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De Leo a Leo: La Pasión de la Iglesia y la Corona Inmutable | J. Strickland

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El siguiente es el texto de la columna “La Voz de un Pastor”, escrita por el Obispo Joseph Strickland y publicada por él en su cuenta de Substrack el 12 de mayo de 2025, en la que se refiere a la Misión del Papa León XIV, poniéndola en perspectiva con la misión apostólica desarrollada por el Papa León XIII. En el centro de ambas está la Misión Redentora de Cristo, de quien afirma que “no fue menos Rey el Viernes Santo que el Domingo de Resurrección”.

Con gran realismo, y una franqueza valiente, pone las cosas en su sitio. Deja claro que no omitirá nada en el cumplimiento de su misión como Obispo, de enseñar y defender el Depósito de la Fe (por lo cual fue injustamente denostado y destituido), y manifiesta expresamente que ora por la Iglesia y por el nuevo Papa.

Si León XIV decide restituirlo –como en justicia esperaríamos que lo haga–, sabrá que no tendrá un áulico aplaudiéndole sino un Pastor Fiel y Veraz. ¿Lo hará?


Mis queridos hijos e hijas en Cristo,

Bienvenidos a otro episodio de “La Voz de un Pastor”.

Hemos llegado a otro momento en la vida de la Iglesia que exige fe, paciencia y claridad de espíritu. Se ha elegido un nuevo papa —León XIV— y sé que para muchos católicos fieles, especialmente para quienes aman la Tradición de la Iglesia, este momento no solo trae preguntas, sino también tristezas, preocupaciones y temores por el futuro. Sin embargo, también recordamos que todo nuevo pontificado comienza con la posibilidad de la gracia. Desconocemos qué podrá hacer aún. Lo encomendamos a la misericordia de Dios y oramos para que reciba la fuerza y el coraje para defender la fe con claridad y amor.

No es ningún secreto que este nuevo Santo Padre proviene del corazón de un movimiento en la Iglesia que, durante las últimas décadas, se ha distanciado de la doctrina, ha perdido el sentido de sujeción a la tradición y, a menudo, ha buscado complacer al mundo más que desafiarlo. Estas cosas deben decirse con claridad, pero no con amargura ni con espíritu de rebeldía, sino con verdad y amor. Al mismo tiempo, debemos recordar que el pasado de una persona no siempre dicta su futuro. Dios ha obrado cambios sorprendentes en los corazones de líderes en el pasado, y puede volver a hacerlo.

Permítanme comenzar, entonces, con una palabra de la Sagrada Escritura, que ha sido una fortaleza para la Iglesia en cada época de sufrimiento:

“Dios es nuestro amparo y fortaleza; nuestro socorro en los momentos difíciles; nos ha hallado en gran manera” (Salmos 45, 2).

No somos huérfanos. Cristo sigue con su Iglesia. Él reina. Incluso en su Pasión.

Hoy quiero compartir con ustedes una reflexión; no una condena, ni un pronóstico catastrófico, sino una reflexión. Y quiero hacerlo observando a dos hombres que comparten el mismo nombre: León XIII y, ahora, León XIV. Dos hombres. Dos momentos históricos. Dos caminos muy diferentes. Y, sin embargo, una sola Iglesia. Una sola corona. Un solo Rey crucificado.

Volvamos por un momento al Papa León XIII.

Fue elegido en 1878, tras el largo pontificado del beato Pío IX. El mundo cambiaba rápidamente. El poder temporal del papado había caído. La Iglesia estaba rodeada por las fuerzas del modernismo, el socialismo y el ateísmo, y muchos dentro de la Iglesia ya comenzaban a adaptarse al espíritu de la época.

Y, sin embargo, León XIII se mantuvo firme. Escribió la Rerum Novarum, afirmando la dignidad del trabajo, pero fundamentándola en la ley divina, no en consignas revolucionarias. Emitió más encíclicas sobre el Rosario que cualquier otro papa en la historia. Compuso la Oración a San Miguel Arcángel. Y consagró el mundo entero al Sagrado Corazón de Jesús.

Sabía que los errores modernos no podían vencerse solo con diplomacia. Había que afrontarlos con doctrina, santidad y una fidelidad inquebrantable a la verdad.

El Papa León XIII no fue un hombre de grandilocuencia. Fue un hombre de visión. Un hombre que enfrentó el mal a la cara y respondió con toda la fuerza de la doctrina católica. No la diluyó. No la disimuló. La proclamó. Y al hacerlo, le dio a la Iglesia una brújula segura para el siglo siguiente.

