Por: Aarón Mariscal Zúñiga
Aquellos que se hacen llamar ‘progresistas’ tienen una fe ciega en el progreso. Pero no es un progreso verdadero, sino lo que ellos consideran progreso: la paulatina liberalización de la sociedad.
Su eje para interpretar la historia es materialista: si los avances tecnológicos y científicos nos hacen mucho bien, entonces todo lo demás está bien. Pero además, consideran a la destrucción del espíritu como un ‘avance’, bajo la falsa premisa de que la humanidad ostenta un progreso imparable y que las ‘luchas sociales’ validan esta evolución de los acontecimientos.
Cuando los progres dicen que están en contra de la religión, en realidad se refieren a la fe cristiana. No tienen problema en aceptar la ‘exploración de nuevas ideas’ que nunca han sido mayoritarias en la historia reciente de Occidente: el paganismo indígena, el budismo y el hinduismo.
Es curioso, además, que los progres tiendan a ver como iguales al catolicismo y al protestantismo, a pesar de que ambos son en el fondo muy distintos. Y al mismo tiempo, se quejan de que se los compare con los comunistas de antaño: no les gusta que se les burlen asociándolos con el ‘Che’ Guevara.
Gritan ‘Estado laico’, pero meten su falsa religión al Estado para que este la ejerza en todo su esplendor: que imponga dogmas y reprima disidentes. Ya pasó en Canadá: quien llame a alguien por el ‘género equivocado’, tiene multa. He ahí las fantasías personales siendo legitimadas por el Estado.
Además, los progres acusan constantemente de ‘fanático religioso’ al cristiano que profese su religión de manera íntegra. Los únicos cristianos aceptables en su cabecita son los ‘moderados’: esos que deforman su fe para caer bien a la sociedad civil. Obispas lesbianas, una cruz comunista de Jesucristo… todo bien, mientras se ‘adapte’ a los ‘nuevos tiempos’.
Les encanta atacar al fanatismo como el origen de todos los problemas en la opinión pública. Lo que no detectan es que ellos en el fondo profesan un fanatismo igual o peor al que señalan.
Para los progres, solo son aceptables las opiniones que se muevan en un rango de ideas favorable a su religión. Siempre que surja algún intelectual cuestionándolos, lo tacharán de fanático. Esto sucede porque dentro de la mentalidad progre no cabe la idea de que alguien que no piense como ellos pueda ser inteligente.
En este sentido, los progres alardean de que se cuestionan las cosas (aunque sus cuestionamientos rara vez tienen respuestas definidas) y de que son independientes (a pesar de que dependen de la moda ideológica del momento). Son los abanderados de la razón y la ciencia; quien no llegue a sus mismas conclusiones utilizando métodos lógicos y científicos, no merece ser tomado en cuenta en la opinión pública.
Ahora bien, ¿cómo podemos sustentar la idea de que el progresismo se comporta como aquello que juró destruir? Resulta que toda religión tiene cultos, oraciones, pastores y relatos.
El progresismo tiene como culto las marchas y protestas: no asistir a ellas ni apoyarlas desde las redes sociales es pecado mortal. Sus oraciones son los cantos de protesta y los hashtags o etiquetas en Internet, siempre disfrazadas de luchas sociales.
Sus pastores son los sociólogos, que por supuesto, son incuestionables: ellos demuestran con ‘pruebas científicas’ que su ideología es la correcta. Y sus relatos míticos son las fuentes de información ‘modernas’ y ‘en onda’ acerca del pasado: memes, videos de YouTube, diarios digitales ‘independientes’ y autores exclusivamente nacidos después del año 1800 (Camus y Foucault superan a Sócrates según esta lógica).
Así, para sus ataques al viejo orden, el progresismo maneja cartas mágicas que les dan permiso de juzgar al cristianismo sin argumentar: la Inquisición, las cruzadas y la pedofilia. No hay que preguntar por datos específicos, ni por fuentes, ni por contextos: esas cartas mágicas bastan y sobran para ‘destruir’ al malvado cristianismo.
Y si no odian a los católicos, los progres dicen amarlos, pero odian a su institución (la Iglesia Católica), que es la que dio forma a aquello en lo que creen los fieles. Tan absurdo como decir «Amo a los latinos, pero odio a Latinoamérica».
Ese es otro punto clave del progresismo: respeta única y exclusivamente a los creyentes que comulguen con sus ideas. No importa si creés en Dios: solo sos bienvenido para los progres si deformás esa creencia, si forzás las leyes de Dios para que se ‘adapten’ al mundo actual y estén ‘en onda’.
A fin de cuentas, es necesario refundar la fe cristiana para caerle bien a un progresista. Un Cristo gay, un Cristo feminista, un Cristo marihuanero, serían mucho más complacientes para los progres que un Cristo verdadero, único e inmutable. De esta manera, negar a Cristo para amoldarlo a nuestros gustos personales es lo mejor para no ser marginado de esta sociedad ‘avanzada’.