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Un giro inesperado desafía las tendencias seculares de las últimas décadas: los jóvenes estadounidenses nacidos después del año 2000 están mostrando un renovado interés por la fe cristiana, estabilizando las cifras de adhesión religiosa que venían en constante declive desde los años setenta.
Según el más reciente Estudio del Panorama Religioso del Pew Research Center, el 63% de los estadounidenses se identifica actualmente como cristiano, un ligero incremento desde el mínimo histórico del 60% registrado en 2022. Este dato marca una tendencia de relativa estabilidad en los últimos cinco años, después de casi dos décadas de caída sostenida.
El análisis generacional revela un patrón fascinante: mientras el 80% de los nacidos en los años cuarenta o antes se identifican como cristianos, solo el 46% de los nacidos en los noventa mantiene esta afiliación. Sin embargo, la Generación Z (nacidos en los 2000) ha mantenido ese mismo nivel del 46%, rompiendo por primera vez la tendencia descendente intergeneracional.
La dimensión política de este fenómeno es significativa. Desde 2007, la identificación cristiana entre los conservadores ha disminuido modestamente, apenas 7 puntos porcentuales. En contraste, entre los liberales ha experimentado una caída dramática de 25 puntos, pasando del 62% al 37%. Actualmente, los conservadores tienen una probabilidad 45 puntos porcentual mayor de identificarse como cristianos que los liberales.
Este resurgimiento religioso entre los jóvenes puede interpretarse como una forma de rebelión contra la cultura dominante. Después de que el cristianismo sufriera importantes derrotas culturales desde los años sesenta –incluyendo decisiones de la Corte Suprema que prohibieron la oración en las escuelas y posteriormente reconocieron la «identidad de género» como una clase protegida por la ley federal de derechos civiles– la práctica religiosa experimentó un declive significativo.
La nueva atracción hacia formas tradicionales de culto se manifiesta de manera notable. Los sacerdotes católicos más jóvenes muestran tendencias más conservadoras que sus predecesores. El New York Post reporta que los jóvenes varones «anhelando una fe más tradicional» están convirtiéndose al cristianismo ortodoxo «en masa». En las liturgias ortodoxas o católicas tradicionales de las principales ciudades estadounidenses, es común ver a jóvenes vestidos formalmente y mujeres con velos, practicando su fe de manera similar a sus bisabuelos.
Paradójicamente, la contracultura que desafió al cristianismo institucional continúa nutriéndose de valores cristianos fundamentales. Los progresistas, aunque recelosos de la religión institucional, promueven ideales como la ayuda a los pobres, la acogida al extranjero y la protección de los marginados, todos ellos arraigados en la tradición moral cristiana.
Como observó el Arzobispo Fulton J. Sheen en los años cincuenta:
«Los adolescentes tienen una capacidad para el sacrificio mucho mayor de lo que los adultos se dan cuenta. Quieren hacer una entrega, un compromiso, un engagement… algo por lo que valga la pena morir».
El cristianismo continúa ofreciendo ese sentido de propósito trascendente que la contracultura nunca logró proporcionar completamente.
Aunque es prematuro afirmar si el largo declive del cristianismo en América ha tocado fondo o si estamos presenciando un verdadero renacimiento, el futuro de esta tendencia dependerá en gran medida de las decisiones de las nuevas generaciones, que parecen encontrar en la fe tradicional una forma de rebeldía contra el individualismo extremo de la cultura contemporánea.