Análisis Fe Razón

Responsabilidad política de los creyentes en un ambiente de oposición y de hostilidad a los Principios y Valores Cristianos

Creyentes y politica en un ambiente hostil

Tenemos el grave deber de informarnos y de buscar el fondo de las opciones que se nos presentan, atendiendo a que éstas correspondan no sólo a un programa coherente, sino a unos Principios y Valores sólidos y clarosno negociables e irrenunciables–, y no a la demagogia o al afán de elección.

En el artículo anterior he procurado responder a algunos interrogantes que resultan acuciosos para el “cristiano de a pie”, para el creyente de nuestro tiempo, y también para el ciudadano del común: ¿Por qué los bautizados, es decir, los creyentes, estamos obligados a participar activamente en la vida social y política? ¿Qué se pide y espera de nosotros? ¿Qué hacer en este agitado clima político y electoral?

Al respecto, para quien aún no lo ha hecho, invito a leerlo: “El voto y la participación de los creyentes: ¿en silencio o en conciencia…?”.

En este, me propongo examinar someramente el contexto y el entorno –ya no sólo opuesto, sino incluso hostil– que, en conciencia, esto es, con pleno conocimiento de causa y cabal entendimiento, tiene que afrontar un creyente a la hora de intentar conciliar Fe y Vida, Principios y Derechos, Integridad y Coherencia, Participación y Construcción del Bien Común, en cumplimiento del deber ineludible de “animar cristianamente el orden temporal”.

Y esto ha de hacerse y de expresarse en conciencia, sin miedo y de manera pública. Lo que se pone en juego ya no es simplemente una coyuntura económica, sino la misma Dignidad de la Persona Humana y, con ella, la posibilidad de realizar su propio Proyecto de Vida Personal y Familiar, y de constituir una sociedad sana que lo facilite.

Ya hemos visto cómo, en donde se han erigido regímenes que proclaman un igualitarismo radical, lo que ocurre es que se cosifica a la Persona, se irrespeta su Conciencia y se le limitan sus Libertades Fundamentales. Ésta, así como las Instituciones y el Estado de Derecho, son reducidos a piezas que se usan, se tiran y, en el mejor de los casos, se reemplazan por otras afines al sistema. Allí, lo que predican como “humano” no es más que una instrumentalización en función de un proyecto ideológico.

Por ello, votar, elegir y ser elegido, implica asumir de manera coherente y con integridad la responsabilidad que nos compete, siendo conscientes de aquellos Principios y Valores por los cuales lo hacemos, en un ambiente ya no sólo de oposición, sino de abierta hostilidad.

Veamos, pues, algunas variables y criterios que debemos considerar a la hora de participar en la constitución y preservación de un orden institucional y social auténticamente humano. Un orden legítimo, que responda a las necesidades reales de la sociedad y no a ideaciones utópicas o a proyectos políticos totalitarios.

El sano debate

La convivencia y el debate de ideas y de puntos de vista que se ofrecen como opuestos no sólo es necesario sino sano para la sociedad, pues evita la disyuntiva de los extremos, proveyendo un equilibrio racional que la matiza y la supera.

El contexto político es el ambiente propicio para dicho debate, dentro de la institucionalidad democrática propia de un Estado de Derecho. Y la coyuntura electoral, el espacio propio para su ejercicio consciente, libre de coacciones y de cualquier forma de presión física, social o psicológica.

Polarización e instrumentalización ideológica

Pero este panorama se enrarece si el libre ejercicio de la expresión y de la difusión del pensamiento se distorsiona recurriendo a la instrumentalización de las ideas y de los conceptos, convirtiéndolos en propaganda. Y, peor aún –en nombre de una errónea concepción del “pluralismo”– hoy día es el mismo Estado el que propicia esta polarización, la avala, la patrocina y la financia con los propios recursos públicos, es decir, de los ciudadanos.

La amplia difusión y la excesiva reiteración de los mensajes propagandísticos que alcanzan los medios de comunicación es tal, que no sólo opacan sino apagan las ideas hasta hacerlas del todo inútiles como vehículo racional y de argumentación. Su papel se amplifica o se distorsiona, ya sea como promotores de una determinada plataforma política o como detractores de la contraria.

