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Una falsa religión acarrea el mal; sólo la verdadera puede ser una fuerza para el bien

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Una falsa religión acarrea el mal; sólo la verdadera puede ser una fuerza para el bien

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La religión, ¿una fuerza para el bien?

Artículo original escrito Carl Sundell y publicado el 10 de septiembre de 2024 en Catholic Insight.

La mayoría de las personas consideran que “la religión” –así, genéricamente– ha sido una fuerza constructiva y positiva en la historia de la humanidad, mientras que otros la ven como una fuerza falsa y negativa. Naturalmente, esto depende de qué religión se esté hablando, e incluso de si uno es religioso o no. Algunas religiones antiguas, y tal vez algunas nuevas, parecen ser fanáticas y muy similares a la adoración del diablo. Los antiguos ídolos del Dinero, el Poder y la Fama siempre han tenido su ‘clero, congregación y templo’, y han sido adorados por algunos como divinos incluso cuando estaba claro que eran verdaderamente demoníacos.

Pero difícilmente se puede argumentar que la sabiduría enseñada por Cristo haya tenido una influencia perversa en el mundo. Sí, algunos cristianos se han comportado perversamente, incluso mientras profesaban ser cristianos. Pero ese no es un argumento razonable contra el cristianismo, no más de lo que la medicina debería considerarse perversa porque algunos farmacéuticos y médicos la han utilizado para explotar a sus pacientes; o que la ley debería considerarse perversa porque algunos jueces, abogados y policías la han utilizado para frustrar la justicia.

El cristianismo ha sido una fuerza enormemente positiva en la historia de la humanidad. Nos ha nutrido con la idea de que existimos con un propósito; que tenemos el libre albedrío para manejarnos con la ayuda de Dios para alcanzar ese propósito; que tenemos la inmortalidad por la que luchar en lugar de acercarnos al olvido con miedo y temblor; y que tenemos un Dios que nos ama y está dispuesto a perdonar nuestros pecados si somos sinceros al pedir ese perdón.

El cristianismo tiene un historial que no es comparable en absoluto al de ninguna otra religión mundial. Hasta que el cristianismo convirtió al Imperio Romano, había un tráfico mundial de esclavos que incluso justificaba el gran filósofo griego Aristóteles. El salvaje entretenimiento ofrecido por el derramamiento de sangre de los gladiadores romanos terminó solo después de la victoria de Cristo sobre Júpiter. Desde la época de Constantino, se construyeron hospitales cristianos en toda Europa como una señal visible de la caridad cristiana. Los papas católicos ayudaron a unificar la cultura de Europa al hacer del latín el idioma universal de la Iglesia y los eruditos de todas partes.

Arriesgando la ira del rey Juan de Inglaterra, el arzobispo Stephen Langton promovió la Carta Magna, un tratado que inició la larga decadencia de las monarquías despiadadas hacia el gobierno parlamentario en Inglaterra y la democracia jeffersoniana en Estados Unidos. Los monjes católicos inventaron el sistema universitario medieval que allanó el camino hacia –los hoy tan apreciados– el Renacimiento y la revolución científica. Un católico, Johannes Gutenberg, inventó la imprenta, lo que facilitó y abarató la comercialización de libros, lo que a su vez fomentó la alfabetización necesaria para leer esos libros y el creciente conocimiento que siguió.

Aquellos que desprecian la religión en general, y el cristianismo en particular, denuncian insensatamente las civilizaciones cristianas del pasado y del presente. Si la gente quiere saber cuán civilizado era el mundo en aquellos lugares donde prevaleció el cristianismo, primero debe estudiar cuán brutal era el mundo en los siglos antes de Cristo. El relato de ese mundo salvaje se narra vívidamente en los primeros tres volúmenes de la monumental obra de Will Durant La historia de la civilización. Otra versión (ciertamente de Hollywood) del barbarismo precristiano se representa vívidamente en la película “Apocalypto” de Mel Gibson.

Cualquier historiador competente tiene que admitir que antes del triunfo del cristianismo no había ningún imperio que se extendiera en ninguna parte del mundo cuya enseñanza moral central, penetrante y constante fuera: “Amad a Dios y amaos los unos a los otros”. Tampoco hubo nunca una religión que ofreciera de manera tan convincente a la frágil humanidad la esperanza de que en algún lugar más allá de esta vida hay justicia y misericordia finales que no siempre se pueden encontrar en este mundo.

Siempre y dondequiera que el cristianismo ha fracasado, o ha entrado en un declive gradual, o los cristianos se han involucrado en excesos sangrientos, siempre ha sido porque no había suficiente cristianismo –es decir, fe auténtica y real, porque su núcleo doctrinal fue falseado, adulterado y adaptado a propósitos non sanctos–, no porque hubiera demasiado. Dentro de cien años, los eruditos religiosos seguramente todavía recordarán la idea del converso católico G. K. Chesterton de hace cien años:

«El ideal cristiano no ha sido probado y encontrado falto. Se ha encontrado difícil y no se ha intentado«.

En el mundo de hoy, esto es quizás más cierto de lo que nunca ha sido.

Fuente: Is Religion a Force for the Good?

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