La obligación de Defender la Vida
Hace algunos días se publicó el artículo Algunas consideraciones sobre la defensa de la Vida humana y el “aborto en casa”. Allí mostramos cómo esto último es un salto en la escalada de liberalización total del aborto, y un asalto al orden jurídico que, valiéndose de todos los pretextos con los que se ha abierto paso, ahora suma el de la pandemia, y propone el «aborto en casa» como algo «sencillo» e inocuo, que la misma mujer puede realizar, presuntamente, sin mayores o casi ninguna consecuencia (Ver el artículo).
Pues bien, sin leerlo, sólo con ver el título, algunos parten de la argumentación buenista según la cual, para que esto no ocurra (el aborto en casa, al que ellos ven como una ‘solución’ extrema), «en un país ‘racional’ estos procedimientos se harían por las EPS, después de una decisión informada de la mujer donde se le muestren todas las alternativas». Así nada más. No se detienen en las consideraciones que fundamentan el Derecho a la Vida y su –no sólo legítima, sino obligatoria– Defensa.
Negar la realidad impide pensar de manera auténticamente racional
Quienes así ven las cosas, ya no piensan realmente, y parten de falsos supuestos basados en tópicos, es decir, en una visión esquemática y reducida de la realidad. Por eso vuelven sobre lo mismo: «despenalizar el aborto, tratar a la mujer como a la víctima, y ‘ofrecerle alternativas’ para que –si decide abortar– lo haga ‘de manera segura’». Apelan a una racionalidad a la que no alcanzan; y no logran hacerlo, porque no creen en ella o, al menos, en aquello que la fundamenta. Por eso, ante estos, no funcionan los argumentos: son impermeables a ellos, porque su capacidad de razonamiento y de juicio crítico está embotada.
Por ello he insistido en otras ocasiones que la pretensión de defender la vida únicamente «desde la razón y la ciencia», siempre se quedará corta. Porque éstas, como expresión de la inteligencia, se alimentan de una honesta y sincera búsqueda de la verdad. Y quien ha renunciado a la verdad, bien porque haya prescindido de ella o porque la considera imposible, no es objetivo: necesita sucedáneos y prejuicios que condicionan su visión.
Una ‘recta ratio‘ siempre parte de una recta conciencia; y ésta, de la admisión de la Verdad y de su posibilidad. Es la única forma posible de pensar con auténtica libertad. Por ello hay que insistir en la correcta formación de la conciencia, que es la razón de ser de la educación y de su fin último, que es la libertad.
Y no logran hacerlo –alcanzar una auténtica racionalidad–, porque pensar y llegar a la verdad de las cosas es exigente. Y no están dispuestos a dicho esfuerzo. Por eso hacen propuestas sofísticas, que suenan como algo «bueno» y «humanitario», pero que no lo son porque, al no partir de la realidad, se basan en simples supuestos y en falacias, en errores fundamentales, a los que presentan como ‘soluciones’. Eso es un sofisma.
Conciencia y Verdad
Y, si no han renunciado del todo a la verdad, lo han hecho ante la exigencia de buscarla y de servirse de ella, que en la práctica equivale a apostatar de ella. La Verdad es un Bien arduo, y no todos la alcanzan. No porque no puedan hacerlo, sino porque el oscurecimiento de la conciencia se los impide.
Por eso la Verdad es una virtud y, como tal, no es el punto de llegada al que conduce una ideología, sino el punto de partida hacia el auténtico conocimiento y, en consecuencia, a la coherencia y a la integridad, que exigen desenmascarar y desterrar la mentira de nuestras vidas y de todos los ámbitos en los que campea llevando muchas otras al fracaso y a la ruina.
Entonces, ante alguien cerrado a la verdad, esto es, a la recta conciencia y a la recta razón, ¿qué podemos esperar? No mucho: sólo una actitud dogmatista, porque ellos no leen ni atienden a las razones sólidas que se les dan para defender la vida. De esta manera, no logran objetar argumentos, porque no tienen el fundamento racional para hacerlo. En el caso citado, sólo están proponiendo un procedimiento que ‘creen’ que es «racional» –como ocurre con el falso «equilibrio» periodístico– en el que «a la mujer se le presenten todas las alternativas», para que decida sobre la base de un supuesto «consentimiento informado», y apelando a «la problemática que enfrenta la mujer», a la que –según afirman– «se le estaría tratando como delincuente y no como víctima».
Estas personas olvidan o no comprenden varias cosas:
1. El fundamento racional
«Racionalidad» no es asepsia ética o intelectual. Existe una «recta ratio» claramente definida e identificable, con Principios auténticamente racionales que la fundamentan, definen y caracterizan en su esencia: RAZÓN. Y «recta», no por cuestiones «morales» sino porque obedece a sus propios y legítimos principios.