De igual manera, el ejercicio de la opinión equilibrada, basada en una sana racionalidad argumental, se diluye y casi desaparece ante la inusitada fuerza que cobran y con la que se expresan el apasionamiento, la exaltación y los esquematismos reduccionistas con que operan las ideologías.

La Conciencia y el imperativo de la Verdad

En primer lugar, como Católico, mi obligación es votar en conciencia. Pero “votar en conciencia” no es lo mismo que hacerlo en silencio: los cristianos tenemos, ante todo, un compromiso con la Verdad, y estamos obligados a pregonarla desde los tejados, a tiempo y a destiempo, a todos los hombres, para que se hagan discípulos de Jesús y se bauticen en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Ese es el mandato que hemos recibido, el mismo que hemos de acatar, y al que nos hemos de adherir de manera irrenunciable.

Tentaciones

Pero, como Cristianos, somos tentados al engaño, aún con las mismas Palabras y realidades Sagradas, como el anhelo de Paz, y hasta con el Evangelio:

“Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios”.

Mateo 3, 5

Sí, es un llamado claro a trabajar en favor de la paz. Pero no de una paz difusa e indefinida, sin coordenadas, ni de una falsa Paz, emotiva y vacía de sentido.

Una Paz auténtica se fundamenta en la Justicia y en la Verdad

Es decir, no se trata de un deseo vago que no precisa lo que es la Paz, y que no la relaciona con la Justicia y con la Verdad, como lo hace el Señor a lo largo de toda la Sagrada Escritura:

“La Justicia y la Paz se besan”.

Salmo 84, 12

Y el mismo salmo dice unas líneas antes:

«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón» (Vers. 9), y «La salvación está ya cerca de sus fieles» (Vers. 10).

Salmo 84

De hecho, el Salmo 84 centra toda posibilidad real de Paz para el pueblo en el regreso, es decir, en la conversión y en la justicia, como condiciones insalvables para obtenerla, recordando siempre y enfatizando que la Paz es, por sobre todo, un Don de Dios. Y es en este mismo sentido que Jesús nos dice:

“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.

Juan 14, 27

El Bien Común

Esto es lo que debe considerar todo cristiano antes de votar, tomando en cuenta que la Paz hace parte del Bien Común que todos estamos obligados a construir animando cristianamente el orden temporal (Exhortación “Los Fieles Laicos”, No. 42, Juan Pablo II).

El Católico no vota condicionado, con mentalidad de ‘empleado’ (esperando como contraprestación un beneficio), ni de ‘funcionario’ (para asegurar la prevalencia de “derechos adquiridos”), sino procurando el Bien Común, con base en la Verdad y en la Justicia.

Conciencia y coherencia

Por eso, en la actual coyuntura electoral, los cristianos no somos “de derecha” o “de izquierda”. No. Y no podemos caer en falsas disyuntivas.

Observado lo anterior, tenemos el grave deber de informarnos y de buscar el fondo de las opciones que se nos presentan, atendiendo a que éstas correspondan no sólo a un programa coherente, sino a unos Principios y Valores sólidos y clarosno negociables e irrenunciables–, y no a la demagogia o al afán de elección.

Muchos que se dicen y se presentan como “de Derecha”, salen bastante torcidos y le venden su alma al diablo al apoyar y refrendar iniciativas como el aborto, la eutanasia, el recorte de derechos como la pensión justamente adquiridos con toda una vida de trabajo, o la imposición de una vacunación obligatoria al ciudadano mientras que al mismo tiempo exoneran de responsabilidad a los fabricantes.

Y si no venden el alma, la empeñan arriesgándola al tolerar y consentir lo que suponen no es más que “un mal menor”, como las tres inicuas e injustas “causales” para abortar. Son los mismos que hacen campaña con unas banderas, pero una vez en el poder gobiernan con otras so pretexto de que ahora son “el Presidente de «todos» los colombianos”.

Al obrar así no sólo abandonan la línea programática que los llevó a ser elegidos por una mayoría numérica, sino que traicionan los Principios e ideales a los que juraron servir, defraudan la confianza depositada en ellos por sus electores, rompen los fundamentos del Estado de Derecho, desgastan y desprestigian las Instituciones, lesionan mortalmente la frágil estructura de la democracia (para muestra el robo del plebiscito), y reducen su estatura humana y moral denigrándola peor que si hubieran renegado de ella.

