la guerrilla más antigua del mundo”; y digo mentirosamente, porque el conflicto no se acabó y sigue recrudeciéndose, esta vez, con circunstancias peores, pues, como he dicho en otro artículo para El ojo digital (http://www.elojodigital.com/contenido/17757-colombia-como-lobos-rapaces), las FARC cuentan, ahora, con cuatro brazos: el armado, dirigido por Iván Márquez; el legislativo, con el partido FARC; el judicial, con la JEP o, mejor, JEF (Jurisdicción Especial para las FARC) y el eclesiástico, con la mayor parte del episcopado católico, que influye en la opinión pública colombiana para favorecer a los terroristas impunes, chantajeando a los fieles con la cacareada «misericorditis» tan cara al Papa Francisco, quien dio más de un espaldarazo a los Acuerdos de La Habana, aunque muchos digan hoy que no, defendiéndolo culpablemente.
Después de derrotar a los narcoterroristas que se infiltraron en el Estado con la ayuda del fabiano Juan Manuel Santos y recuperar el orden, la sociedad colombiana deberá seguir luchando contra un Estado que, cada vez más, persigue un modelo de Estado según el pensamiento de los fabianos, de lo cual un ejemplo muy claro es el lamentable nombramiento de Luis Ernesto Gómez como secretario de gobierno de Bogotá –quien, valga decirlo, tiene una maestría en Administración y Política Pública del London School of Economics–. Hay quienes, ingenuamente, piensan que, acabando con las FARC, el ELN y los demás grupos de comunistas ortodoxos que mantienen la lucha armada, terminará la guerra y, tal vez, sea tiempo de empezar a pensar en el desmantelamiento de un Estado que, en medio de la paz y la seguridad, impondrá un régimen de injusticia, tecnocracia, estatismo y «proletarización», es decir, conversión de los hombres en funcionarios preocupados, exclusivamente, por el lucro y la supervivencia, matando en ellos todo lo que eleve su espíritu y les recuerde que están en el mundo para conocer, amar y servir a Dios.
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