No se puede instrumentalizar a la razón con base en sentimentalismos o apelando a sensibilidades como se hace en este caso, al presentar a la mujer como una víctima, olvidando que cada quien es responsable y, por lo tanto, imputable en mayor o menor grado por la gravedad de sus actos y de las consecuencias que se siguen de éstos. Si alguien comete un delito, se hace delincuente –independientemente de si es hombre o mujer–. Y el aborto es un delito por varias razones: atenta contra la vida humana (homicidio); se comete contra un ser indefenso; asesina a un inocente (inimputable); hace recaer sobre el inocente la máxima pena, la pena de muerte; y distrae la atención del o de la, o de los verdaderos responsables de un acto que conllevó a engendrar a una criatura, sean cuales sean las circunstancias.
2. La Conciencia, piedra angular
La racionalidad está informada y mediada –además de por una ‘recta ratio’– por una recta conciencia. Pero hoy asistimos a un fenómeno que conduce del adormecimiento de la conciencia a su oscurecimiento: en principio se valoran más las sensaciones y sentimientos, dando paso a la subjetividad (y avalando así el subjetivismo), centrando todo en el individuo (conformando así una mentalidad individualista) y, finalmente, avalando el relativismo («cada cual ve las cosas de distinta manera») según el cual lo que pesa y prevalece en cualquier argumentación sería el «punto de vista».
Este círculo vicioso captura y secuestra la razón en función de la imaginación o, peor aún, supeditándola a una visión ideológica (la construcción de una ‘visión de la realidad’ y de la forma de actuar en ella con base en presupuestos que suelen resultar nada más que simples hipótesis –provisionales o temporales– o, simplemente, apreciaciones hipotéticas, falacias, sofismas o meros prejuicios).
3. Ideologías y «buenismos» inútiles
Se cae en el discurso «buenista» sobre la mujer, del mismo modo que el marxismo lo hace sobre «el pueblo oprimido», incurriendo así –contradictoriamente– en un desequilibrio racional al abordar la causa, pues de entrada está parcializado hacia una de las partes, la mujer (por demás visible, y que puede mentir y manipular, no por ser mujer, sino por defecto humano), haciendo a un lado, ignorando la realidad de la existencia y sensibilidad de la parte «no visible» al ojo –pero sí a la razón, a la ciencia, y al ojo a través de ella– como el feto, inocente, y que no puede mentir ni manipular, ni siquiera defenderse adecuadamente, pues a lo más que alcanza es a tratar de huir de la injusta agresión a la que es sometido, del dolor y de la muerte que presiente.
4. Un pragmatismo falaz
Cede por completo al utilitarismo pragmatista como solución a “la problemática” de la mujer y del aborto. No va al fundamento ético de la cuestión. Es más, lo ignora –no por desconocimiento, sino haciéndolo a un lado– cediendo ante las falacias de la victimización de la mujer y del “aborto seguro”.
5. Una falsa e insustentable ‘legitimidad’
De esta forma, acaba admitiendo y promoviendo una presunta “licitud” del aborto. Pero, repetimos, el mecanismo por el cual lo hace consiste en que se desplaza la atención de la principal, real y concreta víctima: la criatura humana en gestación, en pleno desarrollo, Persona Humana en plenitud, poseedora de una Dignidad evidente, eminente e inviolable, titular de un Derecho fundamental e inalienable, el Derecho a la Vida y a nacer. Todo lo cual da lugar en ésta a un Estatuto Integral: Biológico, Antropológico y Ético, que debe ser reconocido y tutelado por el Estado.
6. La indispensable subsidiaridad de las Instituciones que fundan el Orden Social
Finalmente, en esta cuestión, la Defensa de la Vida podrá integrar y considerar de manera comprehensiva la auténtica protección de la mujer y la eficaz tutela de los Derechos del Niño que priman por sobre todos los demás Derechos y personas, si atiende la defensa, protección y promoción subsidiaria de dos instituciones que son la fuente y el canal propio del auténtico Orden Social: el matrimonio y la familia.
Y ello, distinguiéndolos de cualquier otra forma de unión o de convivencia, en lugar de rebajarlas como ahora se ha hecho, y de exaltar estas últimas equiparándolas cuando realmente no cumplen una auténtica función.
7. La Educación, un Bien a proteger
En todo esto, el Estado debe velar por que la Educación no sea un instrumento al servicio de las ideologías y del individualismo, que estimulan y desatan el desbordamiento de conductas que están en la base del desorden sexual y de sus consecuencias, como el incremento de los llamados embarazos “inesperados” o “no deseados”.
Ideologías e individualismo que también proclaman y promueven otras formas de convivencia que pretenden equipararse y copar el espacio que legítimamente les corresponde al matrimonio y a la familia.
Por ello, el Estado debe considerar la Educación como un Bien Familiar que fundamenta y configura el Orden Institucional y Social. Un bien real y legítimo, al que debe proteger y promover. Y debe hacerlo tutelando el inalienable Derecho que asiste a los padres, en este marco, a elegir y a proporcionar a sus hijos la Educación más completa y adecuada, conforme a su realidad esencial e integral como Personas, sin la imposición de una moral de Estado o laicista que constriña el servicio que en este propósito prestan la Educación religiosa, ética y moral.