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Artículo original escrito bajo el género periodístico de «Comentario», por Álvaro Peñas, y publicado este 5 de noviembre de 2024. Por su interés y calidad, lo reproducimos aquí.
El «Cantar de Mio Cid» es un poema en castellano medieval compuesto hacia el año 1200. Narra las heroicas hazañas del caballero castellano Don Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como El Cid Campeador, en los últimos años de su vida. El poema es una historia sobre el honor. El Cid es desterrado tras ser acusado injustamente de robo, pero obtiene el indulto real tras arrebatar Valencia a los invasores almorávides, fanáticos musulmanes que habían lanzado una yihad desde el norte de África. Hay una frase muy popular del Cantar que para mucha gente resume la historia del Cid: «Qué buen vasallo si tuviera un buen señor«. Esta frase ha recuperado todo su significado con los acontecimientos de los últimos días en Valencia.
Ante la ineficacia de los gobiernos central y autonómico, miles de voluntarios se organizaron para hacer lo que el Estado no hacía: ayudar a los damnificados de las inundaciones provocadas por el sistema meteorológico DANA, una «gota fría» que azotó la provincia de Valencia el pasado 29 de octubre. La Iglesia Católica, ONG y organizaciones juveniles, como Revuelta, organizaron la recolección de alimentos y donaciones. Miles de personas se movilizaron para llevar ayuda a las poblaciones afectadas, que habían quedado completamente indefensas y abandonadas a su suerte. Al igual que el Cid, a los españoles todavía les queda honor. El vasallo demostró ser muy superior a su ‘señor’ en una catástrofe que ha afectado a medio millón de personas, 325.000 de las cuales, según el sistema europeo de satélites Copérnico, se encuentran en la zona cero del desastre. Las cifras hablan por sí solas: ya han muerto más de 200 personas; más de mil personas están reportadas como desaparecidas; se han reportado 100,000 autos como pérdidas totales; 77.000 viviendas se han visto afectadas; 18.000 negocios han sido destruidos. Los daños materiales son incalculables.
Pero ¿dónde estaba el Estado? Todo empezó con el pie izquierdo. El aviso de lluvia que la AEMET (Agencia Meteorológica Española) emitió a las 7:30 del martes ya llegaba demasiado tarde. Apenas cinco horas después del aviso, el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, del Partido Popular (PP), dio una rueda de prensa para anunciar que la tormenta disminuiría de intensidad a partir de las 18 horas porque «se desplazaría a la provincia de Cuenca». Sucedió lo contrario, y una hora después, el DANA ya había causado vientos huracanados, ríos crecientes y barrancos desbordados.
Esta tragedia se vio agravada por la respuesta del gobierno. En lugar de una cooperación inmediata entre el gobierno central y los gobiernos regionales para ayudar a los cientos de miles de españoles afectados, en lugar de hacer lo que debería hacer un verdadero gobernante, se jugó un juego político para determinar quién tenía la competencia para intervenir. El gobierno alegó que necesitaba el permiso de la comunidad autónoma para enviar el ejército a Valencia. Pedro Sánchez lo expresó cínicamente días después: «Si necesitan más recursos, que los pidan».
Es más que inmoral discutir cuestiones de competencia durante una catástrofe, pero en España vivimos en una distopía gobernada por funcionarios, los más tontos y los más malvados de la clase. Como de costumbre, el Gobierno de Pedro Sánchez mintió. Puede declarar el estado de alarma sin autorización de la comunidad autónoma y desplegar el ejército, con o sin estado de alarma. El primer párrafo del artículo 4 de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, permite al Gobierno declarar el estado de alarma en «catástrofes, calamidades o desgracias públicas, tales como terremotos, inundaciones, incendios urbanos y forestales o accidentes de gran magnitud». También se podría haber utilizado la emergencia nacional, que está prevista para emergencias de interés nacional y solo puede ser decretada por el Ministerio del Interior.
Los militares, los bomberos, la policía y la Guardia Civil pidieron en vano ser enviados a Valencia; algunos incluso se ofrecieron como voluntarios, pero fueron rechazados. El Ministerio del Interior no comenzó a enviar refuerzos hasta el 2 de noviembre. En cuanto al ejército, la UME (Unidad Militar de Emergencias) fue enviada desde el primer momento, aunque la ministra de Defensa, Margarita Robles, culpó al Gobierno valenciano de la lentitud del despliegue militar. El primero de noviembre, se anunció que se enviarían más unidades en tres días. Cuando España envió ayuda militar a Marruecos tras el terremoto de 2023, el mismo ministro dijo: «Enviaremos lo que sea necesario, porque todo el mundo sabe que las primeras horas, sobre todo cuando hay gente bajo los escombros, son cruciales».
Otros países también han ofrecido ayuda. El ministro francés del Interior, Bruno Retailleau, se puso en contacto con su homólogo español, Fernando Grande Marlaska, para enviar un equipo de apoyo de 250 bomberos, pero le dijeron que no era necesario. Sin embargo, han llegado bomberos voluntarios franceses, como el equipo del Grupo Francés de Ayuda en Casos de Desastre (GSCF), que llegó a la localidad de Alfafar el viernes. Un vídeo muestra su llegada y la incredulidad de los bomberos franceses cuando descubrieron que eran el primer equipo de emergencia en llegar a la localidad, una de las más afectadas. Otros ofrecimientos de ayuda, muchos de los cuales aún no han sido respondidos, han llegado de Argentina, Portugal, Italia y Polonia, entre otros.
