Familia de Viotá recibiendo a los misioneros / Fotos de Simón Cuadros, de 11 años de edad.
Uno de los llamados del Papa Francisco desde el inicio de su pontificado ha sido el de salir a las periferias, dejar atrás la comodidad de nuestro entorno e ir a anunciar el Evangelio a todos los rincones.
Si bien es cierto este no es un imperativo nuevo, hay que reconocer que en las últimas décadas de la mano con la creciente reducción de vocaciones religiosas, la Iglesia Católica ha venido perdiendo su dimensión misionera que estuvo tan ligada a la expansión del catolicismo en América, Asia y África. De ahí el llamado a la Nueva Evangelización (NE), acuñada por el Papa San Juan Pablo II, promovida por el Papa emérito Benedicto XVI (documento de Aparecida y Pontificio Consejo para la promoción de la NE) y secundada por Francisco.
Cuando enfrentaba la disyuntiva de cómo vivir mi Semana Santa entre un retiro espiritual o quedarme en casa asistiendo a los oficios en mi parroquia, apareció la de ir de misiones con el apostolado «Juventud y Familia Misionera» que lidera el Movimiento Regnum Christi. Después de mucho sopesar pensé que lo mejor era desacomodarme un poco y atreverme a vivir esta opción.
Es así como en la compañía de numerosas familias que incluían papás, mamás, hijos, sobrinos, novios, 150 personas viajamos a Viotá (Cundinamarca) y muchos, como yo, sin tener muy claro a qué íbamos y cómo seríamos recibidos.
Los cuatro días de recorrido por el pueblo y su zona semiurbana, yendo de casa en casa (en visiteo como se denomina en la jerga del Regnum Christi), resultó ser una auténtica experiencia evangelizadora, pero no por la sencilla catequesis que pudiéramos dar en algunas de ellas, por la oración compartida con las familias que nos recibían o por la buena noticia que nos daba constatar que el fervor y las raíces católicas se mantienen entre buena parte de sus habitantes -pese al innegable avance de sectas evangélicas-, sino porque el contacto con la gente, su generosidad en medio de frecuentes circunstancias de mucha pobreza, su Fe inquebrantable y su alegría por la visita de misioneros católicos terminaron por evangelizar a quienes se supone deberíamos llevar una voz de aliento y esperanza.
Mención especial merece haber visto la actitud con que los niños misioneros vivieron estos días (los había de todas las edades, desde ocho meses en adelante), pues aún en medio del justificado cansancio después de largas jornadas de visiteo, del Viacrucis y de la asistencia a todos los oficios, dieron ejemplo a los adultos de lo que es tener el corazón dispuesto a la fraternidad, la solidaridad y la alegría. Estos pequeños nos testimoniaron que los corazones de los niños están más cerca de las cosas sencillas y profundamente humanas como las de compartir unos momentos con familias con todo tipo de carencias, que de la necesidad de tantas seguridades materiales que los papás suelen buscarles afanosamente.
Manifestación de ese espíritu gozoso y además de entrega de los niños fue el trabajo de Simón Cuadros, quien con 11 años y en clara muestra de su pasión por la fotografía, no escatimó esfuerzos para recoger constancia gráfica de todo cuanto sucedía en la Misión, a veces subiéndose a lugares impensables. De él son las fotos que acompañan este artículo.
Las familias misioneras impregnaron Viotá de espíritu cristiano, ese que queremos se manifieste muy fuertemente en nuestra Patria en esta Pascua.
¡Gracias, Simón, y gracias a las familias misioneras!