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Hay una constante crítica que se le hace a la Iglesia y a sus miembros por el tema de las imágenes sagradas en los templos y en otros lugares. Para los que no están dentro de la Iglesia es habitual afirmar que no está bien tener imágenes y que, peor aún, ellas son objeto de adoración por parte nuestra. Los enemigos de las imágenes apelan al texto: “No te harás escultura, ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra” (Ex 20, 4).
Ante las ideas equivocadas sobre las imágenes hay que tener en cuenta que la Biblia no prohíbe las imágenes; que incluso en el Antiguo Testamento vemos muchos ejemplos de la existencia de imágenes; y que Jesucristo nunca las condenó.
Es más, en la biblia hay abundancia de imágenes; y dichas imágenes no son necesariamente materiales pues también hay, incluso, imágenes literarias. En este sentido, la misma Biblia recurre a las imágenes para hablar de Dios, pues los primeros capítulos del libro del Génesis y los libros posteriores nos hablan de Dios por medio de imágenes antropomorfas; es decir, asignándole a Dios rasgos humanos, para poder hacerlo comprensible. Dios, por ejemplo, en el libro del génesis es descrito por el autor sagrado con la imagen de un artista modelando con sus manos en arcilla al hombre (Gn 2, 7).
Por otra parte Yahvé ordenó a Moisés «Harás, además, dos querubines de oro macizo…» (Ex 25, 18); «Y dijo Yahveh a Moisés: ‘hazte un Abrazador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá’” (Nm 21, 8). El profeta Ezequiel describe imágenes grabadas en el templo: estaban cubiertos de grabados alternados de seres alados y palmeras (Ez 41, 18).
El mismísimo Jesucristo es imagen del Dios invisible (Col 1, 15). Como dice el catecismo: “la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios que era invisible en su naturaleza se hace visible” (Catecismo, 477). Y también: “Lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora” (Catecismo, 515).
¿Entonces Dios, en la biblia, si primero dice que no hay que hacer imágenes y después dice que sí se pueden hacer se está contradiciendo? No. Dios no se está contradiciendo. Lo que Dios quiere decir es que las cosas no deben ocupar en nuestros corazones el lugar que le corresponde única y exclusivamente a Él.
Dios, a través de los autores sagrados, no pretende reaccionar contra alguna representación sensible; lo que quiere Dios es combatir la idolatría y sus consecuencias que perjudican al ser humano. Dios prohíbe la fabricación de imágenes destinadas a la adoración, las imágenes con las cuales el ser humano quiere suplantar al único Dios vivo y verdadero; porque el culto de adoración sólo le corresponde a Dios. “Yo, Yahveh, soy tu Dios que te he sacado del país de Egipto… No habrá para ti otros dioses delante de mi” (Gn 20, 2-3).
Es pues necesario hacer la debida distinción entre una imagen, un adorno o un cuadro relacionados con la fe, y un ídolo, que es la imagen de un falso dios. La Biblia sí que rechaza enérgicamente el culto de adoración a los ídolos (falsos dioses), pero la Biblia nunca ha rechazado las imágenes como signos religiosos.
Y la Iglesia también prohíbe que se le dé la categoría de Dios a un objeto natural o artificial. La Iglesia prohíbe toda forma de idolatría; ella pide que se adore a Dios como es debido, y se veneren a los santos también como es debido.
“La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (Gal 5, 20; Ef 5, 5)” (Catecismo, 2113).
La doctrina de las imágenes y su justo lugar en el culto católico está expuesto principalmente de modo muy claro en el Catecismo en los números. 1159-1162.
Es, pues, una ofensa y una insensatez que los protestantes afirmen que en la Iglesia nosotros los cristianos ‘adoramos’ imágenes. ¿Los protestantes de verdad creen que nosotros no tenemos la inteligencia suficiente como para no distinguir entre una simple imagen, indiferentemente del material, y lo que representa? Nosotros nos relacionamos correctamente tanto con Dios como con los santos con o sin imágenes.
No faltará el protestante, en su ignorancia, que también vea con malos ojos las imágenes y estatuas relacionadas con la vida de cualquier nación o patria. Cada país tiene sus propios símbolos patrios y estatuas de sus héroes. ¿Está mal esto? Por supuesto que no.
¿Pero de cuando acá los protestantes rechazan las imágenes si el mismo Martín Lutero, el fundador del protestantismo, nunca rechazó las imágenes? Todo lo contrario él dijo que las imágenes eran “el Evangelio de los pobres”.
Todo fiel de la Iglesia bien formado sabe muy bien que la posible adoración de una imagen es un pecado contra el primer mandamiento de la ley de Dios. Es incluso pecado de idolatría el rendirle un culto de adoración a una imagen, a la imagen en sí misma, aunque represente a Dios o represente a un santo.
Si se da el caso en el que un católico adore alguna imagen sencillamente deja de ser católico y pasa a ser un idólatra cometiendo un grave pecado. Ahora bien, lo que sí hace y debe hacer el feligrés es adorar a Dios, en espíritu y en verdad (Jn 4, 23), y venerar a los santos, pero no a sus respectivas imágenes.
Ahora bien, los ídolos o falsos dioses de este mundo moderno no son exclusivamente objetos materiales; los ídolos son también y sobre todo lo que esclaviza al ser humano al rendirle un culto para recibir algo a cambio, que en el fondo, al ser pecado, causa sufrimiento. Los ídolos, aunque no estén plasmados en una imagen, escultura, pintura, son poderes que dominan al hombre moderno por dentro, lo esclavizan, lo destruyen. Son poderes falsos que destruyen las correctas relaciones con Dios, y en consecuencia impiden la salvación, pero también dañan las sanas relaciones con el prójimo.
No es pues idolatría el mero hecho de representar a Dios o a un santo con imágenes. Es lo mismo que sucede con un hombre que tiene, por ejemplo, sobre el escritorio de su oficina alguna fotografía de su amada esposa. Se supone que dicha fotografía no es su esposa, se supone que el hombre no está enamorado del papel que en el que está plasmada su imagen aunque la mire e incluso la bese con amor. Se supone que el hombre está enamorado de la persona retratada no de su imagen. Se supone que el hombre distingue una foto de la persona real.
Igualmente pasa con una imagen sagrada, el creyente no se detiene o no se queda en la pintura o en la escultura indiferentemente del material sino que su atención va dirigida a Dios si la pintura o escultura es de Dios, y en el caso de las imágenes de los santos la persona se dirige a los santos reales pues ellos pueden interceder por nosotros ante Dios.
El objetivo y sentido de las imágenes es simplemente didáctico o nemotécnico; las imágenes sirven para darle a entender a nuestros pobres intelectos, realidades tan abstractas. Las imágenes sagradas cumplen una función muy importante en la vida de la Iglesia, pues ellas nos ayudan en nuestra fe, nos ayudan a recordar las verdades trascendentales y, a través de ellas, permiten a nuestra naturaleza, que es a la vez corporal y espiritual, dirigirse a Dios.
P. Henry Vargas Holguín.
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