Respetando sus puntos de vista, dentro del marco constitucional que me otorga el derecho que tengo como ciudadano, al vivir en un país donde es reconocida la libertad de cultos, debo anotar, como católico, que la realización de un exorcismo que se haga de forma permanente y escalonada, es una opción oportuna para encarar la compleja situación que estamos enfrentando como país.
Las palabras del apóstol san Pedro enmarcan adecuadamente este tema: “Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
Para dar piso argumentativo a la pregunta del título de esta reflexión, consideremos 3 hechos que sacuden nuestra realidad social:
1. Aproximadamente, desde hace unos 15 años las desapariciones en Colombia no solamente responden a ajustes de cuentas entre mafias o entre actores del conflicto armado que padecemos sin remedio.
Cada vez es más frecuente encontrar en diferentes lugares, incluyendo estaciones de policía, avisos con rostros de mujeres, en la mayoría de los casos bonitas y bien presentadas, que salen por la mañana de sus hogares y por la tarde no regresan, con edades entre los 16 y los 45 años.
Preguntas elementales 1: ¿Quién las desaparece? ¿Será que las mafias dedicadas al tráfico de personas, lideradas por avezados proxenetas, podrían darnos una pista? ¿Qué hacen las autoridades para combatir este delito? (Se presentan más de 3600 desapariciones al año en Bogotá, a razón de 10 casos diarios. ¿Cuántas corresponden a mujeres que son raptadas por redes de explotación sexual?).
2. La corrupción está disparada, mucho más allá del robo del erario, que es su expresión habitual. En nuestros días, la putrefacción axiológica de la sociedad es evidente; de hecho, se ha convertido en una epidemia avasallante.
Importantes grupos de poder, responsables de decisiones que afectan a la gente directamente, se solazan imponiendo arbitrariamente su “particular” lectura de la humanidad, amparados en el supuesto “libre desarrollo de la personalidad” y en la manoseada “libertad de expresión”.
Por citar dos ejemplos, los magistrados de la Corte Constitucional que aprobaron el porte y consumo de la dosis mínima de droga y los productores de novelas que envenenan el imaginario colectivo enalteciendo al narcotráfico y sus temibles tentáculos.
Preguntas elementales 2: ¿El rating existe para acabar con la salud espiritual de la gente? ¿A quién le conviene la disolución de la familia y el debilitamiento de los valores que garantizan la convivencia ciudadana?
3. La multiplicación de negocios dedicados a la propagación de ciencias ocultas, incluyendo hechicería y magia negra, es un asunto que crece en nuestro territorio sin ningún tipo de control.
La repercusión de dichas actividades, muchas de las cuales apuntan a la
destrucción de la salud de las personas, la quiebra económica de las empresas, la desarmonía de los matrimonios, la aniquilación de relaciones amorosas e incluso, la amenaza a la vida de inocentes, no ha sido tenida en cuenta en ninguna investigación, a pesar de innumerables denuncias.
Preguntas elementales 3: ¿Vamos a seguir siendo una sociedad que peca y reza al mismo tiempo, sin ruborizarse ni asumir una posición coherente con relación a sus creencias? ¿Los sacerdotes son conscientes del poder que representan o prefieren que ese lugar de privilegio que tienen en el ámbito espiritual lo asuman impostores?
Tatequieto: El pontificado de León XIII (1878-1903) brindó al mundo nuevas herramientas en el complejo campo del exorcismo. Este longevo e inolvidable sucesor de san Pedro, fue clave en el desarrollo de la lucha del Bien contra el Mal, escribió e instituyó la Oración dedicada a San Miguel Arcángel y, además, fue un gran exorcista.
Inspirados en su ejemplo, los sacerdotes de nuestros días, deben seguir sus pasos y, del mismo modo, aprovechar la herencia espiritual de san Agustín, san Patricio, san Benito, san Francisco de Asís, san Francisco de Borja, san Charbel, san Pío de Pietrelcina, san Juan Pablo II y el padre Gabriele Amorth.
San Juan Pablo II, notable exorcista, dio el grito de batalla el 22 de octubre de 1978, día de la misa inaugural de su pontificado: “¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! (…) ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! (…) Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los
políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!”
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