Malgorzata Wolczyk, una periodista polaca que conoce muy bien España, me confesó su confusión por cómo se han desarrollado los acontecimientos. Comparó lo ocurrido en Valencia con las graves inundaciones que afectaron a Europa Central, incluida Polonia, en septiembre. Las pérdidas humanas y materiales fueron mucho menores debido a la llegada inmediata del «ejército civil», creado por el anterior gobierno de Ley y Justicia (PiS), entrenado para tareas especiales y para combatir desastres naturales. A diferencia de los voluntarios españoles que llegan por sus propios medios, los polacos fueron enviados a la zona del desastre en trenes especiales. Incluso el primer ministro, Donald Tusk, llegó de inmediato al lugar de la inundación. Para Wolczy, es incomprensible que «un país tan rico y mejor organizado en muchos ámbitos que nosotros, deje sin ayuda a sus ciudadanos afectados».
Por supuesto, Sánchez no fue el único político que convirtió la catástrofe en un juego político. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien ofreció asistencia a la UE, dijo que lo sucedido «es la dramática realidad del cambio climático». La dramática realidad de la que habla von der Leyen es algo anterior al movimiento de fanatismo climático al que pertenece la presidenta europea. Las primeras inundaciones conocidas en la ciudad de Valencia ocurrieron en 1321 y 1328. Una de las peores inundaciones tuvo lugar el 27 de septiembre de 1517, entre las festividades para celebrar la llegada del nuevo rey y futuro emperador Carlos V. En octubre de 1957 hubo otra gota fría, que dejó más de 300 muertos. Este desastre llevó al gobierno del general Franco a redactar el conocido como Plan Sur, que estipulaba la construcción del nuevo cauce del río Turia entre 1958 y 1973, que ha protegido Valencia en esta y otras ocasiones.
También tenemos un ejemplo de inundaciones terribles en las que la respuesta del Estado fue totalmente diferente. Fue en Bilbao en 1983, también bajo un gobierno socialista. La inundación causó 35 muertes, pero la respuesta fue inmediata, y la acción de voluntarios y el despliegue de miles de efectivos del ejército evitaron daños mayores.
Comencé hablando del Cantar del Mio Cid para distinguir a los españoles con honor de los que no lo tienen. Voy a terminar con una obra teatral, «Fuenteovejuna«, escrita por Lope de Vega entre 1612 y 1614. La obra narra los acontecimientos de la noche del 23 al 24 de abril de 1476, cuando los vecinos de Fuente Ovejuna se alzaron en armas contra el comendador mayor de la Orden de Calatrava, Fernán Gómez de Guzmán, y lo apedrearon hasta la muerte por todos los daños que el noble había hecho a la villa. Cuando los jueces buscaron al culpable, la única respuesta que obtuvieron fue: «Fuente Ovejuna lo hizo». De esta historia, popularizada por Lope de Vega, nació un dicho: «Todos a una como en Fuenteovejuna«, una lección de lo que ocurre cuando todo un pueblo se une para defender sus intereses o enfrentarse a una injusticia.
El domingo 3 de noviembre, cinco días después de la tragedia, los reyes de España, Pedro Sánchez, y Carlos Mazón se dirigieron a la localidad de Paiporta. No sé muy bien qué esperaban, sobre todo Sánchez, que sonreía como si fuera a una entrevista de masajes en Televisión Española. Cuando llegaron a un pueblo cubierto de lodo, cuyos habitantes, además de todo el dolor y las pérdidas que habían sufrido, habían estado abandonados durante días, la rabia explotó. «Todos juntos como en Fuenteovejuna», la gente comenzó a insultar a la comitiva y a tirarles piedras y barro. Pedro Sánchez huyó rodeado de sus escoltas, visiblemente afectado, como si no pudiera creer lo que estaba ocurriendo; el rey y la reina, por su parte, tuvieron el coraje y la decencia de dar la cara y escuchar a la gente de Paiporta. Mazón también se quedó. «Todos estos policías que están hoy contigo deberían haber estado aquí hace días para limpiar el barro», le dijeron algunos vecinos a la reina Letizia. Falta sentido común en la clase política española.
La falta de sentido común y decencia se compensa con una capacidad incomparable para manipular la realidad e inventar una historia. El gobierno y los medios afines explicaron que lo ocurrido en Paiporta no se debió a la indignación popular, sino a la presencia de grupos de extrema derecha y neonazis. El gobierno no tiene vergüenza y nos trata como idiotas. La tragedia de Valencia es un doloroso recordatorio de las consecuencias de estar en manos de hombres deshonrosos, de una casta política que sólo se preocupa por mantener sus privilegios y no conoce el sentido de la responsabilidad. En España decimos a modo de broma que dimitir es un nombre ruso (dimitir, dimitir en español, es muy parecido al nombre Dimitri), porque nadie dimite a pesar de estar involucrado en los peores escándalos. Sin embargo, a veces el daño causado es tan grave que no basta con dejar la política y menos aún terminar como directivo en una gran empresa. No, los políticos tienen que asumir la responsabilidad, como el resto de nosotros, de las consecuencias de sus actos. Y también deberían hacerlo todos aquellos que, por fanatismo ideológico, votan por lo peor. Tenemos que cambiar esto, de lo contrario la alternativa será Fuente Ovejuna.
Fuente: Catastrophe Under the Worst Leadership
Álvaro Peñas es editor de deliberatio.eu y colaborador de Disidentia, El American y otros medios europeos. Es analista internacional, especializado en Europa del Este, para el canal de televisión 7NN y es autor en SND Editores.