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El devenir de la vida religiosa III

? ALERTA: Esta película refleja los cambios que se dieron en cuestiones morales luego del Concilio Vaticano II, y la confusión que este cambio generó entre sacerdotes y laicos. La forma de representar la Tradición católica puede resultar injusta y abusiva.?

Soledad ha regresado de la ciudad soltera y con un hijo. Su padre la ha echado de casa, y los habitantes del pueblo intentan convencer al alcalde para que la expulse del lugar, ya que consideran que no es un buen ejemplo moral. Sin embargo, Pedro, el alcalde, cree que la iniciativa tiene que partir del cura. Así que, el padre Juan, después de su fantástico viaje a Roma, tendrá que enfrentarse a la cruda realidad y resolver el problema.

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Tras haber reflexionado en los dos artículos anteriores sobre el presente de la vida religiosa -la crisis por la que pasa y sus causas, algunas pinceladas sobre las posibles soluciones-, desearía poder finalizar (aunque creo que es un tema que llevaría a mucho más) intentando señalar algunos puntos a tener en cuenta sobre la cuestión, para una vista más clara sobre el problema y las posibles soluciones.

los conventos, monasterios y casas religiosas se han ido vaciando a medida que en las familias la fe deja de vivirse de manera ferviente.

Como decía en los artículos anteriores, se da una simbiosis entre las diferentes causas -ya de tipo social, ya de tipo estructural, ya de tipo espiritual- que nos han llevado a la situación actual. En el ámbito español, podemos llegar a la conclusión que en un lapso de tiempo relativamente corto (30 años) el panorama de la vida religiosa ha cambiado de manera radical, a la par -diría yo- de la evolución de la sociedad con respecto a la vivencia de fe. Es decir, los conventos, monasterios y casas religiosas se han ido vaciando a medida que en las familias la fe deja de vivirse de manera ferviente.

La pérdida de fervor en los núcleos educativos (hogar, escuela, parroquia) es un hecho más que evidente, y que nos lleva a cuestionarnos sobre la formación en la fe impartida en las parroquias, escuelas y en el seno de la misma familia. Este tema daría para otro artículo, ya que estamos -es una evidencia- ante un nuevo paradigma que quiere negar la autoridad paterna y de las instituciones eclesiásticas a la hora de educar. A la par que da una dimisión por parte de éstas instituciones fundamentales ante la pretensión del Estado de hacerse con el monopolio de la formación -desinformación diría yo- de las conciencias infantiles.

En un segundo lugar, señalaba un aspecto más bien estructural, es decir, que los elementos desencadenantes de la crisis provienen de las mismas comunidades religiosas. Valga la pena únicamente enunciarlos: crisis de fe, falta de vida de oración, erosión de la vida espiritual, secularización galopante, crisis de la identidad como religiosos, etc.

Frailes Franciscanos de la Provincia de la Inmaculada de España

En los encuentros y en las reuniones en los que se trata el tema de la crisis de vocaciones, pocas veces se evocan los elementos señalados anteriormente. Pues si las causas se buscan en otro lugar y no allí dónde realmente se encuentran, las soluciones serán totalmente ajenas a los verdaderos problemas y ciertamente no cumplirán su misión de encarrilar una realidad que se estaba desorientando.

Es decir, si cuando se trata de la crisis vocacional -que tiene como origen la desafección más o menos grande de los religiosos de los deberes propios de su estado -, se buscan soluciones multiplicando festivales vocacionales, adoptando formas de vida que no son para nada las propias de la vida religiosa y acabando de secularizar lo poco que quedaba sano (pensemos en esos religiosos que se quitan el hábito pensando que así serán más próximos a los jóvenes), relegando o haciendo desaparecer lo propiamente trascendente y sagrado de la vida consagrada, el resultado es de un auténtico fracaso.

la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia”, preanunciemos “la gloria celestial” (CIC, c. 573, 1)

La solución -y creo que no digo nada nuevo- está en ser lo que tenemos que ser. Los religiosos debemos ser aquellos que nos dedicamos “totalmente a Dios como a su amor supremo, para que, entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo”, consigamos “la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia”, preanunciemos “la gloria celestial” (CIC, c. 573, 1).

Si ciertamente “la contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración” (CIC, c. 663, 1) fueran el primer y principal deber de los religiosos, de todos los religiosos, creo que -como decimos en España- otro gallo cantaría. No podemos más que ser conscientes de nuestra condición de peregrinos en este mundo, y que esta vida no es más que una prefiguración de la vida eterna.

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