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Cristo Rey: ¿octubre o noviembre?

Cristo Rey con túnica roja
Escrito por Gabriel Pinedo

¿Cuándo se celebra la Fiesta de Cristo Rey? ¿A fines de octubre o a fines de noviembre? Sépalo aquí.

En los últimos días ha surgido cierta disyuntiva entre si celebrar o no celebrar la Fiesta de Cristo Rey según el calendario del Novus Ordo. Esto debido a que en el Vetus Ordo, según lo establecido por la encíclica Quas Primas de Pío XI, se debe celebrar el último domingo de octubre.

En otras palabras, tradicionalmente se celebraba el último domingo de octubre y, según novedad introducida por el magisterio, se celebra el penútimo domingo de noviembre. ¿A cuál de los dos debemos hacer caso?

La respuesta corta es sencilla: depende de la conciencia de cada uno. Es un hecho innegable que existe una crisis institucional en la Iglesia, pero la situación es tan difícil y confusa que no a todos les parece conveniente seguir un mismo camino. En consecuencia, no se puede obligar a seguir un camino y otro porque no hay unanimidad evidente en este tipo de asuntos.

Hay quienes prefieren adherirse a las novedades del magisterio y hay quienes prefieren no hacerlo. No todos hemos recibido la misma información, ambiente e influencias como para estar conformes con uno y otro calendario, si el Vetus o el Novus.

Esto significa que para este asunto se debe tomar en cuenta la subjetividad con la que también determinamos si algo es pecado o no: ¿tenía usted recta intención al hacerlo? Si es así, proceda, pero si no, algo anda mal.

Esto no significa que la cuestión sea meramente subjetiva, sino que el elemento subjetivo es también relevante para considerar las dificultades del asunto. La objetividad es crucial, pero no se puede negar la subjetividad en nombre de la objetividad. Dios mismo nos dice que su Nueva Ley da prioridad al corazón y no solo de lo que está escrito.

En este sentido, no es justo celebrar la fiesta a fines de octubre motivados por un odio contra la nueva jerarquía o contra los feligreses que no saben lo mismo que nosotros. Tampoco es justo celebrarlo a casi fines de noviembre motivados por el odio a la tradición o para ‘hacer enojar a los tradis’. La motivación debe ser legítima: cumplir con lo que nos pide la Iglesia de acuerdo a lo que sepamos y entendamos.

Sin embargo, más allá de lo legítimo que sea celebrar en una u otra fecha, ese asunto es secundario. La respuesta larga y más precisa a este conflicto implica ir al fondo del problema: ¿qué significa que Cristo sea Rey?

Los discursos de hoy suelen resaltar a un Cristo que reina dentro de nuestros corazones. Es sano y justo reclamar para Cristo el trono de nuestro ser, ya que como ente supremo, le corresponde que nos dejemos gobernar por Él.

Es más, siendo Cristo Dios y siendo el máximo bien y la máxima verdad, es hasta obligación en conciencia reconocerle como soberano Señor nuestro plenamente. No a medias, como podríamos hacer a veces cuando nos dejamos cegar por el pecado, sino plenamente, tratando de serle fiel en cada momento.

Sin embargo, el modernismo le suele añadir a este significado un toque adicional: el escatológico. Para el modernismo, Cristo es potencialmente Rey del Universo, es decir, todavía no gobierna. En otras palabras, siguiendo la lógica protestante, Cristo reinaría recién al final de los tiempos y no ahora.

Sabemos que Cristo es Dios, y Dios no nos abandona, porque está constantemente al pendiente de su creación. Si Dios no pudiera intervenir en este mundo sino hasta el fin de los tiempos, entonces no sería Dios, porque le faltarían perfecciones. Pero Dios es perfecto, por tanto, necesariamente interviene disponiendo de las causas segundas como causa primera que es Él.

La falsa idea de que Cristo reina solo en los corazones es problemática e implica una mentalidad liberal: la religión es solo para la vida privada y la vida pública le corresponde a la irreligión. En otras palabras, si Cristo reina en mi corazón, con eso basta, no tengo obligación de llevarlo a todas partes o de procurar que los demás sigan su ley.

