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¿Un pecado y/o sus consecuencias se heredan?

«Yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian” (Ex 20, 5; Dt 5, 9-10).  Muchos parten de esta cita para sustentar la idea de que la iniquidad de algunos será castigada en las nuevas generaciones.

¿Es posible entonces que un antepasado tuyo, con su pecado, determine, influya o altere negativamente las circunstancias de tu presente o futuro? ¿Tú deberías sufrir por una maldición del pasado hecha a un ascendiente tuyo? ¿Tú deberías cargar con las consecuencias del pecado de tus ancestros? ¿Tu pecado hace parte de una cadena de pecados que se remontan a un antepasado tuyo, algunas generaciones atrás?

Antes que todo hay que entender que Dios no castiga a nadie, simplemente permite el pecado y permite sus consecuencias.

En segundo lugar, hay que aceptar que una generación influye sobre la siguiente; es algo natural y obvio en cualquier ámbito de la vida. Y esto se da por transmisión de un contexto socio-cultural ya sea por convivencia, como por enseñanza.

La ciencia, además, ha demostrado que, de generación en generación, se trasmiten ciertos rasgos de la personalidad, los rasgos físicos y la predisposición a ciertas enfermedades. La personalidad es el conjunto de cualidades derivadas del temperamento y del carácter. El temperamento hace referencia a la dimensión biofísica de la persona, la parte condicionada por lo biológico o lo genético. El carácter es el componente aprendido de la persona; componente creado a partir de las experiencias. De manera pues que la personalidad de alguien y lo que la persona experimente negativamente no tiene nada que ver ni con el pecado ancestral ni con maldiciones que supuestamente pasan de una generación a otra.

Ahora bien, una cosa son los usos, costumbres, tradiciones y/o un contexto familiar que pasan de generación en generación, y otra cosa muy diferente es el pecado y sus consecuencias.

En cuanto al pecado, una cosa es el pecado original de nuestros primeros padres dando origen a una humanidad caída, y otra muy diferente es el pecado personal, el pecado cometido por alguien del pasado y las consecuencias que, hasta cierto punto, podrían afectar o tocar a sus descendientes, pero sabiendo entender qué consecuencias y de qué manera.

¿Y por qué el pecado original ha generado una humanidad caída? Porque la naturaleza humana “está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»)…. las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual” (Catecismo, 405). El pecado y la muerte “se extendieron a todos los hombres” (Rm 5, 12) por el pecado original.

En cuanto al pecado personal, en la Sagrada Escritura hay elementos en los que se pone de manifiesto que cada quien cargará con su culpa y las consecuencias de su pecado. Veamos algunas citas: “Los padres no serán condenados a muerte por las faltas de sus hijos, ni los hijos por las faltas de sus padres. Todos morirán por su propio pecado” (Dt 24, 16). “Sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera” (Jr 31, 30). “El que peque es quien morirá” (Ez 18, 4b). “El hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre no cargará con la culpa de su hijo: al justo se le imputará su justicia y al malvado su maldad” (Ez 18, 20b). “Quede bien claro que cada uno de nosotros dará cuenta a Dios de sí mismo” (Rm 14, 12). “No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado” (Ga 6, 7).

Y esto queda confirmado por las palabras de Jesús en los evangelios cuando responde a los que le preguntaban si una persona era ciega por sus propios pecados o por los de sus padres (Jn 9, 1-3). Jesús dice que ese mal físico de la persona invidente no tiene nada que ver con alguna situación de pecado de nadie. Es que en el Antiguo Testamento existía la convicción generalizada de que si alguien era malo o estaba enfermo era por su mala vida o la de algún miembro de su familia. Esto es lo que se pensaba, entre otros temas,  sobre la infertilidad, alguna discapacidad u otras enfermedades. Cuando alguien se enfermaba o tenía alguna discapacidad, se creía que alguien de su familia, en el pasado, había cometido un pecado. 

Y de aquí surgió la teoría de la “sanación ancestral o generacional”. Tradición arraigada en las creencias de las religiones orientales. Es decir, esa teoría es el resultado de un sincretismo religioso, que ha creado un nuevo concepto llamado “reencarnación” del pecado.

Luego esa teoría de la sanación ancestral o idea de que hay que sanar el árbol genealógico para liberar la generación presente de problemas pasó a la cultura protestante. Se sabe que el primero de dio origen e impulso a la sanación de los antepasados fue el protestante Kenneth McAll, quien, por demás, sufría de un trastorno mental. Posteriormente del ámbito protestante pasó al ámbito eclesial.

Pero esta teoría es un grave error. Y es un error pues los pecados de un ascendiente no pueden contagiar al descendiente. Y si esta teoría es un error, en consecuencia, es un error también pretender solucionar, y más aún erróneamente, lo que no existe. A lo sumo, los pecados de alguien podrían incitar ambientalmente, por el mal ejemplo, a otra persona a pecar pero cada quien debe asumir sus propias consecuencias.

No es, pues, correcto pensar que un pecado individual se convierta automáticamente en un pecado ajeno, en un pecado que deban cargar sus futuras generaciones; menos aun, que estas deban pagar las consecuencias. El pecado es un acto individual, cuyas consecuencias son personales e intransferibles.

De manera pues que la teoría del llamado “pecado ancestral o generacional” y la llamada “oración de sanación ancestral” no tienen fundamento en la Divina Revelación y por tanto tampoco en la reflexión teológica.

La llamada oración de sanación ancestral no es, pues, lógica no responde a la sana doctrina de la Iglesia ni es conveniente, pues conlleva el peligro de llevar a la persona a buscar las razones de su sufrimiento fuera de sí misma; lo cual a su vez impide que haya un verdadero proceso de sanación personal. Por lo tanto, las oraciones de “sanación ancestral o generacional” representan más un peligro que una ayuda.

Y ahora toquemos el tema de las maldiciones. Antes que todo miremos qué es una maldición. Una maldición es un mecanismo para generar el mal o causárselo a alguien; el cómo eso ya es otra historia.

¿Pero cuál es el alcance de una maldición o de un acto de brujería en el tiempo? Una persona puede, si existe hipotéticamente el caso, pretender maldecir a sus descendientes o maldecir a los descendientes de otra persona, pero esa maldición no es indefinida o ilimitada, no es eterna; repercute sólo en la persona destinataria; una maldición no tiene ningún poder sobre quien todavía no existe, sobre quien no ha sido todavía concebido.

Qué cómodo que una persona piense que si hay pecado o sufrimiento en la vida personal es debido a que es víctima de sus antepasados o que crea que se encuentra así debido al destino pecaminoso que le fue señalado por sus antepasados. Promover la teoría del pecado generacional conlleva a calmar falsamente las conciencias al transferir, a las generaciones pasadas, la responsabilidad de los propios errores y pecados.

Quien cree en el pecado ancestral culpa injustamente a sus antepasados ​​de sus fracasos y desgracias; es una forma de justificar la propia debilidad y encontrar una explicación fácil. Es un error tener en cuenta y mal interpretar el texto bíblico con el que se inicia el artículo porque lleva a pensar que Dios es injusto al decir que Dios “castiga” la iniquidad de unos en la persona de otros, y que quien genera la iniquidad pasaría impune. Muchos se valen de esa cita para justificar el pecado generacional. Pero hay que saber interpretar dicho texto. Lo que dice el texto es que el mal ejemplo de los ancestros o la mala educación influyen negativamente en la crianza de sus hijos, quienes, haciendo como sus padres, fracasarán por su propio pecado.

Es que no hay que echarle la culpa a nadie de las consecuencias de los propios errores personales o de las propias circunstancias; de hacerlo se falta a la caridad hacia los antepasados, se desvirtúa la oración de sanación (incluida la misa) y la persona se lava las manos. Es, pues, un error decir, por ejemplo, “reza por mí para que los pecados ajenos o de mis antepasados dejen de afectar mi vida”. Cada quien está invitado a asumir con responsabilidad la vida personal y sus circunstancias sin vincularlas a nadie del pasado; de aquí la frase: “Tú no eres responsable de la cara que tienes, pero sí de la cara que pones”. ¿Alguien que haya nacido en la extrema miseria está condenado inexorablemente a vivir así de por vida? De ninguna manera; cada quien está llamado a ser protagonista de su vida, y de la mano de Dios.

Creer en un pecado ancestral o que se trasmita de generación en generación equivale a pensar o a creer que una persona está forzada u obligada a tener un pecado concreto y a sufrir sus consecuencias. Ninguna fuerza externa obliga a nadie a cometer algún pecado, ni siquiera el demonio.

Es ilógico pensar que alguien ha pecado por mi o que yo pequé por alguien; como, en sentido contrario, también es ilógico pensar que si un ancestro mío está canonizado o varios están canonizados ya por esto tengo yo automáticamente el cielo garantizado. Ilógico también es creer que una generación futura pueda, de alguna manera, influir en la condenación o salvación de las generaciones pasadas; quien se ha salvado, se ha salvado y quien no, no.

Entonces queda claro que tú no debes ni puedes responder por un pecado ajeno, ya sea de alguien de tu presente o futuro, aunque tu pecado esté a la base de dicho pecado ajeno. No existe, pues, una cadena de pecados de la cuál desprenderse o con la cuál romper. El pecado es siempre un acto de la persona, no de un grupo o de unos ancestros.

P. Henry Vargas Holguín.

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