Esa es una de esas noticias del montón, intrascendente, quizás “vulgar”, “escandalosa” o “amarillista” para algunos… ¿Por qué pasamos de reseñar a Trump a la reacción de un vendedor ambulante?
Un hombre sencillo, un vendedor de aguacates, multado, reacciona arrojando con rabia y frustración los frutos que no pudo vender. ¿Qué nos está pasando? Y no nos referimos a él, sino a la autoridad.
Porque de lo que se trata aquí es de lo que está ocurriendo en nuestra sociedad: de la tensión inevitable que surge –por efecto de una emergencia sanitaria– entre el ejercicio de la autoridad y la Dignidad de las Personas, entre el control social y el acatamiento.
Pero, sobre todo, de la sindéresis, del criterio, del sentido común, del justo equilibrio y de la medida proporcionada entre éste y la libertad, y entre ésta y la supervivencia, cuando las posibilidades comienzan a cerrarse.
Si a la situación de emergencia se le agrega el exceso de controles y de limitación a las libertades, estas reacciones, ante la frustración que todo ello junto produce, irán en aumento. De la desesperación a la violencia, y ésta irá pasando gradualmente de las casas a las calles.
En cuestión de tres días, ya hemos reseñado dos situaciones anteriores, la de una señora requerida por no llevar tapabocas, la de tres policías que agreden a un vendedor –y ahora ésta, la tercera–, en las que las reacciones se desbordan tanto por parte de los ciudadanos corrientes, como de los agentes de la autoridad, y hoy de este vendedor.
De nuevo, tenemos que preguntarnos: ¿Qué nos pasa? ¿Cuál es el punto de equilibrio? ¿Se trata de simples “explosiones” emotivas, de “válvulas de escape”, o de una tensión creciente y acumulada? ¿Realmente hay una salida, y cuál sería? ¿O sencillamente dejaremos que “el camino” y el tiempo se encarguen de “arreglar” las cargas?