Las elecciones del año 2018 anticipan un Congreso más radicalizado, en el que los movimientos de izquierda y Vargas Lleras se fortalecen, el uribismo se mantiene, la clase política aguanta y el santismo se desvanece con el fin de su gobierno.
El acuerdo de La Habana se vendió en gran parte bajo el sofisma incontrovertible de que es mejor “cambiar balas por votos”, así como que es mejor que los violentos “echen lengua en lugar de balas”. Ya hemos visto que lo de las balas es relativo, porque la izquierda armada sigue activa; lo de los votos, una pantalla, porque tenían aseguradas sus curules.
Sería interesante ver cuántos votos sacaron las listas de Petro y del Polo en zonas de influencia guerrillera, pues si no necesitaban el umbral y tienen poder de movilización electoral en sus regiones, habría sido absurdo que las FARC las metiera en sus propias listas, donde no tenían nada que ganar, en lugar de invertirlas en sus aliados, donde sí podían multiplicar su fuerza política.
Degradación del ambiente cívico del Congreso y del debate público
Ahora el país va a descubrir que darles tribunas a los violentos no es tan inocuo como parece, pues un discurso violento y demagógico es capaz de encender las pasiones en las calles y en las redes sociales, y con una estrategia bien planeada de agitación, generar un ambiente permanente de caos e ingobernabilidad, radicalmente opuesto a lo que uno esperaría de un país en “paz”.
Sin duda que la entrada de las FARC, junto con la lista de Petro, el Polo y con el crecimiento de los Verdes marcará una nueva época en relación con el nivel de populismo y demagogia en los debates del Congreso.
La presencia de expertos en el arte del ataque personal y la estigmatización, como Gustavo Bolívar, Juan Luis Castro (el hijo de Piedad Córdoba), Iván Cepeda e Iván Márquez auguran debates interminables y ataques enfocados en Uribe, que no sólo lograrán entorpecer la agenda legislativa, sino degradar el ambiente cívico en el Congreso, hasta el punto en que seguramente vamos a terminar extrañando el civismo de Claudia López cuando desde su curul le gritaba “sanguijuela de alcantarilla” a Álvaro Uribe.
De hecho, si hay algo que une a los partidos de izquierda en este momento es su rechazo a Uribe y lo que él significa para el país, una estrategia que electoralmente le ha funcionado, por lo que sería lógico que intenten hacerle la vida imposible, hasta el punto que en uno o dos años él termine replanteándose la decisión tantas veces aplazada de dedicarle más tiempo a su vida familiar y descansar un poco de la vida pública.
Al fin y al cabo, si Uribe recupera el Gobierno podría pensar que cumplió su tarea y que haría un mejor trabajo desde la retaguardia, cediendo su espacio a los nuevos liderazgos del Centro Democrático. De esa forma le quitaría discurso a la izquierda y podría permitir que los ataques se enfoquen en Santos, a quien se le avecinaría un proceso penal en el Congreso por cuenta de los escándalos de la mermelada y de Odebrecht.
Buenas noticias para la vida y la familia
Por el lado de las buenas noticias, hay que celebrar que una gran líder provida, Paola Holguín, sacó la mejor votación después de Uribe en el Centro Democrático. Además, la acompañarán varios congresistas del Centro Democrático que se alinean con la defensa de la vida y la familia como María del Rosario Guerra, Gabriel Velasco, Fernando Araújo, Honorio Henríquez, Carlos Felipe Mejía, Santiago Valencia, Samuel Hoyos, José Jaime Uscátegui, Christian Garcés y otros más.
Varios de ellos fueron apoyados por el Movimiento de Católicos Solidaridad, fundado por Samuel Ángel, uno de los líderes católicos que podría considerarse ganador en esta jornada.
Otra nota positiva es que Uribe, en sus últimas correrías con la campaña de Iván Duque, ha planteado esta elección presidencial como una alternativa entre una visión que promueve el odio de clases y una economía solidaria de visión cristiana, lo cual marca una mayor apertura del programa político del Centro Democrático a los valores religiosos.
La labor heroica de Ordóñez
A pesar de tener todo el viento en contra, Ordóñez alcanzó casi 400.000 votos que representan los sectores más firmes en defensa de la vida y la familia y en contra del acuerdo de La Habana, particularmente por el tema de ideología de género. Algo muy meritorio teniendo en cuenta que tuvo enemigos políticos dentro y fuera de su coalición, y que un grupo con poder fuera de control, el de los medios de comunicación, logró cometer un “asesinato mediático” con su figura, haciendo que pareciera corrupto, fanático radical e inviable.
[mks_pullquote align=»right» width=»300″ size=»24″ bg_color=»#1e73be» txt_color=»#ffffff»]El voto de los católicos en sentido más amplio, con poca formación y una fe privatizada, parece estar hoy más inclinado hacia los partidos de izquierda.[/mks_pullquote]En ese contexto el que haya logrado ese número de votos es significativo, y si los cultiva con una estrategia de mediano y largo plazo, puede lograr que crezca. Ordóñez es una figura que representa una visión política y religiosa de un nicho muy importante en el país, y en el que actualmente no se advierte otra personalidad católica que logre asumir mejor ese liderazgo. Por eso la labor que haga hacia el futuro es muy importante, en especial, en la formación de nuevas generaciones que puedan tener más éxito en futuros procesos electorales.
