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El 29 de julio de 1941, en la plaza de llamada del campo de concentración de Auschwitz, un grito desgarrador rompió el silencio: “¡Me compadezco de mi esposa y mis hijos!”. Era la voz de Franciszek Gajowniczek, prisionero número 5659, quien acababa de ser seleccionado junto a otros nueve reclusos para morir de hambre como castigo por la fuga de otro prisionero.
En ese momento crucial, un sacerdote franciscano conventual, el padre Maximiliano Kolbe, dio un paso al frente y pronunció las palabras que cambiarían para siempre dos destinos: “Soy un sacerdote; quiero morir por él”. Su ofrecimiento fue aceptado por los nazis en menos de un minuto, iniciando así una extraordinaria historia de sacrificio y supervivencia.
Gajowniczek, nacido el 15 de noviembre de 1901 en Strachomin, un pequeño pueblo a 100 kilómetros al este de Varsovia, provenía de una familia humilde. Su vida militar comenzó en el 36º Regimiento de Infantería de la Legión Académica en Varsovia, donde incluso resultó herido durante un golpe político en 1926.
La vida le sonrió cuando conoció a Helena, con quien se casó y tuvo dos hijos: Bogdan (1927) y Juliusz (1930). Las fotografías familiares los muestran como una familia feliz: él orgulloso en su uniforme militar polaco, ella con su tradicional vestimenta folclórica, y sus dos brillantes hijos, uno con talento para las matemáticas y otro para el comercio.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 transformó dramáticamente sus vidas. Gajowniczek, entonces sargento, defendió Wieluń -la primera ciudad polaca atacada por los alemanes- y posteriormente luchó en la Fortaleza Modlin, acciones que le valieron una nominación para la Cruz al Valor. Tras ser capturado por la Gestapo mientras intentaba llegar a Hungría, soportó siete meses de brutales interrogatorios antes de ser enviado a Auschwitz en septiembre de 1940.
La intervención de Kolbe no fue la única vez que Gajowniczek escapó de la muerte en el campo. Meses antes, había sido uno de los 300 prisioneros seleccionados para ser ejecutados en represalia por un ataque partisano, pero la orden fue revocada. En 1942, contrajo tifus y fue salvado por un médico que conocía del ejército, quien arriesgó su vida para administrarle inyecciones que bajaran su temperatura.
El destino, sin embargo, tenía preparada una amarga ironía. Cuando Gajowniczek regresó a Polonia en 1945, descubrió que sus hijos habían muerto en un bombardeo del Ejército Rojo el 17 de enero de 1945. Helena había salido a enviarle un paquete al campo cuando ocurrió la tragedia.
“Si no hubiera vivido, mi esposa no los habría dejado para enviarme un paquete. Habría sido mejor si yo hubiera muerto y ellos vivieran, pero tal es la voluntad divina que fui resucitado en su nombre, y ellos perecieron”, reflexionó años después.
La vida posterior de Gajowniczek estuvo marcada por el sacrificio de Kolbe. Asistió a la beatificación del sacerdote en 1971 y a su canonización en 1982 por el Papa Juan Pablo II. Tras la muerte de Helena en 1982, se casó con su cuidadora, Janina, en los años 80. Viajó extensamente por Europa y Estados Unidos, llegando incluso a reunirse con el presidente George H.W. Bush en la Casa Blanca en 1989.
Franciszek Gajowniczek falleció el 13 de marzo de 1995 en Brzeg, a los 94 años, con Janina a su lado. Siguiendo sus deseos, fue enterrado en el cementerio de Niepokalanów. En su funeral, el obispo lo describió como “una reliquia viviente que quedó después del Padre Maximiliano”, un testimonio perdurable del poder transformador del sacrificio y el amor cristiano.