Análisis Razón

¿Existe el “Periodismo Católico”? Si así es, ¿cómo se debe ejercer?

Pluma e Iglesia

El Periodismo se puede ejercer en cualquier ámbito de información. Sus pautas éticas priman, con mayor razón, ante el estamento que vela por la Verdad y por la Salvación de las almas.

Reflexiones básicas en torno a algunos hechos

Existe un prejuicio general acerca de la Prensa, esto es, del Periodismo como profesión y, en particular, del Periodista.

Esta es una de esas ‘verdades de a puño’ que a diario se corroboran, no importa cuántos Periodistas mueran en el ejercicio de su labor realizada con integridad, o cuántos sean denigrados.

Que los medios no hacen más que “decir mentiras”, “hacer chismes”, “propalar calumnias”, “meterse en las vidas privadas” o “hacer daño”, entre otros prejuicios y epítetos, es casi un dogma de indiscutida aceptación social.

Pero vamos a los hechos: sí, muchos medios –y esto es en el mundo entero, en donde realmente ya no quedan “muchos” medios– por su pertenencia a conglomerados con intereses particulares en ciertos ámbitos, sesgan la información a conveniencia de sus propietarios.

Y lo hacen, en particular, cuando pertenecen a conglomerados políticos, en donde su función primordial es la de dirigir intencionadamente a la opinión pública en favor de ciertos asuntos y políticas “sensibles” que, de otro modo, no serían fácilmente aceptables por parte de las audiencias, pues en ellas aún prevalece un asomo de sentido común, un sustrato de principios y de valores.

No obstante, los medios informan, y lo hacen con profusión, habida cuenta de la cada vez más disponible avalancha de audios, videos, fotografías, testimonios y material complementario, así como de la facilidad para comparar hechos similares.

Que algunos –en particular los masivos, es decir, los que monopolizan canales y sectores como la televisión, la radio, la prensa, las revistas y el internet– lo hagan distorsionando los hechos o manipulando los contenidos para presentarlos y orientar la opinión de manera favorable a una particular visión o a una línea editorial ideológica cuestionable con fines políticos específicos, es un hecho de ocurrencia real, muy grave, y tal vez ya demasiado frecuente. De esta manera, los medios se usan como instrumento de propaganda.

Pero igualmente grave es descalificar el oficio periodístico y la labor de informar, hasta el punto de satanizarla y de convertirla en el chivo expiatorio de todos los desmanes y abusos que se cometen en los ámbitos político, económico o noticioso.

El Periodismo, no obstante, continúa siendo un oficio noble –más aún en este contexto–. Y, tal vez, un servicio de “primeros auxilios” en materia intelectual, de orientación y de formación de auténtico criterio en el maremágnum de confusión reinante.

Ocurre que un medio noticioso o de “análisis” dé cuenta –y esto es lo normal– de hechos bochornosos, que algunos no quieren que se conozcan dado que les afectan directamente debido a su naturaleza repugnante y escandalosa. Lo infortunado y lamentable es que haya quienes intentan sostener dicha actitud a cualquier precio, juzgando conforme al adagio: “El escándalo es el que mata”. Para estos, el escándalo no está en el mal o en el delito que se cometen sino en el hecho de que estos tales sean descubiertos y publicados por la prensa, que los difunde y da a conocer ante las audiencias y la opinión pública.

Otros, en cambio –y esto también es muy grave–, lo harán movidos justamente por la razón contraria: recabar en los errores, pecados, desafueros y delitos que algunos cometen, y que acaban comprometiendo la misión, el buen nombre y la credibilidad de una Institución, a la que ahora se pone en la picota pública, se le acusa y se le juzga mediáticamente como si ella existiese sólo para hacer daño y fuese intrínsecamente perversa. Es lo que ocurre, entre otras, con el Ejército y con la Iglesia.

Dos ejemplos claros son:

  1. Las denuncias por “exceso de fuerza” o “violación de los «derechos humanos»” que se le imputan a la fuerza pública, como la Policía y el Ejército.
  2. Los escándalos por hechos de pedofilia y abuso sexual que se cometen, dentro y fuera de la Iglesia. Estos son explotados hasta la saciedad para derribar y demoler a ésta, mientras callan, ocultan o, simplemente, ignoran la magnitud de la información cuando estos se cometen en otras instituciones.

