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En el relato de la creación vemos que Dios creó al ser humano después de haberle preparado el ambiente idóneo para existir. La obra de la creación está pensada, por el querer de Dios, para bien de la humanidad.
Y para que esta obra siga estando en función del ser humano éste la debe saber cuidar. Es por esto que Dios le ha dado al ser humano la potestad de someter la obra de su creación (Gn 1, 28). Aquí, prácticamente, Dios le pide al ser humano ser una especie de co-creador.
Dios, pues, le pide al hombre que ejerza dominio sobre todas las criaturas. El pasaje bíblico antes citado se debe interpretar como una tarea que Dios le da al hombre para el cuidado de todo lo que Dios ha pensado y creado para su bien, no como una licencia para su destrucción o una explotación irresponsable hasta que tenga consecuencias devastadoras.
De manera que someter la creación no es, en absoluto ni en ningún sentido, destruirla; de lo contrario la humanidad se perjudica como ya lo estamos viendo, entre otras cosas, con el “cambio climático”. El ser humano no debe manipular la naturaleza, ni la propia naturaleza, faltando a la moral cristiana ni a la ética, pues ella, tarde o temprano de una manera u otra, se le vuelve en contra, como ya se ha visto.
¿Pero, más concretamente, qué es someter la creación? Someter la creación es hacer un uso racional de ella, saberla administrar para que esté al servicio del ser humano de todos los tiempos. Someter la creación es protegerla, desarrolarla, hacerla mejor; en consecuencia, no maltratarla.
En la cuarta plegaria eucarística del misal romano, la Iglesia dice:
“Te alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas con sabiduría amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado”.
Someter la creación es, a la hora de la verdad, servir solo a Dios.
Dios, incluso, quiere que la predicación del evangelio favorezca su obra entera, a toda la creación (Mc 16, 15). ¿Pero cómo la obra de la creación se beneficia del evangelio? ¿Cómo predicarle a la naturaleza? La respuesta está en amarla, a semejanza de Dios, pues Él crea todo cuanto existe desde el amor. Dios crea lo que ya ama desde su pensamiento, y el ser humano debe imitar a Dios.
El ser humano, pues, debe amar, dígase también proteger, la obra de Dios. El Papa Francisco, en su encíclica “Laudato Si”, nos da pistas de cómo debe ser el comportamiento de la humanidad hacia todo lo creado, “la casa común”.
¿En el caso de los animales cuál es la tarea del ser humano o cuál debe ser su comportamiento hacia ellos? Es deber del ser humano evitar su extinción, no sacarlos de su hábitat ni destruírselo, no hacerlos sufrir con fines comerciales o experimentales, no domesticarlos cuando son salvajes, no maltratarlos por su comportamiento que para el ser humano es erróneo, no cazarlos o utilizarlos como fuente de diversión, etc.
Dios nos pide amar a los animales, tratarlos con la dignidad que les es propia, considerarlos, incluso, como “hermanos”, aprendiendo de San Francisco de Asís. Entonces hay que amar a los animales. Pero una cosa es amar a los animales y otra, totalmente contraria, idolatrarlos, convertirlos en el eje de la vida, humanizarlos, estar en función de ellos.
En esta reflexión nos centraremos en los animales de compañía, las mascotas, y más específicamente en los perros. Pero antes que todo, una aclaración: con esta reflexión no se pretende ofender a nadie; se trata de darle a los animales el trato justo, racional y correcto.
Lo que alguna vez fue una relación correcta entre el ser humano y los animales se ha convertido en algo enfermizo. ¿Qué decir de los seres humanos que se creen animales, que se quieren comportar como tal y, peor aun, que quieren que los traten como animales?
Lo que fue una relación sana y noble con los perros, que eran éstos guardianes y compañeros de lucha, ahora en el tiempo presente dicha relación se ha degenerado hasta tal punto de convertirse en una caricatura grotesca.
El trato justo que el ser humano le debe dar a los perros ha mutado en una parodia enferma: la perrolatría. El trato que hoy en día mucha gente le da a las mascotas delata lo que bien se podría denominar ‘el circo del mascotismo’.
Este fenómeno ha ridiculizado la relación humana con las mascotas, y más especialmente con los perros: perros tratados como objetos, disfrazados, humanizados hasta el colmo. Perros considerados peluches vivientes para llenar vacíos existenciales de adultos que no quieren madurar de la manera correcta o no ven que deben madurar.
Hay perros encerrados en apartamentos pequeños sin acceso a la naturaleza, sin correr, sin la posibilidad de hacer lo que están llamados a hacer, sacados al máximo una vez al día solo para hacer sus necesidades; y, a este propósito, muchas veces la irresponsabilidad humana llega al punto de dejar los excrementos de sus perros en los espacios públicos. Perros alimentados con comida artificial, llena de químicos varios, como si eso se considerara cuidado; olvidando que los perros son animales netamente carnívoros.
Perros que son llevados en cochecitos como si fueran bebés o cargados en mochilas o, peor aún, cargados en brazos; animales a los que les ponen ropita ridicula, gafas de sol, le ponen perfumes y le ponen nombres de persona.
¿Todo esto es amor por los animales? No. Esto es una forma de maltrato; es un maltrato disfrazado, un maltrato legal; un maltrato disfrazado de ternura.
Los animales merecen respeto como lo que son, animales. Los animales no son personas, no entienden la neurosis de sus dueños. No son muñecos terapéuticos para una sociedad infantilizada. Perros que, salvo válidas excepciones, son adiestrados para cosas o situaciones para las que no fueron creados. Y lo peor, se les pide obediencia perfecta para que tengan modales humanos. Y se les castiga duramente si muestran cualquier atisbo de conducta propia de su condición de animal.
El ser humano está llamado a entender que un perro no es un juguete emocional, sino un animal con instintos y necesidades o cuidados como animal que es.
Darles a los perros cuidados como si fueran personas no es amor, eso es puro narcisismo. No se pueden convertir los animales o las mascotas en una extensión del ego humano. No se puede negarles su naturaleza, infantilizarlos, manipularlos, decorarlos y vestirlos hasta que dejen de parecer lo que realmente son: animales.