Ahora tenemos a otro León. Ha adoptado un nombre con gran peso, y con él, quizás, ha hecho una oración interior para seguir los pasos de su tocayo. Esperamos y rezamos para que este nombre lo inspire a superar el espíritu de la época y asumir el manto del verdadero pastoreo.

Y aún no sabemos qué escribirá, dirá o hará. Pero sí sabemos de dónde viene. Conocemos la trayectoria que ha seguido. Y no es ningún secreto que se ha alineado con el camino progresista trazado por el papa Francisco: un camino que a menudo prioriza el diálogo sobre la doctrina, el acompañamiento sobre la claridad y la adaptación pastoral sobre la verdad objetiva.

De nuevo, digo esto no con espíritu de rebeldía, sino con tristeza y determinación. Porque ustedes, los fieles, merecen escuchar la verdad con claridad y recordar que su fe no se basa en las preferencias ni la prudencia de nadie. Se basa en Jesucristo. Se basa en el Depósito de la Fe. Se basa en las promesas de Dios, quien dijo:

“Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16, 18).

¿Qué significa que a veces parezca que esa promesa no se cumple? ¿Qué significa que un Papa mismo parezca llevar a la Iglesia por un camino de confusión?

Significa esto: que caminamos con Cristo en su Pasión.

Esto no es una metáfora. Es la realidad de nuestro tiempo.

Así como Nuestro Señor fue coronado de espinas, se burlaron de él vistiéndolo con ropajes reales y fue proclamado rey por quienes no creían en su realeza, así también la Iglesia, su Cuerpo Místico, atraviesa ahora una época en la que el honor exterior a veces enmascara el sufrimiento interior. Una época en la que la corona no es de oro, sino de hierro. Esta no es la era del triunfo. Este es el Huerto de Getsemaní.

Pero no desesperemos. Recordemos: Cristo no fue menos Rey el Viernes Santo que el Domingo de Pascua. De hecho, fue en la cruz donde reinó en la plenitud del amor. Así también, la Iglesia no pierde su constitución divina cuando es humillada o incomprendida. Está siendo purificada. Está siendo crucificada con su Señor.

Esta no es la primera vez.

En el siglo IV, cuando San Atanasio se enfrentó prácticamente solo a la corriente del arrianismo, incluso cuando la mayoría de los obispos habían caído en el error, se aferró al Depósito de la Fe. Y se dijo de él: «Athanasius contra mundum» (Atanasio contra el mundo).

Y triunfó. No por compromiso. No por silencio. Sino por fidelidad.

En nuestros días, la tentación es diferente. No es una herejía manifiesta, sino una erosión silenciosa. No es un martillazo, sino una lenta disolución de la certeza. Se nos dice: «Las doctrinas cambian», «La tradición debe evolucionar», «El Espíritu nos lleva más allá de las Escrituras». Estas son mentiras. Viejas mentiras, revestidas de un nuevo lenguaje. Y deben ser respondidas, no con ira, sino con claridad, paz y una verdad inquebrantable.

Les insto: conozcan su fe. Lean el Catecismo, no las nuevas revisiones, sino las enseñanzas perennes. Lean los concilios. Lean las encíclicas del Papa León XIII, del Papa Pío X y, sí, incluso las advertencias de Nuestra Señora en Fátima, que hablaban de una gran confusión en la Iglesia.

Pero mientras lees, no temas. Mantente firme. Y lleno de esperanza.

Porque la esperanza no es optimismo. La esperanza es la virtud que cree en las promesas de Dios incluso cuando todo lo visible parece contradecirlas. La esperanza es lo que Nuestra Señora tuvo al pie de la Cruz. La esperanza es lo que tuvieron las santas mujeres el Sábado Santo. Y la esperanza es lo que debes tener ahora.

Escuchemos estas palabras de San Pablo:

“De todas maneras atribulados, mas no abatidos; sumergidos en apuros, mas no desalentados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no destruidos” (2 Corintios 4, 8-9).

Éste es el espíritu de la Iglesia en su Pasión.

Sé que algunos se preguntan: «¿Qué hacemos ahora?». Se sienten desorientados. Quizás incluso traicionados. Quizás sientan la tentación de retirarse por completo. Pero ese no es el camino.

Ahora es el momento de profundizar en la oración. Conéctate con la Santa Misa, especialmente con la Misa Tradicional en Latín, donde la claridad de la doctrina y el sacrificio de la Cruz se preservan con tanta belleza.

Ahora es el momento de enseñar a sus hijos, no solo a ser buenos católicos, sino a ser santos. Guerreros de la virtud. Amantes de la verdad. Constructores del futuro.

