Opinión

¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para salvar a tu país?

Cerco de puas

“A diario escucho y leo comentarios sobre el temor que inspira la inminencia de que un régimen totalitario de corte marxista-leninista como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua se tome el poder, como es el objetivo del Foro de Sao Paulo. Pero me extraña que ese justificado temor no se traduzca en una acción decidida de cada uno para evitarlo”.

Dediquemos –en y luego de esta semana de reflexión– unos momentos al presente y futuro de este terruño que nos vio nacer y ahora necesita de todos nosotros.

Enfrentamos la mayor crisis económica y social de nuestra historia, que nuestros dirigentes pretenden superar aumentando impuestos, incrementando la deuda estatal y convirtiendo a la gente en limosnera del Estado, en lugar de incentivar la generación de empleo y la salvación de las pequeñas y medianas empresas.

Después del acuerdo con los narcoterroristas de las FARC se disparó la siembra de cocaína y nos hemos convertido en un narco-estado, cuya economía depende del alucinógeno.

Se firmó dizque un acuerdo de paz, pero en todo el territorio se ha recrudecido la violencia: asesinato de soldados, policías y líderes sociales; atentados terroristas; conflictos armados por el predominio en las zonas cocaleras; secuestros, extorsiones y desplazamiento de civiles. Ahora lo llaman “la paz de Santos”.

Por otra parte, los habitantes de las ciudades ya no soportamos más inseguridad por acción de las bandas delincuenciales; las “ollas” del micro-tráfico intoxican a nuestra juventud; los alcaldes izquierdistas no pierden oportunidad para autorizar vandálicas manifestaciones, aún en medio de la pandemia, que destruyen la infraestructura urbana y afectan la tranquilidad de la ciudadanía.

Desapareció la Democracia desde el momento en que se desconoció el rechazo del pueblo en el plebiscito de 2016 al acuerdo con la narco-guerrilla; ahora tampoco se reconoce a los ciudadanos su derecho a recoger firmas para pedir la revocatoria de los alcaldes con cuya gestión no están de acuerdo, con la excusa de “la pandemia”.

Vivimos un sistema sin Estado de Derecho y sin Justicia. Se introdujeron reformas constitucionales por un sistema no válido en nuestra normatividad: el fast track. Los tribunales se dedican a favorecer a los criminales, blindar el negocio de la droga, favorecer la corrupción y perseguir a quienes no comulguen con sus inclinaciones políticas.

La familia tradicional, dique ancestral contra la penetración de ideologías materialistas y ateas, se ve ahora amenazada con la implantación de la ideología de género, la despenalización del aborto, la eutanasia y demás artimañas del Nievo Orden Mundial para socavar las bases de nuestra sociedad.

A diario escucho y leo comentarios sobre el  temor que inspira la inminencia de que un régimen totalitario de corte marxista-leninista como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua se tome el poder, como es el objetivo del Foro de Sao Paulo. Pero me extraña que ese justificado temor no se traduzca en una acción decidida de cada uno para evitarlo.

No podemos esperar mucho de los candidatos y partidos llamados “demócratas”, empeñados ahora en coaliciones de tipo electoral, sin serios compromisos para atacar los grandes males de la sociedad colombiana.

Por su parte, el Gobierno de Duque parece más interesado en concluir de la mejor manera posible el plan de vacunación y sacar adelante una reforma fiscal, que en enfrentar la amenaza de la extrema izquierda, a la que se ha empeñado en favorecer.

¿Cómo podemos, entonces, trabajar por Colombia?

Considero un deber moral de todos los colombianos participar en política en la actual coyuntura para detener esta caída libre hacia el abismo. Todos, empresarios, amas de casa, víctimas de la violencia, pensionados, reservistas, grupos pro-vida, profesionales y universitarios, trabajadores, ganaderos y agricultores, debemos tomar las riendas de una gran cruzada nacional para evitar la caída del país en las garras del comunismo.

Está demostrado, pues lo hemos podido comprobar cada 4 años, que la clase política no está interesada en producir los grandes cambios en las estructuras políticas que se requieren. Si queremos reconstruir el país, no lo podemos hacer eligiendo a los mismos que lo han destruido y, mucho menos, a los que buscan convertir a Colombia en otra república de corte castro-chavista.

Tenemos que convertirnos los ciudadanos de a pie, los que no somos políticos profesionales, en los responsables de nuestro propio destino. Llegar al Congreso y a los más altos cargos del Estado para reconstruir a Colombia, dentro de los sanos principios de la cultura cristiana y democrática, buscando no el beneficio personal sino el bienestar de todos los colombianos.

¿Hasta dónde estás dispuesto a trabajar por ese ideal? No es suficiente conformarse con dar un clic para reenviar un mensaje por el celular; tenemos que articularnos y dedicar un poquito de tiempo cada día a convencer a más colombianos de que nos acompañen como líderes de esta tarea renovadora.

Aunque no contemos con las maquinarias, los cacicazgos ni el respaldo de los grandes electores; aunque no podemos apelar a los recursos de los narcotraficantes, aunque los medios de comunicación nos cierren sus puertas; aunque carezcamos del apoyo gubernamental comprometido con otros intereses, no olvidemos que los buenos somos más, sólo nos falta unirnos. Nos hemos propuesto reformar al país y tenemos la voluntad para hacerlo. Nuestras propuestas representan la única esperanza que nos queda en medio de este desbarajuste moral. Y confiamos en la infinita misericordia de Dios, Nuestro Señor, a quien oramos por la salvación del país.


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