Por supuesto que, para lograr que Cristo reine no hace falta insistirle a todos que crean en Dios o que se conviertan obligatoriamente. Es bueno intentarlo y obrar según nuestras posibilidades, tratar de convencer, pero como toda conversión, no se puede forzar las cosas cuando no se dan las circunstancias.

Es importante aquí considerar la virtud de la prudencia: a los acatólicos podemos persuadirlos con la ley natural, que si bien no es suficiente, por lo menos es un primer paso para que logren su propia perfección. Recordemos que no basta con bautizarse y confirmarse para salvarse: podemos caer en pecado mortal, en herejía, en apostasía. No todo el que se diga católico da garantías de ser aliado del bien y de la verdad.

Sin embargo, la dificultad de algunas circunstancias no quita el deber de procurar el Reinado de Cristo en todos los ámbitos. Debe ser un reinado no solo en el ámbito personal, sino también en el social. En consecuencia, logramos un Reinado de Cristo en el orden político y económico.

Es importante también recordar que el sentido de esta fiesta no es acordarnos del Reinado de Cristo solo para tal fecha: se sobreentiende que es nuestro deber procurar todos los días que Cristo reine. La intención de esta fiesta es recordar públicamente mediante una celebración especial la importancia de este deber.

En su encíclica misma el Papa Pío XI aclara el sentido de este evento: «Para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio». Entonces, es un falso dilema plantear que los que reclaman el Reinado de Cristo en la vida pública solamente se preocupan por una fecha y, por tanto, su reclamo es ilegítimo.

Además, el Papa nos dice: «Como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual». Plantear una fecha para que se reconozca a Cristo como Rey no implica plantear que se haga solo en esa fecha, sino más bien reservar un día especial para conmemorarlo con mucha más fuerza y coordinación que en otras fechas.

Adicionalmente, hay que entender que hacer que Cristo reine no es algo solamente nominal: no se trata de decir ¡viva Cristo Rey! y ya, acabamos con nuestro deber. Procurar el Reinado de Cristo no puede quedarse en las palabras: Dios mismo reprende en las Escrituras a quienes lo honran solo con los labios pero lo niegan con sus acciones.

¿Y cómo podemos colaborar al Reinado de Cristo con nuestras acciones? Desde lo más pequeño hasta lo más grande. Las cosas pequeñas con nuestros deberes de estado y la fidelidad a las leyes divinas: hacer el bien, evitar el mal, obedecer a nuestros superiores, mandar con justicia a nuestros inferiores, etc.

Las cosas grandes implican utilizar prudentemente nuestras obligaciones si ocupamos puestos de poder en una alta jerarquía: los alcaldes, diputados, senadores, etc., deben hacer lo mismo que los de menor poder. En otras palabras, tienen que hacer el bien y evitar el mal, pero a mayor escala y desafiando más dificultades.

Y lo grande no aplica solo a quienes tengan poder político, sino también cualquier otro tipo de poder: informativo (periodistas), judicial (fiscales y abogados), educativo (profesores), etc. Ciertamente, hay principios más precisos que el magisterio nos da para esto en otras encíclicas: la Diuturnum illud, la Inmortale Dei, la Libertas, etc.

Y no hace falta ser sacerdote para dar a conocer estas encíclicas: usted puede hacerlo de diversas maneras en la medida de sus posibilidades. Leer, analizar y reflexionar sobre el magisterio no es deber solo de ‘los sabios’ o los estudiantes de teología o filosofía. Esto es algo que podemos hacer todos, desde el más ignorante hasta el más instruido.

Si usted es docente universitario, puede organizar una conferencia sobre el tema invitando a sus alumnos a participar. Si es padre de familia, puede contarle a sus hijos sobre el tema un fin de semana. Si es empresario, puede reunirse con sus empleados al final de la jornada laboral para charlarlo en grupo. ¡Tenemos una infinidad de opciones!

En resumidas cuentas, reconozcamos que Cristo debe ser Rey no solo en nuestra vida personal, sino también en la pública. Todos tenemos el deber de procurar esto en la medida de nuestras posibilidades y según las circunstancias dispuestas por Dios nos lo permitan. El problema con la fecha no es solo cronológico, sino más que nada doctrinal: o celebramos a Cristo como Rey supremo o lo celebramos solo como Rey personal.

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