Ahora es el momento de apoyar a sus fieles sacerdotes. De animar a sus religiosos. De escribir cartas, sí, pero también de encender velas. De ayunar. De ofrecer reparación.

El diablo quiere que te rindas. Cristo quiere que estés al pie de la cruz con él.

Así que les digo: manténganse firmes. No corran. No maldigan. No calumnien. Pero tampoco mientan. No digan: «Todo está bien» cuando no es así. Digan la verdad, a tiempo y a destiempo. Con amor.

Estamos siendo zarandeados. Y eso es una gracia.

Al mirar hacia adelante, no busquemos triunfos terrenales. Miremos hacia la Cruz. La Cruz no es el fracaso de la Iglesia; es su camino. Es el trono desde el cual Cristo reina. Y ahora, en estos tiempos de confusión y sufrimiento, recorremos ese mismo camino con Él.

Pero recuerda: el Calvario no es para siempre.

Hay un Sábado Santo, sí; un silencio. Una espera. Pero luego llega la Pascua. Y en cada época, incluso en la hora más oscura, Dios ha suscitado santos. Lo volverá a hacer.

Podrías sentirte tentado a pensar que, dado que ahora tenemos un papa que probablemente seguirá el camino liberal de su predecesor —uno que podría alejar a la Iglesia de sus doctrinas, de sus tradiciones, de la claridad—, todo está perdido. Pero no es así. Desconocemos el final de su historia. Tampoco sabemos qué gracias Dios puede derramar aún en su alma. No juzguemos. Oremos, en cambio, fervientemente —no solo por nosotros, sino por él— para que sea un digno sucesor de Pedro, un león que cuida del rebaño.

Cristo no se sorprende. No está derrotado. La Iglesia puede ser azotada. Puede ser coronada de espinas. Pero sigue siendo su Esposa. Y él no la ha soltado.

Quizás recuerden que el Papa León XIII, tras una visión del poder de Satanás sobre el mundo, compuso la Oración a San Miguel. No lo hizo por pánico. Lo hizo como un hombre de visión y fortaleza. Y debemos seguirlo, no con miedo, sino con firmeza.

“San Miguel Arcángel,…”.

Repítelo todos los días. Enséñaselo a tus hijos. Hazlo parte de tu armadura.

Y sí, fortalézcanse con lo bueno. Hay muchos sacerdotes fieles. Muchos obispos fieles. Muchas familias se aferran silenciosamente a la fe en sus hogares, sus capillas, sus escuelas. La Iglesia no está muerta. Está sufriendo, pero el sufrimiento no es la muerte.

No pasen todo el tiempo leyendo escándalos y tristezas. Lean las Escrituras. Lean a los santos. Lean a los antiguos papas. Llenen su mente y alma con lo verdadero, lo bueno y lo bello. No vivan en la niebla del desánimo. Eso es lo que quiere el enemigo. Son hijos e hijas del Rey.

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5, 4).

Mi mensaje para ustedes hoy es este: No abandonen la barca de Pedro, ni siquiera cuando parezca ir a la deriva. No desprecien la fe que les fue confiada. No confundan las pruebas de la Iglesia con su derrota.

De León XIII a León XIV. Recuerden, aunque sea gloria o prueba, claridad o confusión, el papado sigue siendo parte del plan divino, pero no siempre es señal de aprobación. A veces es una prueba. Y a veces, es una corona de espinas.

Agárrate fuerte.

Aférrate al Sagrado Corazón de Jesús. Al Inmaculado Corazón de María. A la verdad transmitida, no alterada ni diluida, sino ardiente con fuego divino.

Deja que este momento purifique tu fe. Que se centre menos en los hombres y más en Cristo. Deja que te lleve de rodillas, no a la desesperación, sino a la confianza.

No sé qué nos depararán los próximos meses. Pero sí sé esto: Cristo reina. Reina en su Pasión. Reina desde la Cruz. Reina en ti, si permaneces fiel.

Así que sigan adelante. No con amargura. No con miedo. Sino con la alegría de los santos. La alegría que sufre, pero canta.

Que Dios te bendiga. Que te fortalezca. Que te preserve en la única fe verdadera.

“Y la luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no la comprendieron” (Juan 1, 5).

Caminemos como hijos de la luz.

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestra protección contra la maldad y las asechanzas del Diablo. Que Dios lo reprenda, te suplicamos humildemente; y tú, oh Príncipe de las huestes celestiales, por el poder de Dios, arroja al infierno a Satanás y a todos los espíritus malignos que rondan el mundo buscando la ruina de las almas.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Fuente: La Voz de un Pastor – 12 de mayo de 2025 | Obispo Joseph Strickland

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