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La publicación del artículo que ahora recogemos se hizo originalmente en «Adelante la Fe» el 8 de julio de 2024, y la fuente del mismo es el blog «Caminante Wanderer«.
Su importancia estriba –y por ello lo publicamos– en la necesaria comprensión de la distinción esencial que hay entre Unidad y Verdad y, sobre todo, en la clara y directa correlación que debe establecerse entre ambas. De dichas comprensión y correlación deriva un criterio fundamental y taxativo: la Unidad sólo es posible en La Verdad. No hay otra forma.
Del mismo modo que sin Verdad no puede haber Libertad (“conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”: Juan 8, 32), sin Verdad no puede haber auténtica Unidad. La Iglesia es columna y fundamento de La Verdad (1 Timoteo 3, 15); por lo tanto, su estabilidad –y con ella toda condición real de posibilidad para la Unidad– radica en su fidelidad a La Verdad. Sin ésta, o si se diera una alteración o adulteración de la misma, no es posible alguna presunta forma de ‘unidad’ y, mucho menos, una unidad real.
El único criterio válido de Unidad es La Verdad. Esta es una regla práctica de discernimiento y de disciplina conforme a una clara comprensión y aplicación del Magisterio Eclesial, en el ejercicio de su función Docente y de su autoridad jerárquica. Por ello, aunque la Iglesia sea un «todo», un Corpus Doctrinal, Litúrgico y Sacramental, se presenta y se sustenta sólo en tanto garante de La Verdad, y no se defiende bajo las premisas de una cerrada y presunta «solidaridad de cuerpo».
Esta es conocida y se presenta con bastante frecuencia en el ámbito del ejercicio del Derecho, en el que los litigantes tienen que ser la más de las veces bastante cautos al cuestionar la parcialidad notoria de los jueces, quienes no dudan en ejercerla. Al respecto, un connotado jurista colombiano advierte:
La solidaridad de cuerpo opera y de eso nadie puede defenderse… De ello doy fe, porque he sido víctima de esa persecución oculta pero que está a la vista de todos…, la cual no es soluble en el actual sistema de causales taxativas, salvo que un magistrado no participe de esa hermandad cómplice y prevaricadora.
RAMIRO BEJARANO GUZMÁN | 05 de Junio de 2024 | Artículo: “Solidaridad de cuerpo”, escrito en la revista “Ámbito Jurídico”, de Legis Editores.
Cosas como estas también ocurren en nuestra Iglesia, conformada por hombres, pecadores, de carne y hueso, algunos muy volcados a su ambición y demasiado apartados de su misión. Por ello es muy oportuna e importante la advertencia.
Ahora bien, ante esta realidad, el artículo que traemos señala precisamente un hecho similar, que se da hoy al interior de la Iglesia: la unidad por sobre la verdad. Y sitúa la responsabilidad de tal “paradoja” sobre la que designa como una mentalidad “conservadora”.
Nosotros no nos adentramos más allá en la discusión, o en el respaldo o no al Ex Nuncio y Arzobispo Viganò, ni en las afirmaciones sobre los que presume fueron los males traídos por el Concilio vaticano II. No obstante, en aras de la transparencia informativa, dejamos a continuación para lectura, meditación y análisis, un resumen de dicho artículo (elaborado por otro colaborador de R+F), el cual se puede leer completo, con toda su fuerza expresiva, aquí.
La paradoja conservadora: la unidad por sobre la verdad
Por Hemos Visto | 08/07/2024
El pasado viernes, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe declaró que Mons. Carlo Maria Viganò había sido excomulgado por cisma, de acuerdo al canon 751, que establece esta pena para quienes atentan gravemente contra la unidad de la Iglesia al negarse a reconocer la autoridad del Romano Pontífice.
Ese mismo día, sin embargo, se conoció que en la Catedral de Linz, Austria, permanece expuesta una imagen profundamente blasfema de la Virgen María. Se trata de una escultura llamada «Crowning» («Coronamiento»), que muestra a la Virgen dando a luz, con las piernas abiertas en pleno parto y una expresión de dolor en el rostro. Ni el párroco de la Catedral ni el Obispo de Linz han sido sancionados por permitir y celebrar la exposición de esta imagen sacrílega que niega abiertamente la virginidad y maternidad divina de María.
Según el antiguo Código de Derecho Canónico de 1917, «el que blasfemare […] sobre todo si es clérigo, debe ser castigado según el prudente arbitrio del Ordinario» (c. 2323). Pero este canon fue derogado por Juan Pablo II, por lo que parecería que la blasfemia ya no merece castigo en la Iglesia postconciliar.
La promoción de herejías modernistas y blasfemias queda impune, mientras que quienes defienden la Tradición son fulminados con la máxima pena canónica. Es la paradoja conservadora: la unidad sobre la verdad.
El racionalismo modernista socava los fundamentos de la fe
Detrás de esta situación se encuentra la difusión del racionalismo modernista, que el Papa San Pío X condenó en 1907 pero que resurgió con fuerza en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II.
El modernismo considera que las verdades de fe son meros relatos propios de la mentalidad primitiva de los primeros cristianos, que deben ser reinterpretados a la luz de la razón y la ciencia modernas. De este modo se vacía de contenido el dogma católico.
Como advirtió el Cardenal John Henry Newman, el racionalismo no usa la razón para elucidar la fe, sino que la suplanta y le quita autoridad a la Palabra de Dios, asignándole a Éste «un motivo y una mente nuestra». En definitiva, no se le da a Dios la última palabra sobre Sí mismo y sobre Su designio para el mundo.
El “sensus fidelium” abandonado por la jerarquía eclesiástica
Desde el Concilio Vaticano II, con mayor o menor intensidad, la Iglesia de Roma ha ido vaciando la fe católica, dejando sólo la cáscara exterior pero corrompiendo la médula. La enorme mayoría de los bautizados ha dejado de practicar su fe. Y quienes continúan yendo a Misa la conservan más por “sensus fidelium” que por la enseñanza de sus pastores.
Resulta llamativo que muchos católicos conservadores se escandalizan ante el cisma de Mons. Viganò o las monjas de Belorado, rasgándose las vestiduras por la unidad con el Papa. Pero callan o balan débilmente ante la pérdida de la fe en amplios sectores de la jerarquía eclesiástica.
Y sin embargo, la adhesión al Romano Pontífice sólo tiene sentido en cuanto éste confirma a sus hermanos en la fe católica. Si en cambio siembra dudas y confusiones doctrinales (Amoris Laetitia, Documento de Abu Dhabi, etc.), ¿hasta qué punto seguir adheridos a él garantiza la unidad en la fe?
Conclusión: La paradoja conservadora
Estamos ante la paradoja conservadora: defender a ultranza la unidad con una jerarquía que ya no custodia celosamente el sagrado depósito de la fe católica.
Urge recuperar la primacía de la Verdad revelada por encima de falsas lealtades humanas. Sólo así volveremos a ser Unum Corpus Christi.
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