En ese sentido Ordóñez puede hacer una mejor tarea como articulador entre las organizaciones que comparten su visión y el establecimiento político que como candidato, al menos mientras no cambie la configuración actual de los medios masivos de comunicación (todos “progresistas” en temas morales). Ahora bien, para ello le funcionaría bastante trabajar en su forma de comunicarse, pues incluso en algunos círculos católicos su tono se percibe como exclusivamente confrontacional, mostrándose abierto al diálogo sin que por ellos negocie sus convicciones.
Finalmente, Ordóñez pudo sacar una votación mayor de no haber sido por el miedo frente al surgimiento de Petro y la posible “venezonalización” de Colombia. Muchos de los que lo respetan y se identifican políticamente con él, no votaron por él por aparecer tan débil en las encuestas y con una imagen negativa tan alta. En ese sentido era sensato votar por el candidato más viable políticamente, con miras a derrotar en la primera vuelta a Petro, que al candidato más cercano ideológicamente, pero menos viable en la primera vuelta.
¿Se desinfla el voto religioso?
Claramente la derecha religiosa es muy superior a esa votación. Si se suman los votos en el senado de los partidos de inspiración religiosa (Somos, Libres y Mira), más los de los pastores que movieron votos en los demás partidos (Cambio Radical, Centro Democrático y Opción Ciudadana), se pueden contar alrededor de 1´200.000 votos.
Es difícil saber la composición de ese voto, cuántos católicos comprometidos, cuántos de las congregaciones protestantes que se adhirieron a su campaña, cuántos de los políticos que lo apoyaron y cuántos de inconformes con la posición pragmática de Ramírez y Duque frente a las concesiones con las FARC.
El voto católico es mucho más difícil de estimar, si es entendido como el que le da prioridad a cuestiones morales (vida, familia, fe, derechos de los padres en la educación), por encima de asuntos opinables (seguridad, servicio de salud, modelo económico, corrupción), ya que sólo un referendo sobre un tema moral fundamental como el aborto, la eutanasia o la ideología de género permitiría medirlo. Pero es de esperarse que en todo caso sea superior al voto protestante.
Ahora, el voto de los católicos en sentido más amplio, entendido como el de los que creen en el Dios cristiano, pero que ven las posiciones morales como un asunto “privado y personal”, en el que todas las opiniones son “respetables y válidas”, es decir, católicos con poca formación y con una fe privatizada (más sentimiento que religión), parece estar hoy más inclinado hacia los partidos de izquierda, en los casos en que no tienen alguna cercanía o compromiso con los partidos tradicionales.
Si se lee el orden de las recomendaciones de la Conferencia Episcopal Colombiana para estas elecciones (noviembre de 2017 y marzo de 2018), como si fuera un orden jerárquico, habría que decir que los obispos le dieron prelación a la lucha contra la corrupción, luego a asuntos que tienen que ver con la calidad de vida (salud, orden público) y al final los principios éticos no negociables.
En ese sentido uno podría pensar que el partido que mejor encajaba con esa jerarquía era el Partido Verde, que se ha sabido posicionar como “antipolítico”, y claramente jugado con la lucha contra la corrupción (Mockus y su proyecto de “Ley, Moral y Cultura”, Fajardo con su énfasis en educación y Claudia López con su histrionismo antiuribista y su referendo para bajar el sueldo a los congresistas).
Eso se ve reflejado en la altísima votación que tuvieron los verdes en Bogotá, donde hay más opinión y menos maquinaria, y por la acogida que sus líderes tienen en las universidades católicas (Salle, Javeriana, Santo Tomás), donde el Partido Verde, e incluso el Polo y Petro tienen cada vez más arrastre, casi igual que en las universidades públicas, tradicionalmente vinculadas al adoctrinamiento de izquierda.
Por eso es importante que el Centro Democrático sepa ofrecer una visión moral clara, inspirada en valores cristianos, al estilo del Partido Republicano en EE.UU., promoviendo una alternativa a la visión moral comunista (atea e igualitarista), haciendo una defensa ética de las libertades económicas, la ética del trabajo y la responsabilidad personal, para que pueda despertar un nivel entusiasmo igual entre los jóvenes; pues una propuesta tecnócrata puede sonar bien y ser cómoda para los debates, pero no es capaz de despertar el mismo entusiasmo en las nuevas generaciones, que ante todo quieren identificarse con causas que las ubiquen en un plano de superioridad moral, desde donde puedan construir un mundo mejor.
Esa es la razón por la cual tantos jóvenes se ven atraídos hacia propuestas ecologistas, animalistas, igualitaristas, y se identifican con causas relacionadas con la integridad en la gestión pública, la compasión, la inclusión y la tolerancia.
*Foto principal tomada de: www.las2orillas.co