Por: Aarón Mariscal Zúñiga
Anteriormente, hemos visto que el progresismo se comporta como religión a pesar de que dice estar en contra de ella. Ahora bien, queda descubrir cuáles son los puntos estratégicos de la doctrina de esta religión: supremacismo moral, omisión temporal, preceptos incuestionables y arrogancia intelectual.
El supremacismo moral de los progres se hace evidente cuando abrazan toda causa que les ayude a sentirse superiores al resto. El veganismo, el feminismo, el animalismo, etc., son motivo suficiente para alardear de tener valores y para señalar la herejía de los demás.
Este dogma es similar al supremacismo racial histórico de los anglosajones: blancos buenos, indios malos. En el caso de los progres, se trata de progres buenos, conservadores malos. Si pudieran eliminar con un chasquido a todos los conservadores en este planeta, lo harían sin dudarlo.
Un ejemplo de esta actitud la vimos en el referéndum por el Brexit hace algunos años, donde jóvenes progres manifestaban su descontento con el derecho a votar de los ancianos. «¿Por qué tenemos que aguantar que los viejos decidan nuestro futuro?», gritaba el ímpetu de quienes abogaban por la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea.
Por otro lado, la omisión temporal de los progres sucede cuando desechan 2000 años de sabiduría y pretenden refundar la civilización. Se trata de omitir el tiempo de las cosas cristianas y validar solo el tiempo de lo secular. Nada de lo que se construyó antes es válido; y si lo es, es porque favorece al progresismo.
Esto se evidencia cuando un progre desprecia la fidelidad de los campesinos medievales al cristianismo y al mismo tiempo se emociona por los rituales paganos de aymaras y aztecas en la antigüedad. Otro ejemplo: los progres rechazan (sin leerlos, por supuesto) lo que digan los teólogos y doctores de la Iglesia, y al mismo tiempo reciben con bombos y platillos las asquerosidades del Marqués de Sade.
Otro punto importante de la doctrina progresista es que su preceptos son incuestionables, nada debe haber fuera de ellos. Y si son cuestionables, lo son solo en pequeñas cosas que no modifican la esencia de esta religión.
Un ejemplo: podemos decir que las mujeres trans no deberían usar vestido sí o sí, porque quizás necesitamos oponernos a los ‘estereotipos de género’. Pero no podemos decir que las mujeres trans son hombres, porque eso modifica la esencia de la religión progresista.
Otro ejemplo: podemos considerar la importancia del aborto al menos para los casos en que peligre la vida de la madre. Pero ni se nos ocurra decir que estamos totalmente en contra de todo tipo de aborto: ¡sacrilegio!
Es también típico del progre padecer de arrogancia intelectual, probablemente resultado de tanto consumo de cultura pop. Ver series y películas donde los personajes siempre saben qué decir, donde los cretinos son geniales y siempre triunfan, les hace pensar que el mismo esquema funciona en la vida real.
En consecuencia, deciden ser cretinos, lo que los lleva a ganarse el desprecio de las personas. Este desprecio no es por sus ideas, sino por la manera en la que las defienden.
Abusan del sarcasmo, la sátira y la ironía para caricaturizar la realidad, negándola así tal cual es. Después de todo, el progre es inmaduro y eso lo lleva a no querer aceptar la realidad, de manera que necesita deformarla para que concuerde con sus fantasías ideológicas.
Para un progre, todo es obvio: la necesidad de legalizar el aborto, las drogas, el cambio de sexo, etc. Si no reconocemos esa obviedad, somos cavernícolas que no quieren progresar. Nos quedamos en el pasado, en la Edad Media (o en la idea fantasiosa que el progre tiene de ella).