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¿Epidemia de profecías?

Epidemia de Profecias

No faltaban razones a un humanista español del siglo XVI, Juan Luis Vives, cuando comentaba:

“Conténtese con ejercer la profesión de médico, no la de profeta”.

Las situaciones inéditas generadas por la pandemia aparecen por doquier, en múltiples esferas de la existencia cotidiana.

De un momento para otro en los últimos meses se ha convertido en norma que todos andamos enmascarados y frotándonos las manos con soluciones antisépticas después de comprar una chocolatina en un sitio en donde el también enmascarado dependiente nos ha tomado la temperatura como si con su aparato, un termómetro que tiene algo de instrumento de un nuevo mundo tecnológico, le dijeran a uno “buenas tardes”. El caso es que en la diminuta pantalla del dispositivo se marca la surrealista cifra, 34 o 35 grados centígrados, y el vigilante indica que todo está bien, y que puede seguir adelante, siempre y cuando el examinado cliente pise un tapete que han dispuesto para el efecto.

A ello se añade que durante meses debíamos dejar consignado en un formulario nuestros datos de identificación y residencia, en diversos puntos. No es posible aún valorar el significado de muchos de estos cambios de conducta social, por la complejidad y por lo singular de las condiciones vividas globalmente.

Una de esas circunstancias, tal vez compartida por muchos, es la de la atmósfera del miedo y la desconfianza entre vecinos, convertidos en eventual fuente de enfermedad y muerte. Muchos especialistas, en diversas disciplinas, incluidas la inmunología, la salud pública y la epidemiología, han profetizado escenarios más o menos apocalípticos, y las decisiones políticas de alcance global se toman, nos dicen, debido a las recomendaciones de esos expertos. A veces aciertan, otras veces no.

Pero a las reacciones que suscitan los conceptos de los peritos, sumos sacerdotes, se suman, como si pertenecieran a la misma canasta, las incontables predicciones, propuestas y  recomendaciones, de quienes no son expertos, los aficionados a decir cosas. Muchas voces hablan, en voz alta, partiendo de su supuesta e incuestionable autoridad, como si fueran idóneos: al hacerlo, de modo evidente, exponen realmente no ser expertos en nada diferente a interpretar lo que se dice por ahí. Pero eso sí, la convicción y vehemencia en sus afirmaciones o negaciones, también parecen haberse convertido en norma social. Es que nos estamos “cuidando”, es el raciocinio que con frecuencia nos dicen.

El temor al abstracto comportamiento de una futura curva nos queda claro. No sabemos muy bien en qué consiste, pero sigue en escena el miedo en estos tiempos de opiniones y de medios masivos que bombardean con predicciones y con análisis.

“Tememos cometer infracciones a un nuevo y universal código de conducta individual, explícito, pero a la vez tácito, que se estableció en el mundo”.

Aparecen sabios improvisados por todos los rincones: surgen apasionadas polémicas relacionadas con las decisiones y conductas de algunos; abundan las intromisiones en la vida privada, y los vecinos intercambian fugaces ideas sobre asuntos como resultados de laboratorio, protocolos de bioseguridad, la proximidad física, los abuelos aislados, las salidas de casa. Tememos cometer infracciones a un nuevo y universal código de conducta individual, explícito, pero a la vez tácito, que se estableció en el mundo. 

Hay confusiones, urgencias, expectativas. Se plantean curiosas esperanzas, como una próxima vacuna que pareciera tardar sólo unos meses, como si se hubieran superado los establecidos mecanismos de validación de la investigación médica y de nuevos fármacos. Hasta donde entendemos los desarrollos de tecnologías suelen tomar años, desde las fases iniciales de investigación y posteriores comprobaciones, generalmente con estudios de alto nivel de complejidad y de exigencia técnica que involucran muchos miles de pacientes, con contrastes y revisiones por diferentes pares académicos e instituciones.

Algunos creen en un extraño optimismo, justificado en la equívoca premisa de que con la pandemia se cambian por más laxas las rigurosas premisas y normatividades jurídicas y éticas, que han sido establecidas en procesos de años de sedimentación y contraste.

No faltaban razones a un humanista español del siglo XVI, Juan Luis Vives, cuando comentaba:

Conténtese con ejercer la profesión de médico, no la de profeta”.

Muchos autores se han referido a la gravedad de las consecuencias derivadas de la opinión de expertos, usualmente dedicados a áreas específicas del quehacer. Cuando sus predicciones y recomendaciones trascienden los dominios de su área, enfrentamos la realidad resultante de posibles sesgos y errores en la percepción de la realidad: existe el problema de la hiper-especialización y de la pérdida de la visión global de los problemas. Multicausalidad e interdisciplinariedad debieran ser siempre considerados en tan complejos escenarios.

Hay que disfrutar de la chocolatina que hemos conseguido en el aséptico estante del mercado como si estuviésemos cometiendo un pecadillo. No es necesario ni pertinente aplicar gel desinfectante en el papel de la cubierta de la golosina. Quizás no sea subversivo afirmar esta tesis: basta con rasgar el papel y disfrutarla, con ingenuidad y alegría, aún en amenazantes tiempos de virus pandémico.


Nota de la Redacción:

El Doctor Carlos A. Gómez Fajardo, ha sido durante varios años colaborador habitual del periódico El Mundo de la ciudad de Medellín (Colombia), en el que publicó la columna “Vestigium“, sobre temas diversos.

Es Médico de profesión, Especialista en Ginecología y Obstetricia, y en Bioética. Ha trabajado en importantes Instituciones Clínicas y Hospitalarias.

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