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En su último libro, El misterio de la fe, el escritor noruego confiesa que su vida se había convertido en «una especie de suicidio prolongado». Son muchas las razones que llevaron al escritor Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959) a convertirse al catolicismo. Numerosos viajes y giras mundiales que lo hacían pasar a veces hasta seis meses fuera de casa, un consumo de alcohol «bastante alto» y un segundo divorcio, llevaron al ganador del premio Nobel de literatura en 2023 a «un colapso» en su vida.
En todo caso, no fue un proceso fácil y es por eso que este escritor, uno de los más influyentes de Europa, se enfrenta a su relación con la fe de una manera tan única como su estilo literario. En su último libro, relata con brutal sinceridad, en una conversación con el teólogo católico Eskil Skjeldal, el recorrido que lo llevó al encuentro con Dios.
A través de las palabras de Fosse, conocemos cómo la lucha interna se convirtió en el caldo de cultivo para una experiencia radical: el alcohol como vía de escape y la fe como la única respuesta capaz de redimir su alma. Lejos de un camino sencillo o predecible, Fosse narra una historia de búsqueda, desilusión y, finalmente, de una vinculación con el misterio de la fe.
«Le debo mucho al alcohol, lo digo con gran honestidad. No habría sido capaz de hacer todo lo que he hecho en mi vida sin él», asegura Fosse. Sin embargo, llegó el momento en que esa dependencia «se me escapó de las manos». Entendió que aquella vida empezaba a ser «una especie de suicidio prolongado, aunque no fuera algo que quisiera conscientemente«.
En medio de todo ese sufrimiento, algo cambió. La desesperación lo empujó hacia la fe.
«Hay algo de verdad en el mito de que para ser un buen artista tienes que sufrir, o al menos haber sufrido, tienes que haberte purificado a través del sufrimiento. Creo que lo mismo ocurre para llegar a la fe. La fe se enraizó en mí a través del dolor y el sufrimiento. Me acerqué a la fe tanto a través de la depresión y la angustia como, en parte, a través de una autodestrucción que desembocó en el alcoholismo«, reconoce.
La conversión de Jon Fosse no fue un rayo divino ni una redención instantánea. No cree en una fe simplista donde Dios lo salvó del abismo de manera automática. «No es así como se debe pensar. Cierto, la fe requiere una especie de mente infantil, una cierta ingenuidad […] y la ingenuidad tiene en sí al mismo tiempo sabiduría y estupidez«. Para él, la fe no es un consuelo fácil.
Salir de la adicción no fue solo dejar de beber, sino un desplome total, seguido de una reconstrucción. En ese renacimiento, el catolicismo se presentó como una senda natural. «Juntos llegamos a la conclusión de que queríamos pertenecer a la misma confesión«, asevera Fosse.
Cuando le preguntan si la fe reemplazó el deseo de beber, Fosse lo niega, pero en sus palabras resuena una verdad más compleja. «Es incorrecto decirlo de esa manera. Cuando salí del hospital, no sentí ninguna necesidad de beber y no la he vuelto a sentir desde entonces«. La fe no llega como un sustituto, sino como una presencia capaz de llenar un espacio vacío.
En su vida de oración, Fosse busca algo más que simplemente pedir. «El rosario se ha convertido en mi fuerza. Intento rezar por la mañana, al mediodía y por la noche«. Fosse también recalca la importancia del «asombro» en la espiritualidad. «Sin asombro, la palabra Dios no tiene significado«, sostiene.
«Lo que más busco en la oración es la quietud, un respiro sobre el momento, sobre la vida«. Incluso el gesto simple y cotidiano del signo de la cruz cobra un significado profundo en su vida, para él tiene «fuerza y poder«.
Fosse lo dice con claridad: «La fe no necesita de una Iglesia, pero yo, Jon, como ser humano, la necesito. O al menos la necesito en el punto de mi vida en el que me encuentro ahora«. Es en esa necesidad personal donde se forja su conversión.
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