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“Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro padre celestial”.
(Mt 5, 48)
¿Cómo es posible que Jesús pretenda que nosotros, los seres humanos imperfectos que somos, seamos perfectos como lo es el Padre Dios que está en el cielo? ¿Jesús no está pidiendo algo imposible?
Jesús no está pidiendo que nosotros los seres humanos, fragiles, inclinados al mal y, por tanto, constantemente pecadores como somos, nos comportemos como Dios ni seamos como Dios. Jesús está diciendo que así como el Padre Dios o Dios Trinidad es perfecto nosotros debemos buscar nuestra perfección humana, primero, y luego nuestra perfección cristiana si queremos verlo cara a cara tal cuál es (1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12; Ap 22, 4-5).
Jesús pide la perfección cristiana, pero esto será posible si nos interesamos primero por la perfección humana, viviendo los valores humanos. Sin la perfección humana no podremos perfeccionarnos como cristianos viviendo los valores evangelicos. Nosotros los cristianos no podemos acontentarnos con ser buenas personas, y nada más; un ateo también está llamado a ser buena persona. Nuestra meta es aproximarnos cada vez más al ideal del cristiano: ser y pensar como Jesucristo, y hacer lo que Él nos diga, como lo pide la Virgen María (Jn 2, 5).
Y lo que nos exige Jesús es algo que se consigue poco a poco, es un proceso de toda la vida; la perfección cristiana no se logra de la noche a la mañana. Lo que el Señor Jesús nos exige es que nosotros los cristianos, sus discípulos, avancemos diligentemente día a día hacia la perfección a pesar de todo; dicho de otra manera, que Jesús, juez de vivos y muertos, nos encuentre lo menos imperfectos posible al final de nuestra vida terrenal para ser merecedores de la eterna bienaventuranza.
Al final de la vida terrenal debemos tener un mínimo de perfección que nos garantice al menos, en un primer momento, la entrada al purgatorio para lograr allí la perfección plena y necesaria para luego, en un segundo momento, entar en el cielo.
Y la perfección cristiana será posible si cumplimos con las siguientes diez condiciones:
1.- Para conseguir la perfección cristiana debemos tener en cuenta lo que dice Jesús en los versículos anteriores a la cita que encabeza el presente artículo (Mt 5, 39-47). Palabras más palabras menos, Jesús nos pide no tener en cuenta los criterios del mundo o la lógica del mundo, sino que tengamos en cuenta sus criterios. Jesús nos pide una acción igual a la de Él, que es el maestro, y quiere que aprendamos de Él (Mt 11, 29). Para lograr la perfección debemos, pues, hacer el esfuerzo de vivir como dice Jesús.
2.- Para conseguir la perfección cristiana no debemos perder de vista a Jesús de quien debemos estar cerca, cada vez lo más cerca posible de Él; seguirlo en definitiva desapegando el corazón de las cosas de este mundo. “Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mt 19, 21). Y para seguir a Jesús, andando hacia la perfección, debemos tener en cuenta las condiciones de Jesús: Negarnos a nosotros mismos y cargar nuestra cruz (Mt 16, 24).
¿Qué significa negarnos a nosotros mismos? Significa hacernos violencia interior para no perder la salvación, luchar para negar todo aquello que no ayuda a concretar el reino de Dios. Saber domar nuestra naturaleza corporea, no dejarnos manipular por instintos, tendencias, necesidades y, menos aun, necesidades creadas. ¿Qué significa cargar nuestra cruz? Significa ser responsables de nuestra vida, ser excelentes administradores del don de nuestra vida con todo lo que implica: vocación (profesión), estado de vida, circunstancias personales.
3.- Para conseguir la perfección cristiana Jesús también nos está pidiendo que avancemos hacia una perfecta coherencia con nuestra identidad de cristianos, con lo que sabemos en cuanto a la sana doctrina y con lo que queremos en la eternidad; y esta coherencia, que ha de ser constante (y aquí tenemos la fidelidad), progresiva y decidida, parte del hecho de que Dios es totalmente coherente. Ser perfecto es tener una integridad de vida, nos vean los demás o no.
4.- Para conseguir la perfección cristiana debemos recordar que el significado de la palabra perfección en la Biblia se refiere a la consecuención de un estado de plenitud absoluta en relación con Dios. La perfección bíblica implica estar libre de faltas, defectos o deficiencias. En el Nuevo Testamento, el término griego para «perfección» se puede traducir también como «madurez», sobre todo la madurez espiritual. Los seres humanos no somos perfectos, pero aun así a nosotros los discípulos de Cristo se nos exhorta a buscar la perfección: «Sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seais perfectos e íntegros sin que dejeis nada que desear”. (St 1, 3-4).
5.- Para conseguir la perfección cristiana, debemos tener en cuenta que Jesús no nos pide que seamos iguales a Dios, sino que nos dejemos llenar de Él a través suyo. Que todas nuestra palabras y acciones sean respuesta a las inspiraciones de Dios; que lo que digamos y hagamos sea la manera cada vez más perfecta de dar cumplimiento a la voluntad divina.
6.- Para conseguir la perfección cristiana debemos avanzar en la consecución de la santidad. «Sed santos, porque santo soy yo, el Señor, vuestro Dios» (Lev 19, 2). «Yo soy el Señor que os santifica» (Lev 20, 8). «Sed imitadores de Dios…, y vivid en el amor» (Ef 5, 1-2).
