Me he visto gratamente sorprendido al encontrar –apenas ahora–, es decir, mucho después de haber escrito mi artículo publicado en Razón + Fe y titulado «Sin Cuentos en Navidad«, una auténtica joya preciosa de la inteligencia espiritual de Joseph Ratzinger, rescatada y publicada en el sitio web de La Nuova Bussola Quotidiana, de Italia. Una bellísima y profunda meditación del hoy Santo Padre Benedicto XVI, a la que llamó «Adviento, entretejido de memoria y esperanza», escrita por él mientras era arzobispo de Mónaco.
En lo personal, me conmueve, ilusiona y me hace feliz ver cómo se aproxima en su sensibilidad y parte de su contenido al artículo referido. Por lo pronto, invito a leer, a considerar y a compartir esta meditación.
El diario italiano referencia así la publicación de dicho texto:
Para el inicio de Adviento publicamos una breve meditación de Joseph Ratzinger, que se remonta a la época en que era arzobispo de Mónaco, y que figura en el volumen «Busca las cosas de arriba» (Paulinas 2005).
Adviento, entretejido de memoria y esperanza
«En una de sus historias de Navidad, el escritor inglés Charles Dickens cuenta la historia de un hombre que había perdido la memoria de su corazón. De hecho, la experiencia del sufrimiento humano había producido en él la pérdida de la entera sucesión de sentimientos y pensamientos. Aunque la extinción del recuerdo del amor se le había ofrecido como una liberación del peso del pasado, no obstante pronto se vio que el hombre había cambiado totalmente: el encuentro con el sufrimiento no suscitaba ahora en él ningún recuerdo de la bondad. De modo que, cuando la memoria se vino a menos, la fuente de la bondad también había desaparecido en este hombre. Se había enfriado y sólo emanaba una sensación de hielo a su alrededor.
El mismo pensamiento expresado por Dickens también está presente en la recreación hecha por Goethe de la primera celebración de la fiesta de San Rocco en Bingen, finalmente restaurada después de la larga interrupción de las guerras napoleónicas. El poeta observa a la multitud que desfila por la iglesia, frente a la imagen del santo, y estudia sus rostros: los de los niños y adultos son radiantes y reflejan la alegría del día de la celebración. «Pero para los jóvenes era diferente», dice Goethe. «Se volvieron insensibles, indiferentes, aburridos». La motivación que lo proporciona es significativa: en los malos tiempos, estos jóvenes no tenían nada bueno qué recordar y, por lo tanto, nada qué esperar. Esto significa que sólo aquellos que pueden recordar también pueden esperar. Quienes nunca han experimentado el bien y la bondad no pueden recordarlos.
Un pastor de almas, que atendía con frecuencia personas al borde de la desesperación, dijo lo mismo sobre su propia actividad: si puedes provocar en una persona desesperada el recuerdo de una experiencia del bien, esta puede volver a creer en el bien. Ella puede volver a la esperanza, y se abre para ella una salida de la desesperación. La memoria (los recuerdos) y la esperanza están ligadas indisolublemente. Quien anula el pasado no crea esperanza, sino que destruye los cimientos espirituales.
A veces, la historia de Charles Dickens me parece una imagen de las experiencias actuales. El hombre a quien el espíritu engañoso de una falsa liberación ha robado la memoria del corazón… ¿no vive en una generación a la que una cierta pedagogía de la liberación ha anulado el pasado y así ha hecho imposible la esperanza? Cuando leemos la cantidad de pesimismo con la que una parte de nuestra juventud mira hacia el futuro… nos preguntamos de qué puede depender. Inmersos en lo superfluo de las cosas materiales, ¿no perdemos el recuerdo de la bondad humana que nos lleva a la esperanza? Con el desprecio de los sentimientos, con la burla de la alegría, ¿no hemos pisoteado la raíz de la esperanza?
Con estas consideraciones nos centramos en la importancia del Adviento cristiano. De hecho, el advenimiento significa el entretejido de la memoria y la esperanza, tan necesario para el ser humano. Quiere despertar en nosotros el recuerdo verdadero e íntimo del corazón, el recuerdo del Dios que se hizo niño. Este recuerdo es la salvación, este recuerdo es la esperanza.
El propósito del año litúrgico es precisamente hacer que volvamos sobre los recuerdos de las grandes historias, para despertar la memoria del corazón y aprender a descubrir la estrella de la esperanza. Todas las fiestas del año litúrgico son acontecimientos de esperanza. Los grandes recuerdos de la humanidad, que el año de la fe preserva y revela, deben convertirse en recuerdos personales de la propia historia de vida a través de la liturgia y las tradiciones en la estructura de los tiempos sagrados.
Los recuerdos personales se alimentan de los grandes recuerdos de la humanidad; los grandes recuerdos se conservan solo a través de su transposición en recuerdos personales. Que los hombres conserven la fe también depende del hecho de que esta se haya hecho muy querida para ellos durante su vida, que a través de ella la humanidad de Dios ha aparecido a través de la humanidad de los hombres. Cada uno de nosotros podría contar su propia historia en el sentido de lo que los recuerdos de Navidad, Pascua u otros días festivos significan para su vida. La preciosa tarea de Adviento es darnos buenos recuerdos, abriendo así las puertas a la esperanza».
* * *
Traducido del Italiano por Edwin Botero Correa.