Si quieres recibir noticias de actualidad sobre la Cultura de la Vida, te invitamos a seguirnos en nuestro CANAL DE TELEGRAM haciendo clic AQUÍ.
Artículo redactado a partir de un texto original de Riccardo Cascioli.
El caso de Valencia
Un doloroso proceso de recuperación de cuerpos, búsqueda de desaparecidos, recuento de daños y, luego, la consabida polémica y las reacciones furibundas de la gente. La trágica riada que ha asolado la provincia de Valencia y se ha cobrado centenares de vidas, sin contar aún a los desaparecidos, suscita interrogantes sobre cómo ha sido posible que ocurriera semejante catástrofe, se pregunta Cascioli.
Y comienza su análisis poniendo en primer plano la hipótesis que a todos hoy se nos ha impuesto:
Como se puede apreciar, Cascioli sitúa la perspectiva de análisis entre dos extremos: un cambio en el clima del que se culpa al hombre, y una conspiración inhumana con capacidad de producir desastres de gran magnitud. En ambos casos, el culpable es el hombre: en el primero, «el hombre» en general; en el segundo, «algún» hombre o grupo de «hombres» con un propósito específico.
Luego Cascioli trata de llevar su análisis a un terreno o a un orden estrictamente natural, citando hechos: «Lo cierto es que lo ocurrido en la Comunidad Valenciana -y en los días siguientes también en Barcelona- es un suceso extremo, sí, pero no es nuevo en absoluto». Y luego cita sucesos similares y las fechas de ocurrencia. De esta manera, propone una conclusión que es la verdadera premisa de su análisis y enfoque: «Por lo tanto, invocar el fantasmal cambio climático provocado por el hombre es una idiotez y una falta de respeto a las víctimas, al igual que es ridículo sacar a colación la “inseminación de nubes” que supuestamente se está produciendo en Marruecos».
Y luego aterriza en el plano de la Ética con una crudeza brutal pero tal vez indispensable para comprender y asumir la realidad de los hechos y de nuestra responsabilidad en su previsión:
Con agudeza, además de señalar la irresponsabilidad por subestimación y superficialidad en la pésima gestión de la emergencia, señala, ahondando:
«Pero también hay una responsabilidad que es cultural e ideológica. A estas alturas, pase lo que pase, la responsabilidad se atribuye al calentamiento global antropogénico». Si a ello sumamos lo que a continuación sugiere, y es que «Además, la política está dominada por la histeria ecológica», es apenas lógico que concluya que ello «produce una serie de efectos secundarios nocivos». Sin embargo, la conclusión verdaderamente relevante es esta: «Mientras tanto, se abandonan los viejos principios de sabiduría que acompañaron el desarrollo de la humanidad», y que la han hecho aprender a adaptarse, a prevenir y a ser menos vulnerable en el impacto y en el número de víctimas y pérdida de vidas.
Pero tal abandono del sentido común, «ha convencido a los políticos de que es mejor intentar cambiar el clima reduciendo las emisiones de CO2, dando por sentado que ésta es la causa de las catástrofes naturales. En la práctica, es como decidir dejar de gastar diez euros para comprar un paraguas y en su lugar gastar miles de euros en el vano empeño de detener la lluvia».
Este hecho es calificado por él como «Una locura ideológica que, sin embargo, ya es una política establecida; y la opinión pública, aterrorizada por años de machacona propaganda, en nombre del clima acepta el desguace de coches, la devaluación de las viviendas, los costes desorbitados para adaptar las casas a la nueva normativa, las restricciones a la circulación, el aumento de los costes energéticos y otras muchas cosas sin pestañear», como «la ley europea de “Restauración de la Naturaleza” que, en nombre de la protección de la biodiversidad, impide terraplenes, presas y otras intervenciones que protegen a las personas de las inundaciones». Una «soberana», pero auténtica estupidez.
Pero el dedo entra dolorosamente en la llaga cuando afirma:
Así las cosas, «¿a dónde van a parar los muchos miles de millones de euros destinados a las políticas climáticas? Desde luego no a la protección del territorio, que en cambio se desfigura aún más con turbinas eólicas e interminables extensiones de instalaciones fotovoltaicas».
Finalmente, señala «un tercer factor, a saber: la descarga de responsabilidad por parte de políticos y administradores. Como demuestran los hechos, la responsabilidad de los administradores que no ponen en marcha proyectos ya aprobados hace décadas para evitar o limitar las inundaciones, que permiten edificaciones imprudentes, que penalizan la agricultura, es enorme. Pero como la culpa siempre es del calentamiento global antropogénico, se justifican con lo que están haciendo para incentivar la energía verde, frenar el tráfico de coches y otras cosas por el estilo. Así, la culpa es del gobierno o de las empresas que no hacen lo suficiente para reducir las emisiones de CO2».
La conclusión final es clara y contundente: si cada vez hay menos víctimas de catástrofes naturales, no es por una adecuada gestión, sino porque cada vez hay menos gente, por cuenta del «cambio climático»; pero lo que se está logrando en realidad es una alarmante disminución de la población.
Lo que se requiere, de manera sensata y realista, es un cambio antropológico: que el ser humano se asuma como tal, como persona, como hombre, como ser ético consciente de sí mismo, de su naturaleza y de su misión; no un relato político que «busca el enemigo afuera», pero lo «encuentra» y lo destruye adentro. En consecuencia, una visión realista y madura, en la que las personas son integralmente responsables tanto de sí mismas como de la sociedad.
Fuente: ¿Cambio climático? No, cambio antropológico – Brujula Cotidiana
Para apoyar el trabajo de R+F puedes hacer un aporte único o periódico con cualquier tarjeta débito o crédito: