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Zoraya ter Beek, de 29 años, padecía de enfermedades mentales como depresión y ansiedad. A los 21 años le diagnosticaron autismo, algo que, según ella, fue el mayor problema de su vida. Intentó durante 10 años todo tipo de tratamientos para aliviar sus padecimientos psíquicos, incluyendo 33 sesiones de terapia electroconvulsiva, pero nada resultó.
Tras escuchar a su psiquiatra decir que ya no había nada más que pudieran hacer por ella, Zoraya y su círculo cercano supieron lo que eso significaba: era hora de poner fin a su sufrimiento a través del suicidio médicamente asistido, legal en Holanda.
El caso de Zoraya ha vuelto a encender las alarmas sobre la pendiente resbaladiza que significa permitir el suicidio asistido. Según el Dr. Marc Siegel, hasta un 40% de quienes lo solicitan tienen discapacidad intelectual o autismo.
Surgen entonces preguntas preocupantes: ¿quién decide quién vive y quién muere? ¿Cómo se define la discapacidad intelectual o la calidad de vida? Como médico, el rol es aliviar el sufrimiento y prolongar la vida, no terminarla.
La ley holandesa exige que los médicos confirmen que la decisión del paciente es racional y no producto de su enfermedad. Pero, ¿es correcto que la sociedad acepte este mensaje de que no hay otra forma de ayudar y que es mejor estar muerto?
El suicidio asistido es legal en Holanda para quienes sufren un padecimiento insoportable sin posibilidad de mejoría. Entre 2012 y 2021, más de 60 mil personas murieron por esta vía en ese país.
El caso de Zoraya se da tras una escalofriante ampliación de la eutanasia en Holanda, que desde febrero permite matar a niños de 1 a 12 años con enfermedades terminales si se considera que sufren sin esperanza. Los padres pueden decidirlo aún si el pequeño no puede consentir.
Fuente:Autistic Dutch woman in good physical health chooses assisted suicide at age 29 – LifeSite