Preservar y expresar el auténtico sentido del Bien Común

Conocida esta realidad, conviene, pues, reiterar y precisar un poco lo que hemos de entender por Bien Común.

Jesús explicita el sentido plenamente espiritual de la Paz, afirmando que ésta es suya, y por eso sólo Él, el Príncipe de la Paz, nos la puede dar: Mi Paz os dejo, mi paz os doy…”; y, más aún, no como os la da el mundo…”. Esto es lo que enseñan la Doctrina y el Magisterio de la Iglesia.

Pero que la plenitud de la Paz se realice en el ámbito espiritual, no significa que ésta no esté anclada a y en las realidades humanas, y que no se realice plenamente en nuestra dimensión corporal y social. Por el contrario, ahí reside la garantía de su autenticidad y de su posibilidad de realización humana y social.

Por ello es muy grave que se instrumentalice de forma tan superficial La Palabra Sagrada contenida en el Evangelio, olvidando, además, que “trabajar por la paz” no es simple o únicamente lo que humana o políticamente se ha hecho, ni la anteposición e imposición de este anhelo al Orden Social e Institucional.

Expresar públicamente nuestra fe, también en el ámbito político

De lo anterior se desprende un criterio de elección fundamental: si bien hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, es decir, saber delimitar el ámbito secular del orden Sagrado, también hay que ser claros, pues la fe contiene una dinámica propia que se expresa y debe expresarse públicamente, por lo que no se le puede restringir al ámbito privado de una conciencia secuestrada y silenciosa.

Los Católicos, y los cristianos en general, no somos ciudadanos de segunda, sino en ejercicio pleno de nuestras libertades y derechos constitucionales, del mismo modo que Pablo, siendo Apóstol de Jesucristo, era un ciudadano romano con plenos derechos, los cuales incluían su libertad de expresión y religiosa.

Cooperar sólo con el Bien

El secularismo que pregona pluralidad y tolerancia, es el mismo enemigo agazapado que pretende silenciar la expresión de la Fe y de la Verdad.

No es extraño, pues, que en la actual coyuntura, ciertas “asociaciones” anuncien abierta y públicamente su respaldo a candidatos e ideologías que atentan contra instituciones esenciales como la Vida, el Matrimonio, la Familia o el Derecho Natural.

Pero la Iglesia ha sido siempre clara y enfática: no se puede ser cristiano y masón, cristiano y comunista. Y ello no sólo en virtud de un mandato, sino por la simple lógica del Principio de No-Contradicción, que establece claramente: “Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo“. Un creyente, adscrito por principio al Bien, no puede cooperar de algún modo –ni directo o indirecto– con el mal.

Dar razón de nuestra opción

Por ello hay que estar alerta, optar, elegir y no callar: aunque el voto se ejerza en conciencia, ello no significa que debamos hacerlo en silencio.

Al contrario: nuestra dignidad como cristianos y nuestra libertad como ciudadanos, nos exigen que lo hagamos dando razón de nuestra opción, porque ella es la que mejor y de manera más completa e integral responde a los anhelos legítimos y a nuestra realidad integral como Personas y seres sociales.

Por ello, no podemos ir a ciegas a un debate electoral: el ejercicio del Criterio es esencial, y este no se adquiere sin una recta razón (“Recta Ratio”) que sepa distinguir al menos la verdad de la mentira en el orden humano, y el bien del mal en el orden moral. Es decir, sin una formación cristiana y una adecuada fundamentación antropológica y ética.

La paz que proviene de los enemigos de Dios, y de quien niega a Su Hijo, Jesucristo, es una falsa paz: una “paz” sin Dios, sin Cristo y sin Espíritu. Un apaciguamiento y un oscurecimiento de las conciencias para pervertir el orden moral y natural.

Y a esa disyuntiva es a la que hoy nos vemos abocados. De modo que para un ciudadano honesto –y más aún para un creyente– no hay medianías. Esta es la encrucijada que marca la hora de las definiciones, y que nos llama a tener, al menos por esta vez, la lucidez de ver las cosas en su esencia y como realmente son.

Aquí ya no estamos ante una simple opción: es la decisión de ejecutar el acto que defina lo que somos: como Personas, como Ciudadanos y como País.


Fotografía del encabezado: Getty Images.

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