También hay quienes se dedican a defender lo indefendible, y tratan de encubrir lo evidente arropando los hechos bajo un manto de “pulcritud” que no corresponde con la realidad. Pero los hechos son los hechos, y no se pueden ocultar.

Y es obligación de la Prensa, es decir, del Periodismo, darlos a conocer. Y de la Prensa Especializada, de la encargada de hacer análisis, de dar criterio y de orientar con profundidad –de la mano de expertos–, hacer las correspondientes valoraciones jurídicas, científicas y morales a que haya lugar, explicitando la gravedad y las consecuencias de los mismos tanto para los sujetos que los cometen y las instituciones a las que pertenecen, como para las víctimas y la sociedad; y también, de las consecuencias que se desprenden de que haya punición o impunidad con respecto a ellos.

Podemos ilustrar estas consideraciones a partir de la reflexión del Padre Raúl Sánchez sobre distintas formas de distorsión de la información, particularmente en el ámbito eclesial. En este caso, llama la atención sobre un hecho de significación unívoca, es decir, que no da lugar a equívocos de interpretación y que, no obstante, un periodista “católico” se empeña en hacer ver de otra manera.

Se trata de la carta de respaldo que Francisco ha escrito, de su puño y letra, a “la labor” del sacerdote jesuita James Martin –quien “bendice” y promueve el homosexualismo y la ideología de género presentándolos como un bien–. Pues este último divulgó la carta a través de su cuenta de Twitter y, para no dejar dudas del respaldo recibido, incluyó la foto del texto y dos traducciones del mismo.

¿Qué podemos pensar al respecto? ¿Es eso Periodismo? ¿Y más aún, Periodismo “Católico”? ¿Es función del Periodismo hacer lo que se hace aquí: distorsionar los hechos hasta el punto de hacer ver el mal como bien? ¿A qué clase de ‘razonamiento’ sofístico y falaz obedece esta instrumentalización de los hechos?

¿Es eso una auténtica, sana y necesaria “defensa” de la Iglesia ante alguna ‘mentira o ataque’? ¿Los hubo realmente, o sólo fue una presunción del ‘periodista’ ante la innegable evidencia y gravedad de lo ocurrido? ¿A cuál mal para la Iglesia fue al que intentó anticiparse? ¿Acaso lo que hizo no consiste realmente en mentir y manipular? ¿Hasta dónde se puede preservar la “unidad” con falacias en una institución cuyo único Criterio de Unidad es –y no puede ser otro que– la Verdad?

Aunque estas reflexiones –decía– se escriben a partir de dichas consideraciones, no son nuevas: surgen de la meditación ética y profesional sobre este y otros hechos, en los que “Periodistas católicos” se sirven de sus redes sociales y de distintos medios a su disposición para presentar la información ‘a su manera’, reenfocándola y hasta sirviéndose de ella para “orientar” a sus seguidores según su visión particular de la realidad y de la Iglesia.

Por ello continuaré publicando las que vaya madurando –aunque sean incipientes–, intentando mostrar y señalar aquellas actitudes y prácticas que distorsionan o enaltecen el ejercicio informativo, periodístico y editorial –esto es, de Criterio– en el ámbito de la Fe, en particular y muy especialmente, en el Eclesial.

Allí intentaremos ahondar en y precisar cuestiones como: ¿Cuál es la razón de ser de una labor informativa intra y extra eclesial? ¿De qué debe tratar? ¿A quiénes se dirige y con qué finalidad? ¿Cuál es su relación con la Verdad: de una parte, la verdad que ésta custodia; y de otra, la de los hechos que dentro de ella se producen? ¿Cuándo debe pronunciarse y cómo con respecto a hechos, realidades y situaciones ‘externas’ a Ella, aunque no ajenas a su ámbito magisterial y a su Misión? ¿Le compete hacerlo en una “sociedad laica” y en un mundo secularizado?


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