«Así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la escritura: Seréis santos, porque santo soy yo» (1 Pe 1, 15-16).
Estamos llamados a ser santos (1 Co 1, 2) y esa es nuestra verdadera vocación. Hemos sido creados «a imagen de Dios» (ésta es, según la Biblia, nuestra verdadera esencia); y estamos destinados a ser de manera cada vez más perfecta «semejanza de Dios» (Gn 1, 26).
Nosotros creemos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Y decir que Jesús es hombre verdadero significa, para la Biblia, que humanamente es perfecto, es santo. Jesús es el hombre al que todos los demás deben asemejarse; es el modelo perfecto de humanidad, el último Adán, como lo define san Pablo (1 Co 15, 45), y esto precisamente porque es el Santo de Dios.
“Y todos estamos llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Ts 43)” (Lumen gentium, 39).
En la oración del Gloria en la Santa Misa decimos a Jesucristo: “Sólo Tú eres Santo”. Sólo Dios es perfecto, y como tal Él es Dios. La santidad es un atributo de la naturaleza de Dios, e implica la absoluta perfección moral.
La santidad que es propia de Dios no está a nuestro alcance, es inaccesible para nosotros. Por tanto, por más santa que sea una persona, nunca tendrá la santidad de Dios o nunca será como Dios. Por tanto no podemos caer en el error de decir que un santo se equipare a Dios o que se iguale a Dios o que sea tan santo como Dios.
Sólo Dios es bueno, porque de Él procede toda bondad y Él inspira y acompaña nuestro buen obrar. Dios es Espíritu puro y nosotros tenemos mucho de materia, de terrenal, con las respectivas consecuencias del pecado original; hay pues una tremenda distancia entre Dios y nosotros, sus criaturas. Aun así debemos buscar o, mejor, concretar la santidad. La santidad nuestra es gozar de la santidad de Dios estando en comunión con Él en Jesucristo; la santidad en nosotros los cristianos es irradiación o participación de la santidad divina; poco a poco debemos dejarnos impregnar de la santidad de Dios.
¿Es conveniente estar encerrados en un calabozo? No. Hay que salir de ese lugar oscuro, lúgubre y frío para dejarnos iluminar, calentar y vivificar por la luz solar; sólo así veremos en plenitud la realidad de la vida tal como es. Así es la realidad espiritual, debemos dejarnos iluminar y penetrar por la luz de Dios, Jesucristo, la luz del mundo; y así ver la realidad en su completa totalidad. Dios brilla con luz propia y el cristiano brilla si permite que le llegue la luz divina.
Y la luz de Dios, su santidad, nos llega por contacto, algo así como pasa con los bombillos; éstos se encienden gracias al contacto con la electricidad. Pero hay una diferencia entre un bautizado y un bombillo: el bombillo recibe, así sin más, la corriente eléctrica, mientras que el ser humano debe pedir que le llegue la “electricidad”, para iluminar, y ser también luz del mundo (Mt 5, 14) facilitando el contacto con Dios, contacto que nace de la fe. Con la virtud de la fe se establece entre nosotros y Jesucristo, generador de la Gracia (la electricidad), un contacto que nos llega a través de unos cables que llamamos sacramentos.
7.- Para conseguir la perfección cristiana debemos transformarnos en signos de contradicción. «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente» (Rm 12, 2). El apóstol, después de decir «no os acomodéis al mundo presente», dice «transformaos». Esto es lo que Jesús también nos pide: Antes que transformar el mundo, hemos de transformarnos nosotros mismos o, lo que es lo mismo, convertirnos, dejar atrás el hombre viejo (Ef 4, 22).
8.- Para conseguir la perfección cristiana debemos saber sufrir, y saber asumir las aflicciones de la vida. La Escritura dice que Jesús se perfeccionó mediante el sufrimiento: «Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos» (Hb 2, 10). El sufrimiento y la muerte de Cristo en la cruz lo hicieron «perfecto» para que pudiera servir como el Sumo Sacerdote sin defectos para el pueblo de Dios (Hb 7, 28). Sólo a través del sufrimiento Jesucristo pudo llevar a cabo la obra de la redención y convertirse en el perfecto, completo y eficaz Salvador de su pueblo (Hb 5, 9).
9.- Para conseguir la perfección cristiana debemos perfeccionar nuestra obediencia a Dios, aprendiendo de Jesucristo. Jesús fue el ejemplo perfecto de lo que significa vivir en obediencia a la voluntad del Padre. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34).
10.- Para conseguir la perfección cristiana son imprescindibles las obras de oración, de penitencia (mortificación) y, sobre todo, las obras de caridad; obras que se deben ir haciendo de manera cada vez más perfecta. Jesús, en Mt 5, 43-47, alude a una perfección en el amor que debemos mostrar hacia el prójimo.
El llamado de Jesús a la perfección es un llamado a una vida que no se basa meramente en el cumplimiento programático y superficial de la ley de Dios, aunque sea un código de ética y moral para el creyente, sino más bien en concretar de manera cada vez más perfecta una vida que encuentre su motivación y su inspiración en el carácter misericordioso de Dios.
P. Henry Vargas Holguín